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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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José Luis Pozo, el hombre que venció la oscuridad luego de perder la vista

A los 24 años perdió la vista fortuitamente. Pasó por 7 cirugías y una depresión extrema, pero pudo recuperarse. Estudió Teología, Inglés y está terminando Derecho. Además, trabaja con otras personas con ceguera.

José Luis Pozo,   el hombre que venció la oscuridad luego de perder la vista. CORTESÍA-NOÉ PORTUGAL
José Luis Pozo, el hombre que venció la oscuridad luego de perder la vista. CORTESÍA-NOÉ PORTUGAL
José Luis Pozo, el hombre que venció la oscuridad luego de perder la vista

En principio, nubes grises, luego luz y otra vez oscuridad. Incertidumbre y desesperanza. Así fueron los primeros meses para José Luis Pozo Fuertes después de perder la vista, un panorama que se extendió por, incluso, unos años hasta que, en lo que él llama un encuentro con Dios, renació a la vida, volvió a sentir la luz, pero esta vez en el espíritu; lo físico pasó a segundo plano. 

Un accidente en motocicleta cambió su vida por completo cuando tenía 24 años. El proceso de pérdida de visión fue paulatino hasta quedar con un 96% de afectación, una ceguera casi absoluta. Luego de pensar muchas veces en la muerte, encontró en su fe la fortaleza para salir adelante. 

Actualmente, es el director del Centro de Rehabilitación para Ciegos Manuela Gandarillas, un espacio en el que pudo reafirmar su vocación de servicio con otras personas de su condición, a quienes transmite su experiencia de vida y sus consejos. Además, luego de perder la vista, estudió Teología, Inglés y está terminando la carrera de Derecho. 

SUS ORÍGENES Y SU AFÁN POR ESTUDIAR 

Pozo nació el 22 de enero de 1971 fruto del matrimonio entre Claudio Pozo y Delma Fuertes. Su papá era proveniente de Santiváñez y trabajaba como transportista; en cambio, su mamá es de Colquechaca y tenía una tienda de barrio. Tiene seis hermanos, uno de ellos es su mellizo. 

Sus estudios primarios los realizó en la escuela Eufronio Viscarra. La rutina estaba regida por los viajes de ida y vuelta en el camión de su papá, quien se encargaba de llevarlo y recogerlo. Luego, pasó al colegio Alcides Arguedas, aunque salió bachiller del establecimiento Nacional Ayacucho.

En aquel entonces era parte de la costumbre —como se mantiene en ciertos lugares hasta ahora— cumplir el servicio militar de un año. Así lo hizo y se enlistó en la Fuerza Aérea Boliviana. 

Al terminar, tenía deseos de entrar a la universidad y empezar una carrera, pero los recursos económicos en su familia eran limitados. Resignado, decidió estudiar Programación en Aplicaciones en el Centro Internacional Personalizado de Enseñanza en Computación. 

Pero no era suficiente, sus ganas de aprender le sobrepasaban, así que estudió Contabilidad en el Instituto Técnico Nacional Federico Álvarez Plata, mientras trabajaba. 

LA CAÍDA Y EL NUEVO COMIENZO

Era más de las diez de la noche y José volvía a su hogar, subido a bordo de su motocicleta, luego de dejar a su novia de aquel entonces en su casa; era 1995 y tenía 24 años. Mientras pasaba por las avenidas Juan de la Rosa y Melchor Pérez de Olguín, que estaban en medio del sembradíos y no tenían iluminación, la cadena de su moto se trabó y lo arrojó contra el suelo. En ese momento, solo atinó a levantarse, limpiarse un poco y arreglar su vehículo para llegar a su destino; el cielo estaba cargado de nubes y empezaban a caer las primeras gotas de lluvia. 

Al llegar, finalmente, a casa, no dijo nada a su familia, se limpió la heridas y lo dejó pasar. Dos semanas después su desgracia dio sus primeras muestras. “Una mañana amanecí y cuando salgo de mi habitación yo noté una densa neblina. Le digo a mi mamá ‘¿y porqué tanta neblina?, ¿qué ha pasado? Y ella me dice ‘no hay neblina’ y se fijó mis ojos y me preguntó qué me había pasado, ‘tienes los ojos coloradísimos’”, relata José. 

¿El problema? Su presión ocular había subido casi un 300%. Acudió al oftalmólogo para estabilizar su visión. Pensó que ahí terminaba todo hasta que, días después, mientras estaba trabajando, la deficiencia volvió. “Estaba trabajando en la computadora y de repente veo unos globitos que se abrían y se cerraban, yo dije que tenía virus la computadora. Pero, luego, un amigo me habló y quité la vista del monitor y observé los mismos globitos en la pared y dije ‘es mi vista’”. 

