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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Sobrevivientes del Holocausto huyen nuevamente de la guerra y vuelven a Alemania

Está en marcha una compleja operación para evacuar de Ucrania a los sobrevivientes del Holocausto. Tanto para los rescatistas como para los evacuados, significa enfrentarse al pasado.

Judíos llegan al campo de exterminio nazi de Auschwitz, en mayo de 1944. LENA MUCHA-AVISHAG  SHAAR-YASHUV-YAD VASHEM
Judíos llegan al campo de exterminio nazi de Auschwitz, en mayo de 1944. LENA MUCHA-AVISHAG SHAAR-YASHUV-YAD VASHEM
Sobrevivientes del Holocausto huyen nuevamente de la guerra y vuelven a Alemania

Sus primeros recuerdos son las huidas por los bombardeos o escuchar los susurros sobre las masacres de otros judíos, incluyendo a sus familiares. Gracias a la protección de la Unión Soviética, sobrevivieron.

Ahora, ancianos y frágiles, los sobrevivientes ucranianos del Holocausto escapan una vez más de la guerra, en un viaje extraordinario que ha puesto al revés el mundo que conocían: ahora buscan seguridad en Alemania.

Para Galina Ploschenko, de 88 años, no fue una decisión que tomó sin temor. “Me dijeron que Alemania era mi mejor opción. Yo les dije: ‘Espero que tengan razón’”, relató.

Ploschenko es la beneficiaria de una misión de rescate organizada por agrupaciones judías, que intentan sacar a los sobrevivientes del Holocausto de la guerra provocada por la invasión rusa en Ucrania.

Sacar a estos nonagenarios de una zona de guerra en ambulancia es una labor peligrosa, impregnada de una ironía histórica: los sobrevivientes del Holocausto no solo son trasladados a Alemania, sino que el ataque ahora viene de Rusia, un país que ellos consideraban como su liberador de los nazis.

Hace una semana, mientras sonaban la artillería y las sirenas de ataque aéreo, Ploschenko estaba atrapada en su cama en un centro de jubilados de Dnipró, su ciudad natal en el centro de Ucrania. Las enfermeras y los jubilados que podían caminar habían huido al sótano. Ploschenko se vio obligada a quedarse en su habitación del tercer piso, sola con una mujer sorda y un hombre mudo postrados en la cama como ella.

“Esa primera vez era una niña, y mi madre me protegía. Ahora, me he sentido muy sola. Es una experiencia terrible, dolorosa”, afirmó, cómodamente instalada en un centro de atención para la tercera edad en Hannover, al noroeste de Alemania, luego de un viaje de tres días.

Hasta ahora, han sido evacuados 78 de casi 10.000 de los más frágiles sobrevivientes ucranianos del Holocausto. Son necesarias hasta 50 personas, en tres continentes y cinco países, para coordinar una sola evacuación.

Para los dos grupos que coordinan los rescates —la Conferencia de Reclamaciones Materiales Judías contra Alemania y el Comité de Distribución Conjunta de Estados Unidos— no es fácil convencer a sobrevivientes como Ploschenko de que abandonen Ucrania.

La mayoría de los sobrevivientes más frágiles y ancianos con los que se ha comunicado se negaron a abandonar sus hogares. Los que estaban dispuestos a irse tenían un sinfín de preguntas: ¿Qué pasa con sus medicamentos? ¿Había personas de habla rusa o ucraniana? ¿Podrían llevar a su gato? (Resultó que sí).

Luego estaba la pregunta más incómoda de todas: ¿Por qué Alemania?

“Uno de ellos nos dijo: ‘No quiero ser evacuado a Alemania. Quiero que me evacuen, pero no a Alemania’”, comentó Rüdiger Mahlo, de la Conferencia de Reclamaciones, que trabaja con funcionarios alemanes en Berlín para organizar los rescates.

Fundada con el fin de negociar las restituciones del Holocausto con el gobierno alemán, la Conferencia de Reclamaciones mantiene una lista detallada de sobrevivientes que, en circunstancias normales, se utiliza para distribuir pensiones y asistencia a la salud, pero que ahora sirve como una manera de identificar personas para la evacuación.

Por muchas razones, les decía Mahlo, Alemania era lógica. Era fácilmente accesible en ambulancia a través de Polonia. Tiene un sistema médico bien financiado y una gran población de rusoparlantes, incluidos los emigrantes judíos de la antigua Unión Soviética. Y su organización tiene una relación íntima con los funcionarios del gobierno de allí tras décadas de conversaciones de restitución. Israel también es una opción, para aquellos que estén lo suficientemente bien como para volar hasta allá.

Ploschenko ahora no tiene “nada más que amor” por Alemania, aunque todavía recuerda “todo” sobre la última guerra a la que sobrevivió, desde el pañuelo que su madre envolvió alrededor de su cuerpo, en un momento dado su única prenda de vestir, hasta el boletín de radio que le dio la noticia de que miles de judíos, entre ellos una tía y dos primas, habían sido asesinadas en vagones de gas móviles que la gente del lugar llamaba “dushegubka”, o asesino de almas.

Su padre, que se fue a luchar con el ejército soviético, desapareció sin dejar rastro. “No tenía miedo de Alemania”, dijo. “Solo no puedo dejar de pensar que mi papá murió en esa guerra. Mis primas murieron en esa guerra”.

Ploschenko cree que ella, su madre y cinco de sus tías sobrevivieron por cantar, ya fuera trabajando en los campos de algodón de Kazajistán, donde encontraron refugio temporal, o acurrucadas bajo paraguas en un departamento sin techo después de la guerra.

