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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Sobre el suicidio de un artista (I)

Cecilio Guzmán de Rojas, el pintor boliviano más importante de la primera mitad del siglo XX, escogió un agreste paraje de Llojeta para acabar con su vida. Los motivos y las circunstancias de ese hecho permanecen sumidos en el misterio 
Sobre el suicidio de un artista (I)

Cecilio Guzmán de Rojas se disparó 2 veces en el pecho el 14 de febrero de 1950 en predios de la hacienda del coronel Vargas Bozo ubicada en la zona rural de Llojeta de La Paz.   Unos minutos después fue encontrado todavía con vida por un comunario de la zona quien alertó a los vecinos de la presencia de un extraño que se desangraba tendido en el suelo. Cuando la policía llegó, a la mañana siguiente, habían pasado varias horas desde que el pintor había muerto en medio de terribles dolores. 

El hecho constituye uno de los acontecimientos más importantes en la Bolivia de mediados del siglo XX.  Después de identificarse el cadáver la noticia corrió como la pólvora entre la ciudadanía paceña hasta llegar a los principales diarios locales.   En los siguientes días el Gobierno nacional declaró Duelo Nacional, el cuerpo del artista fue velado en la Biblioteca Municipal y a su entierro en el Cementerio General llegaron decenas de personalidades y delegaciones oficiales de múltiples instituciones.

Los motivos de la autoeliminación de quien fuera el principal artista boliviano de la primera mitad del siglo XX permanecerán desconocidos para siempre.  Distintos autores plantean hipótesis que van desde un posible desengaño amoroso hasta un estado de locura intermitente que el artista habría sufrido durante sus últimos años.   Las biografías coinciden en señalar, sin embargo, que Guzmán de Rojas había regresado permanente afectado, física y psicológicamente, de la Guerra del Chaco (1932-1935) y que a su ya depresivo estado de ánimo se sumó, hacia 1947, la sustracción de las anotaciones de sus investigaciones sobre una supuesta técnica perdida del Renacimiento, mezcla de pintura y alquimia, llamada “coagulatoría”. 

Las circunstancias que rodean la muerte de Guzmán de Rojas son igualmente enigmáticas, aunque los registros de la época sean ciertamente muy prolíficos en detalles.  Entre ellas figura también un hecho un tanto escabroso: el hallazgo, a unos metros del lugar de donde se había levantado su cuerpo, de una pequeña escultura de arcilla en cuyo interior se escondía la fotografía de una mujer clavada con alfileres junto a una maraña de cabellos rubios y negros, posible último acto de magia negra de un suicida afecto al esoterismo, a lo sobrenatural y a la controversia. 

Registros periodísticos y forenses 

Los pormenores sobre la muerte de Guzmán de Rojas no se encuentran en ninguna de las biografías publicadas sobre el artista. Tampoco son consignados en los libros de Historia del arte del siglo XX, que se limitan a sugerir una coincidencia entre este hecho y el fin definitivo de la era del Indigenismo en el arte nacional.  

Los datos sobre el suicidio de Guzmán de Rojas tienen que buscarse en fuentes periodísticas y documentos de la época.  Dos de estos materiales resultan esenciales para iniciar las investigaciones: una crónica periodística de Juan Capriles publicada en el periódico La Razón el 12 de mayo siguiente y las actas forenses de la Policía firmadas el 6 de marzo por el famoso Dr. Alberto Mariño.  Combinando y contrastando ambos materiales con notas de periódicos de la época como El Diario, La Nación, La Razón y Tribuna uno puede hacerse una buena idea de lo que probablemente aconteció en Llojeta. 

El último día de Guzmán de Rojas comenzó aproximadamente a las 14:00 en su casa ubicada en la avenida Abdón Saavedra del barrio de Sopocachi.  Aquel martes la modelo de nombre desconocido con la que se encontraba trabajando había faltado a su cita habitual en el taller del pintor y éste, “sin razón especial”, se habría sobrexcitado violentamente llegando a amenazar a sus familiares con quitarse la vida mientras blandía la navaja que utilizaba para rasurarse.  Se habría producido un enfrentamiento físico para despojarle del arma, hecho que refuta la versión periodística de un “pequeño disgusto familiar”.  Luego de un escándalo ya relativamente habitual en la casa de un artista con ataques intermitentes de psicosis, éste subió a su estudio para, a los pocos minutos, salir presuroso cargando, sin que nadie lo advirtiese, su pequeña pistola Sauer calibre 32.  El relato de Capriles consigna enfáticamente que también “llevaba un paquete debajo del brazo”.

Por testigos se sabe que el pintor llegó a la zona de Llojeta entre las 16:00 y las 16:30 ingresando a las tierras de un coronel apellidado Vargas Bozo.   Emprendió su caminar por delgados senderos de tierra rodeados intermitentemente de precarias construcciones de adobe y sembradíos.  Capriles consigna, incluso, que una joven indígena lo habría visto tropezar con un matorral en su rápido andar, detalle que pudiese indicar tanto su estado nervioso como describir la topografía accidentada del escenario circundante.  

Tras unos minutos de caminata Guzmán de Rojas arribó a un paraje alto desde donde podían contemplarse las níveas cumbres del Illimani.  Escogiendo ese lugar para sellar su destino se habría detenido unos minutos reclinando su espalda contra un muro bajo de adobe.  Luego el artista se abrió el chaleco y la camisa para disparase a quemarropa en el pecho.