El informe médico indicó que se estaba desprendiendo la retina de ambos ojos. “A los 24 años, más o menos por el mes de octubre, ya estaba sin vista”, dice. Así le siguió una serie de visitas al oftalmólogo por los siguientes meses sin tener ninguna mejoría, la única solución era una operación en el extranjero, a la que no podía  acceder por falta de recursos.

Sin embargo, gracias a la colaboración de los médicos que lo atendieron pudo hacerse una cirugía en  Santa Cruz. Le siguieron siete operaciones más, a lo largo de cuatro años, sin resultados positivos: su vista se había ido para siempre.  

La depresión, las ganas de morir y el llanto intenso eran parte de su nueva vida. No encontraba un sentido para seguir. 

“Muchas veces en casa me golpeé con las puertas, me tropezaba. Para mí, salir a la calle era una tragedia. Pero no podía estar encerrado y decía que eran dos caminos: o me muero en esto o salgo adelante”, afirma. 

En ese momento José sintió “algo” que marcó su vida y fue el comienzo de una nueva etapa. “Yo me encontré con Dios. Me vino un deseo ferviente de empezar de nuevo. Hay un ser divino que está dispuesto ayudarte, yo lo busqué. A partir de esa experiencia nace un nuevo José Luis con ganas de luchar y salir adelante”, sostiene. 

SEGUIR LUEGO DE LA OSCURIDAD

José recuerda la primera vez que salió a caminar a la calle luego de perder la vista. “Fue un aprender a caminar nuevamente, me topé con las primeras barreras los perros en las aceras, los espinos que algunas casas tienen, las aceras”, describe.

Después de aceptar que su vista no volvería y que tenía que aprender a convivir con esa falencia, todos sus demás sentidos se agudizaron, sobre todo el olfato y el oído. 

Ingresó al Instituto Boliviano de la Ceguera (IBC) a los 29 años. Ahí aprendió a usar el bastón, manejar la computadora y comenzó a recuperar todas sus demás habilidades. 

Ya adaptado a su nueva vida, sintió la necesidad de estudiar Teología en el Seminario Teológico Boliviano. Después, gracias a una beca del IBC, ingresó al Centro Boliviano Americano (CBA) a estudiar inglés hasta completar el curso completo. “Tuve que vencer y aceptar mi condición, y dije ‘no estoy solo, Dios está conmigo’”. 

Sus ganas de aprender no quedaron satisfechas y empezó a estudiar Derecho en la Universidad Mayor de San Simón. Termina al año y está tan emocionado que siente que ya “acaricia” el título. “Me animé por un tema de estar con la gente y apoyar a los chicos, a la población con discapacidad, segregada”, asegura.

Desarrollarse en diferentes entornos lo puso, muchas veces, en situación conflictiva. Pozo asegura que lidiar con la sociedad puede ser más complicado que cualquier otro problema. “Las barreras actitudinales son las que tenemos que encarar más duro que las barreras arquitectónicas”, cuenta y añade: “Nos ven con un bastón y a veces la gente piensa que vamos a pedirles dinero. Esa es la percepción de la sociedad, siguen viendo a la discapacidad con lástima”. 

Su primer trabajo después de perder la vista fue como maestro de Teología. Después pasó al IBC a enseñar computación a otros niños y jóvenes con discapacidad visual. Le fue bien en esa experiencia, se ganó el cariño de los miembros y, poco después, salió la convocatoria para el puesto de Director del centro Manuela Gandarillas, al que postuló y ganó por mérito propio. 

SU FAMILIA, SU SOSTÉN 

José Luis está casado con Rosa Ugarte y juntos son padres de tres hijos: Sarael, de 19 años; José Natanael, de 15, y José Daniel, de 10. 

La paternidad es otra de las experiencias que enfrentó luego de perder la visión. Pese a cualquier limitación,  José destaca esa etapa como una de las más felices de su vida. “Yo me cargaba en la mochila al bebé y nos turnábamos con mi esposa. El trabajo no era únicamente para mi esposa, también tenía que cooperar. Entonces, ella me ayudaba a no tropezar en la calle, me guiaba”. 

La relación con sus hijos es muy cercana, pese a que a veces siente que, por estudiar, les quita tiempo. Sin embargo, su mayor enseñanza es mostrar, con el ejemplo, que siempre se debe salir adelante, sin importar qué suceda. 

El apoyo de su mamá también es fundamental en su vida, al igual que el de sus hermanos. “Mi mamá es mi inspiración para seguir adelante. Ha sido el pilar que ha sostenido mi vida, siempre ha estado en todo momento”. 

Pozo es un hombre soñador, con ganas se seguir aprendiendo y creciendo como persona. Afirma que tiene como objetivo estudiar un posgrado, en el exterior, sobre derechos humanos. 

La oscuridad y después la luz, así fue para José Luis. Perder la vista fue el renacimiento de otras cosas que lo hicieron sentirse pleno y, lejos de creer que algo le falta, considera que tiene aún mucho camino por recorrer.