Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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‘Villarroel, un anhelo truncado’, de Gustavo Rodríguez Ostria

Sobre la última obra del historiador y diplomático boliviano, cuyo borrador terminó antes de su fallecimiento el 14 de noviembre de 2020. El libro se encuentra disponible a través de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional
Portada de la obra del historiador Gustavo Rodríguez Ostria.    GOBERNACIÓN DE CBBA
Portada de la obra del historiador Gustavo Rodríguez Ostria. GOBERNACIÓN DE CBBA
‘Villarroel, un anhelo truncado’, de Gustavo Rodríguez Ostria

En la última entrevista que daría, Gustavo Rodríguez Ostria habló con Yuri Torrez acerca de su vocación como historiador. La entrevista, concedida por Gustavo in extremis, terminaba de la siguiente manera:

“[La historia] permite una interacción entre ese pasado que no está muerto y este presente que necesita del pasado y está vivo... En ese juego me parece que hay algo interesante. [No he vivido en una torre de marfil a fin de que] mi vida sirva para iluminar el pasado. Y ese pasado sirva para iluminar mi propia vida. El pasado se repite porque los problemas centrales de este país no se han resuelto. [Soy] militante del pasado para [lograr] un presente y un futuro distinto. [Milito en] el pasado, no para contemplar ese pasado, no para [deleitarme] en ese pasado, sino para intervenir en el presente”. 

Con esta motivación “presentista” –que se dice es la misma en todos los historiadores– Rodríguez Ostria escribió su último libro Villarroel. Un anhelo truncado, cuyo borrador terminó antes de su fallecimiento el 14 de noviembre de 2020. El manuscrito fue completado y publicado el año pasado por su amigo Alfonso Bilbao Liseca, en una edición de la Biblioteca de la Asamblea Legislativa Plurinacional. Rodríguez Ostria escogió el tema, que no era habitual en su trabajo (orientado a la economía, los procesos de larga duración y las guerrillas guevaristas), por sus resonancias con lo sucedido a fines de 2019, es decir, con la caída de Evo Morales en medio de unas circunstancias que unos querían clasificar como “revolución liberadora” y otros como “golpe imperialista”. La obra, entonces, subraya estas resonancias.

Recordemos: El presidente Gualberto Villarroel fue depuesto y asesinado el 21 de julio de 1946 en el asalto del Palacio Quemado por una muchedumbre enfervorizada contra su supuesta “dictadura”. Rodríguez Ostria analiza lo sucedido. Admite la espontanea participación de vecinos y sindicatos en esta asonada, pero también llama la atención sobre la presencia de milicianos armados del Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR), partido que, a despecho de su nombre, funcionaba como la punta de lanza de la reacción de la élite tradicional contra la actitud rupturista de Villarroel. Asimismo, muestra la participación en los sucesos del Regimiento Loa, que vino a La Paz a defender a Villarroel y “se dio la vuelta”; recuerda que el Palacio fue atacado por un tanque del ejército y, sobre todo, toma en cuenta la decisión de los mandos militares de “dejar hacer” al populacho, sin mover un dedo para defender a su díscolo camarada de armas. En suma, presenta un panorama que combina las características –teóricamente contradictorias– de un golpe de Estado, por un lado, y un levantamiento de masas, por el otro. Lo mismo que en 2019.

Un complejo de hechos aparentemente contradictorios suele dar pie a interpretaciones disímiles. En las caídas de Morales y de Villarroel operaron dos bandos: el formado por gente de clase media: estudiantes universitarios, vecinos de barrios acomodados, profesionales liberales, maestros, policías y militares, que protagonizaron la revuelta con el apoyo de ciertos sindicatos obreros; y el constituido por los partidarios de los presidentes derrocados: militantes de clase media ideologizados y sindicatos plebeyos (mineros y campesinos en el caso de Villarroel; campesinos y comerciales en el caso de Morales). Cada uno de estos bandos ensayó una interpretación que fuese conveniente para su lado: los primeros enfatizaron el carácter popular y espontáneo de lo sucedido, la presencia de las masas; los segundos, las trazas de conspiración y la participación de militares, que para los bolivianos son equivalente de “cesarismo”, es decir, de primitivismo político y brutalidad despótica. 

Rodríguez Ostria no explica la razón de estas tendencias, pero la misma está implícita: En la era moderna, en la que vivimos, se cree a pie juntillas que “vox populi vox Dei”. Por tanto, una revolución popular resulta menos pecaminosa que un golpe conspirativo, aunque ambos sean igualmente contrarios a la democracia (e incluso una revolución pueda constituir un escenario más terrible para los derechos humanos). 

¿Qué implica esto? Si hasta ahora la academia sigue discutiendo si la asonada contra Villarroel fue una revolución o un golpe, depongamos la esperanza de saber alguna vez, a ciencia cierta, si el derrocamiento de Morales se debió a “golpe o fraude”. 

Por supuesto, el libro de Rodríguez Ostria consigue mucho más que trazar este paralelismo histórico, que obedece a la simetría sociológica de los bandos en pugna. Rodríguez Ostria era uno de los más importantes historiadores bolivianos y este su último libro no lo desmiente, aunque, por supuesto, no llegue a la dimensión de “Teoponte” o de sus estudios de historia económica.  

En todo caso, nos permite conocer, más allá de los sucesos políticos, a las fuerzas sociales que los personajes de este drama shakesperiano encarnaron (además de cumplir sus propios y personales destinos). 

Villarroel era un hombre exaltado y violento, y esto se reflejó en su gobierno y marcó su trágico fin. Fue uno de esas personalidades viriles, decididas y atormentadas por su patriotismo que destacaron en la Guerra del Chaco; se parecía a Germán Busch, a quien siguió, por una vía distinta, en el tránsito de la autoinmolación. Rodríguez Ostria, que nunca fue un historiador dado a estudiar a los grandes individuos, no se enfoca en su figura (que aun espera un retratista a su medida), sino en aquellos fenómenos sociales que –sin saber muy bien cómo– Villarroel representó y de cuya victoria en 1952 fue el profeta y el mártir. Como dice Yuri Torrez en su reseña de Villarroel. Un anhelo truncado, también en este libro Rodríguez Ostria hizo historia social. 

Así, con pluma elegante y precisa, esbozó el retrato de dos gigantes mucho más grandes que la figura de carne y hueso que, por breves meses, los encarnó: La clase minera, que en tiempo de Villarroel alcanzaba su autoconsciencia y por tanto su hambre de poder, y la marea cobriza de aymaras y quechuas que, pese al enorme yugo de ignorancia e inseguridad que habían colgado en su cuello 500 años de tiranía, comenzaba a hallar su “ajayu” y a exigir lo que nunca se le había dado: un trato de rasgos humanos. En ese plano, Rodríguez Ostria es magistral.

La obra tiene algunas falencias de investigación y un par de errores, uno de los cuales me interesa particularmente, porque se refiere a Ernesto Ayala Mercado, a quien estudié en mi reciente libro La revolución permanente en Bolivia. Ayala, Lora, Zavaleta. Hablaré de ello en otro momento. Aquí añadiré simplemente que Villarroel. Un anhelo truncado es un digno mensaje de despedida de quien fue, sin duda, el mayor historiador marxista de nuestro país. Conmueve pensar que Gustavo –¡con qué confianza en los hipotéticos lectores del futuro!– consagró generosamente sus últimas fuerzas a concluirlo.