De acuerdo a los reportes los dos disparos que el artista se infringió tenían trayectoria de arriba hacia abajo, ingresando por la tetilla izquierda y atravesándolo por la espalda. “Se justifica el segundo proyectil como efecto de una reacción nerviosa refleja inmediata, a consecuencia del primer disparo”, explica Capriles, mientras que el informe de Mariño plantea más bien que tras que el primer disparo “fallido” que no alcanzara a dañar ningún órgano vital, el artista mantuvo suficiente compostura física y mental para, de rodillas e inclinado hacia adelante, dispararse una segunda bala que “lesionó  gravemente la base del pulmón e importantes vasos arteriales y venosos…”.  Tras los dos destellos el cuerpo del artista cayó a tierra.   

A los pocos minutos, y seguramente llamado por los estruendos de los disparos, un indígena llamado Tomás Plata encontró al artista tirado de bruces con abundante sangre brotándole del pecho y de la boca pero todavía con vida. Mientras Plata fuese a buscar ayuda, Guzmán de Rojas habría alcanzado su acometido final hacia aproximadamente las 18:30.

Por la información de Mariño, se sabe que la muerte del artista fue lenta y dolorosa. El disparo que le perforó el pulmón izquierdo hizo que “en medio de bruscas contorsiones” se mordiese la lengua hasta hacerla sangrar.  El líquido vital que brotaba de su boca, sumado a hondos y secos estertores, le causaron seguramente una agonía ciega.  Un reporte forense temprano consigna que de haber sido atendido a tiempo se hubiera podido salvar su vida.   

El artista pasó sus últimos minutos Iluminado por el sol del ocaso y rodeado de un paisaje que había inspirado muchas de sus pinturas y dibujos ya desde su primera residencia en La Paz en 1919.  De acuerdo a varias fuentes, solía visitar con cierta regularidad la zona de Llojeta, solo o en compañía, para contemplar el paisaje o para tomar apuntes con los cuales luego efectuaría alguna pintura. Le habían fascinado sus altas formaciones geológicas que quedarían plasmadas en varios de sus cuadros de diferentes periodos, especialmente en paisajes firmados en 1939 y 1940.  Si, como decían ciertos rumores, había aprendido su “magia” de los indígenas, también es posible que acudiese al lugar a encontrarse con alguno de éstos o a realizar, en la soledad de la montaña, rituales desconocidos.  

La policía llegó al lugar al día siguiente en horas de la mañana. La identificación del cuerpo del artista es otro de los temas en los que distintas fuentes periodísticas entran en contradicciones. Unas señalan que el nombre del artista se encontraba bordado en el interior de su sombrero, otras que su cuerpo hubiera sido reconocido recién varias horas después por los vecinos de la zona de Sopocachi mientras era trasladado cargado en una manta por los comunarios.  Sobre esta tardía identificación debe recordarse que, a pesar de la fama que gozaba entre las clases medias y altas paceñas desde su regreso a Bolivia en 1929, Guzmán de Rojas no presentaba un aspecto físico particularmente distinguible: de tez morena y lampiña, rasgos faciales angulosos, corta estatura y complexión delgada, podía pasar por un mestizo urbano cualquiera, o, dada su ascendencia quechua, incluso, por un indígena próspero y bien ataviado.

Acaso por la importancia del personaje, se ordenó en días siguientes la realización de una investigación a profundidad sobre el hecho, tarea que fue encomendada a la División de Investigaciones de la Policía dirigida por Víctor Manuel del Castillo y el Gabinete Criminalístico en el que el Dr. Mariño fungía como jefe de Laboratorio.  Se realizó una autopsia, se colectaron declaraciones a familiares, amigos y vecinos del artista y comunarios de Llojeta, se tomaron fotografías y se dibujaron planos y esquemas.  El informe de Mariño, corroborado por una reconstrucción del hecho realizada varios días después, consigna que todas las indagaciones concluían que la muerte había sido auto infringida. 

Uno de los asuntos que sale a la luz en el relato periodístico de Capriles - y que quedaría grabado en la memoria colectiva con ciertas distorsiones como se ve en notas periodísticas publicadas en décadas posteriores - es el hallazgo de una tosca escultura moldeada en arcilla a cierta distancia de donde el artista se había matado. De acuerdo al autor, en el interior de esta se había encontrado “una fotografía de mujer atravesada con un alfiler; cabellos negros y rubios” habiendo corroborado la policía su pertenencia al artista tanto por las huellas digitales impresas en sus superficies como por la coincidencia de los cabellos negros con los de su cabeza. Salvo las fotografías que se publicaron en La Razón, no quedan mayores registros de este objeto que se habría perdido en circunstancias de esclarecidas de los archivos policiales en años posteriores.    Aunque el informe de Mariño publicado en El Diario el 13 de marzo siguiente no refiere el extraño ítem, sí menciona que en uno de los bolsillos del paletó que vestía el artista se encontró un vetusto cuchillo de cocina que probablemente haya sido llevado al lugar con el propósito de enterrar algo.

Sobre este objeto, Capriles señala: “Se sabía que, absorbido por las prácticas de la magia, Guzmán de Rojas hacía pequeñas figuras de aquellas personas que le eran particularmente afectas o desafectas. Al salir de su casa en busca del descanso definitivo, quiso llevarse consigo la figura que representaba a la persona que entonces constituía el objeto obsesivo de su preocupación. No lo llevó hasta el lugar la muerte. Lo escondió, con la certidumbre de que nadie lo hallaría jamás, en aquella quebrada que encontró a su paso…”. 

Ninguna de las fuentes consigna la identidad de la mujer de la fotografía, la dueña de los rubios cabellos. 

Investigador en artes y artista