“Cantábamos con la radio”, recordó con una sonrisa. “Es lo que nos salvó. Cantábamos de todo, lo que había: ópera, canciones tradicionales. Tengo muchas ganas de cantar, pero ya no sé si puedo. No tengo voz para ello. Así que, en lugar de eso, solo recuerdo todas las veces que canté antes”.

Sentada entre almohadas en una habitación del centro de mayores AWO iluminada por el sol, Ploschenko dirige la música en su mente con una mano temblorosa. Mientras los cuidadores entran y salen, ella practica las frases en alemán que ha anotado cuidadosamente en un cuaderno: “Danke Schön”, muchas gracias. “Alles Liebe”, mucho amor.

“Comparado con todo este horror, unas 70 personas no parecen muchas”, dice Gideon Taylor, presidente de la Conferencia de Reclamaciones. “Pero lo que toma llevar a estas personas, una a una, ambulancia a ambulancia, hasta un lugar seguro en Alemania es increíblemente significativo”.

Este tipo de evacuaciones están inevitablemente plagadas de inconvenientes logísticos con momentos muy estresantes. Las ambulancias han sido devueltas desde los puestos de control al estallar los combates. Otras han sido confiscadas por los soldados, para usarlas para sus propios heridos. Enfrentados a carreteras destruidas, los conductores han manejado sus ambulancias a través de los bosques.

La mayoría de los problemas logísticos se resuelven a más de 3.000 kilómetros de distancia, donde Pini Miretski, el jefe del equipo de evacuación médica, se sienta en una sala de crisis del Comité de Distribución Conjunta en Jerusalén. 

El comité, una organización humanitaria, tiene una larga historia de evacuaciones, incluyendo el contrabando de judíos fuera de Europa en la Segunda Guerra Mundial. Durante los últimos 30 años, sus voluntarios han trabajado para revivir la vida judía en los antiguos  países soviéticos, incluida Ucrania.

Miretski y otros coordinan con los rescatistas dentro de Ucrania, y en una ocasión les ayudaron a llegar hasta una sobreviviente que temblaba en un apartamento con una temperatura de menos diez grados Celsius, porque sus ventanas fueron destrozadas por las explosiones. En otro caso, ayudaron a los rescatistas que pasaron una semana evacuando a un sobreviviente en un pueblo rodeado de feroces batallas. 

“Hay más de 70 de estas historias, cada una de ellas como esta”, dijo.

Para Miretski, esta operación es personal: emigrante judío ucraniano en Israel, sus bisabuelos fueron asesinados en Babyn Yar, también conocido como Babi Yar, el barranco de Kiev donde decenas de miles de personas fueron empujadas a la muerte tras ser despojadas y fusiladas con ametralladoras entre los años 1941 y 1943. 

El monumento a esas masacres en Kiev fue impactado por misiles rusos en los primeros días de su invasión.

“Entiendo el dolor de estas personas, sé quiénes son”, dijo Miretski. “Estas escenas, estas historias… en cierto modo, es como si la vida cerrara el círculo. Porque muchas de esas historias se volvieron reales”.

Al menos dos sobrevivientes del Holocausto han muerto desde que comenzó la guerra en Ucrania. La semana pasada, Vanda Obiedkova, de 91 años, murió en un sótano de la sitiada Mariúpol. En 1941, había sobrevivido escondiéndose en un sótano de los nazis que acorralaron y ejecutaron a 10.000 judíos en esa misma ciudad.

Para Vladimir Peskov, de 87 años, evacuado de Zaporiyia la semana pasada y que vive al final del pasillo de la habitación de Ploschenko en Hannover, la sensación circular que le ha dado esta guerra a su vida es desmoralizante.

“Siento una especie de desesperanza, porque parece que la historia se repite”, dijo, encorvado en una silla de ruedas, acariciando una taza que perteneció a su madre, uno de los pocos recuerdos que trajo a Alemania.

Sin embargo, la situación le ha ayudado a pasar la página. 

“La guerra de hoy ha acabado con cualquier emoción negativa que sentía hacia Alemania”, dijo.

Justo afuera de su habitación, un grupo de sobrevivientes recién llegados de la ciudad oriental de Kramatorsk se sentaba alrededor de una mesa en la cocina soleada de la casa. Se lamentaban por tener que volver a huir de la guerra. Pero se negaron a hablar al respecto con un reportero de un periódico occidental. “No dirás la verdad”, dijo un hombre, mirando hacia otro lado.

Sus dudas reflejan una de las partes más dolorosas de este segundo exilio, sobre todo para los procedentes de las regiones orientales de habla rusa de Ucrania: reconsiderar la opinión que tienen de Alemania es una cosa, pero reconocer a Rusia como un agresor es otra.

“Mis sueños de infancia eran comprar una bicicleta y un piano, y viajar a Moscú para ver a Stalin”, relató Ploschenko. “Moscú era la capital de mi patria. Me encantaba la canción ‘Mi Moscú, mi país’. Me cuesta creer que ese    país ahora sea mi enemigo”.

Hojeando un libro de fotos, Ploschenko señaló imágenes en las que aparece más joven, posando en traje de baño en la playa de Sochi, con las olas rompiendo a su alrededor.

“A veces me despierto y olvido que estoy en Alemania”, afirmó. “Me despierto y siento como si estuviera de nuevo en un viaje de trabajo hacia Moldavia, o en Uzbekistán. Vuelvo a la Unión Soviética”.

Pero Alemania será su hogar durante el resto de sus días. Es una idea con la que ya hizo las paces, aseguró. “No tengo otro lugar adónde ir”.