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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Niños testigos del crimen y la huella cerebral

Una imagen referencial de una niña huérfana. EL UNIVERSO
Una imagen referencial de una niña huérfana. EL UNIVERSO
Niños testigos del crimen y la huella cerebral

Cuando Florentina (36 años) y Adelaida (18), madre e hija, se iban apagando, producto de los golpes y los cortes de la picota en sus cuerpos, al interior de la casa estaba una niña de solo 10 años que observaba el crimen sin la posibilidad de hacer demasiado ante la reacción iracunda de su padre, el hombre que atacaba a ambas mujeres hasta quitarles la vida.

En su intento desesperado, la menor habría tratado de proteger a su mamá cuando esta yacía ya llena de sangre. Impotente, la pequeña envió mensajes de WhatsApp para comunicar la fatalidad a vecinos de la urbanización Palmera II, de Cotoca, Santa Cruz. En su retina quedó grabado, para siempre, el doble feminicidio.

La huella será permanente en todos los menores de edad que presencien sucesos de violencia desmedida que tengan como desenlace -y en el peor de los casos- la tragedia. Es ahí cuando el acompañamiento afectivo del entorno más cercano debe entrar en acción.

Así lo confirma y describe la licenciada en Psicología cochabambina Carla Ibárcena, autora y coordinadora de un programa de trabajo transgeneracional con familias. De hecho, dicha labor incluyó un módulo enfocado en el trauma intrafamiliar y concluyó recientemente.

Para comenzar, la especialista explica que el daño es permanente debido al grado de estrés que el niño experimenta durante el episodio. Los niveles de cortisol (una hormona que se libera, producto de la tensión) suben dramáticamente y afectan la materia gris.

“Se secretan altas cantidades de cortisol que lesionan el cerebro de forma permanente. Aparte del daño neurológico que se le ocasiona al menor al enfrentarlo a hechos de violencia, estamos viendo que el momento del crimen, que fue presenciado por los niños, ha sido el desenlace de, probablemente, toda una historia de maltrato y violencia doméstica en el hogar. No es un evento que tomaremos de forma aislada. No hay que desresponsabilizar a la comunidad, la familia extensa y aquellos que participaron, de alguna manera, como testigos de la crianza de estos menores que han sido permanentemente expuestos a situaciones de maltrato”, se explaya Ibárcena.

Ibárcena compara el daño del momento traumático con las lastimaduras que pueden darse en un accidente. “Hay una huella que se ha formado en el cerebro. Es como cuando uno se accidenta y se produce una lesión. Si hubiera un estudio del cerebro de estos niños, se podría ver la evidencia. A veces pensamos que las situaciones traumáticas se quedan en el inconsciente, en el alma, pero no. Tienen una huella anatómica. Se transforma y deforma la materia gris”.

SECUELAS

Las posibles manifestaciones que hará el menor para exteriorizar el trauma varían. Estas podrían ser trastornos en el sueño, en el rendimiento escolar, la alimentación, conductas que tiendan a la introversión, a la dificultad para expresar los sentimientos, y la agresividad hacia los demás o hacia uno mismo, mediante prácticas como el cutting o tentativas de suicidio, de acuerdo con el abanico de escenarios que grafica la experta.

“Quizás, el niño no esté en la capacidad de verbalizar y explicar lo que le pasa, pero sí tendrá estas huellas en el cuerpo y el comportamiento. Hay que estar atentos, apoyarles y darles un ambiente afectivo, que es lo esperable durante la crianza”.

NADIE OLVIDA

“Nadie olvida un crimen. No se supera, aunque sí se puede disminuir el efecto afectivo tan fuerte que hay en el momento de haber presenciado el hecho. La intensidad bajará con el tiempo, pero el hecho no desaparecerá. Depende de cuántos recursos se pongan en marcha”.

Ibárcena relata que el peor error por parte de los familiares más cercanos será que hagan como si nada hubiera sucedido y dejar que el tiempo se encargue de borrar los recuerdos. “Si pensamos: ‘lo dejaremos y con el tiempo se olvidará’, la persona puede no manifestar dolor, llanto y pesadillas, pero luego esa experiencia traumática retornará en forma de otras conductas, como agresividad en sus relaciones, problemas de sueño, de alimentación, etcétera.  Tenderá a ser un adulto con un problema que pasa a ser la historia de hace tantos años y al que nadie le dio importancia”.

CONTENCIÓN

El acompañamiento afectivo, los abrazos, el hacer notar que uno está presente y siente empatía con el dolor que experimenta el niño o adolescente son elementales. “Pero no hablo de una disponibilidad en tanto a alimentación y lugar donde dormir, sino de decir ‘estoy contigo’, llorar con el niño, mostrar que la situación no solo lo afectó a él, que esa revolución de sentimientos es una respuesta pensada y lógica por todos. Querer distraerle o llevarle al parque no ayuda. No se trata de minimizar el tema, sino de darle validez a la expresión que el menor quiera hacer”.

La psicóloga también aconseja acompañarle en las horas de sueño, pues las noches se prestan como momentos del día en que los pequeños pueden tener pesadillas o flashback, es decir, imágenes que se repiten del suceso violento.

La participación de los profesionales en salud mental que cuenten con experiencia en el manejo de situaciones traumáticas resulta clave no solo para el infante, sino también para su entorno, pues este último necesita orientación “para estar atento a los eventos de riesgo que puede presentar el niño”.

Ibárcena ofrece un dato clarificador: el daño en el cerebro se da siempre, independientemente de la edad del menor. Incluso, un feto puede experimentar los niveles de estrés. “Esté en el vientre, sea un recién nacido o un menor de dos años, igualmente, el estar expuesto a situaciones de maltrato y violencia al interior de la familia deja un daño en el cerebro”

La manifestación de las secuelas es lo que varía. En caso de que el menor tenga, por ejemplo, un año, pues atravesará dificultades en su desarrollo y aprendizaje para hablar o caminar. “Son síntomas que se vinculan a la depresión. En una niña de 10 años, en etapa escolar, habrá secuelas a nivel del rendimiento, problemas de lenguaje y de relacionamiento”.