Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Recuerdos que hablan: un libro sobre los refugiados judíos en Bolivia

Una mirada a la obra ‘Hotel Bolivia. La cultura de la memoria en un refugio del nazismo’, del autor Leo Spitzer, que fue recién presentada en su versión en español por Plural Editores. El libro se encuentra disponible en todo el país.
Portada de la obra de Leo Spitzer, acompañada de una imagen de archivo del libro que documenta  la presencia nazi en La Paz, Bolivia. CORTESÍA DEL AUTOR
Portada de la obra de Leo Spitzer, acompañada de una imagen de archivo del libro que documenta la presencia nazi en La Paz, Bolivia. CORTESÍA DEL AUTOR
Recuerdos que hablan: un libro sobre los refugiados judíos en Bolivia

Por el año 1998, Leo Spitzer publicó el libro Hotel Bolivia. The culture of memory in a refuge from nazism (New York: Hill and Wang, 1998), que tuvo una nula recepción académica en Bolivia, debido a que la editorial estadounidense no puso en circulación el texto en suelo boliviano, y otro factor de ello, es que fue publicado en idioma inglés. Estos dos factores –entre otros–, imposibilitaron por largo tiempo conocer una parte de la historia contemporánea de Bolivia, en donde los protagonistas de esta historia fueron los emigrantes judíos que llegaron a una tierra desconocida por azares del destino. Luego de veintitrés años de aquella primera edición, acaba de publicarse la edición en español de la obra intitulada Hotel Bolivia. La cultura de la memoria en un refugio del nazismo (La Paz: Plural editores, 2021). 

Leo Spitzer 

Lo que se sabe del autor es que nació en la ciudad de La Paz el año 1939 a causa de que sus padres llegaron a suelo boliviano, tras escapar de la persecución nazi antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), que tuvo como desenlace la instauración de los campos de concentración y millones de judíos que murieron en el Holocausto. Según rememora Spitzer en el prefacio: “Comencé mi educación primaria en esa ciudad (La Paz). Crecí hablando español, pero también alemán, el idioma usado por mis padres, mis parientes y la comunidad de refugiados de la que era parte, la mayoría de ellos judíos de Europa Central que habían llegado a Bolivia huyendo de la persecución nazi. Desde mis diez años de edad, he vivido en los Estados Unidos donde, hasta mi retiro de la enseñanza hace seis años, fui profesor de Historia Comparativa en Dartmouth College y en la Universidad de Columbia”. En el campo académico llegó a publicar: Lives In Between: Assimilation and Marginality in Austria, Brazil, and West Africa; The Creoles of Sierra Leone: Responses to Colonialism, entre otros.       

En busca de la salvación 

El libro de Leo Spitzer no pertenece a la actualidad, ya que es una reconstrucción histórica de las peripecias de su familia –y de otros emigrantes– que fueron refugiados de Austria a Bolivia, en junio de 1939. Para tener un panorama global del contexto político de Europa Central, se debe puntualizar que en esos años hubo una creciente intolerancia hacia los judíos, la cual fue tonificada a través de los medios masivos de comunicación, en donde resaltaban la “diferencia e inferioridad biológica/racial y convencer a las masas de que esas características eran insuperables y permanentes”. 

El gobierno nazi para determinar la categoría segregacionista de “judío” utilizó su implacable y efectiva burocracia para acatar las Leyes de Núremberg de 1935 (Ley de Ciudanía del Imperio y la Ley para la protección de la sangre y el honor alemán). Para Spitzer, estas normas jurídicas “proveyeron la base legal para la discriminación y la exclusión antisemita, al servir como la base ‘racial’ para la privación de los derechos políticos y cívicos de todas las personas categorizadas de ‘no tener sangre alemana’. Aunque estas leyes no estuvieron formalmente incorporadas en estatutos de Austria hasta mayo de 1938, en efecto funcionaron inmediatamente después del Anschluss –palabra alemana que significó unión, reunión o anexión.​ La cual fue usada para referirse a la fusión de Austria y la Alemania nazi en una sola nación, como una provincia del III Reich–, como guías para la implementación de las medidas anti judías”. 

Frente a este sombrío panorama, muchas familias que no habían considerado la salir de su país, comenzaron hacer filas en embajadas, consulados, agencias de viaje, y en puertas de la Hilfsverein (Asociación de ayuda), con el fin de salir a países europeos vecinos, como Francia, Países Bajos, Checoslovaquia, Inglaterra, Bélgica, Suiza, Dinamarca, Palestina, Estados Unidos, y países distantes, en donde figuraba el extraño nombre de Bolivia. En ese intervalo, gradualmente se fue frenando toda salida, al “racionalizar” la burocracia con procedimientos engorrosos de acuerdo a una secuencia establecida y dentro de un tiempo limitado, marcado por un sello con fecha de expiración. Al poco tiempo, hubo el cierre de las fronteras y en las distintas oficinas de migración se encontraba el aviso: “ya no hay visados para los judíos”.         

¿Qué se sabía de Bolivia?

“Antes de que mis padres y otros refugiados dejaran Europa –indica Spitzer–, Bolivia había sido para ellos no mucho más que un lugar en el mapa de Sudamérica. No sabían nada de su geografía ni de su clima, y menos aún de su historia, gobierno o economía”. Pero más allá del desconocimiento geofísico, lo que realmente impulsó a los emigrantes fue su desesperación por encontrar un país que los acogiera, “estaban dispuestos a ir a cualquier lugar en el que pudieran vivir con algo de seguridad”. Los que lograron recibir la visa del consulado de París para luego partir a Bolivia, tuvieron la siguiente interrogante: “Bolivia, dígame ¿dónde queda?”. “Muchos de los refugiados, quizás la mayoría, solo tenían una idea remota del medio cultural y étnico al que iban. De habla española, católicos, indígenas: esos eran los términos que asociaban vagamente con los habitantes del país que les ofrecía asilo”. 

Primeras impresiones sobre Bolivia

Después de un largo y desconcertante viaje llegaron a territorio chileno, para luego trasladarse a Arica, y de ahí partir rumbo a La Paz. Son interesantes los testimonios orales que logró recoger Leo Spitzer de aquellos inmigrantes que arribaron a aquella pequeña ciudad de fines de los años treinta. Se tiene registrado por ejemplo, el recuerdo de Heinz Pinshower que dice: “No esperábamos que la altura fuera tan opresiva. En el tren de Arica a La Paz, las narices y las orejas de la gente sangraban. A algunos hasta les dio una hemorragia”. Por su parte, Hanni Pinschower manifiesta: “Los indígenas. Nunca habíamos visto nada parecido. Ya en el tren, en las paradas, eran una verdadera novedad: nosotros los mirábamos, ellos nos miraban”. Desde otro punto de vista, Renate Schwarz indica: “Lo que inmediatamente me impresionó de La Paz fue el mal olor, una impresión terrible. Las calles olían horrible. Los indígenas orinaban y defecaban en las calles. Las mujeres se agachaban en la calle, se levantaban las faldas y hacían lo suyo. No había instalaciones sanitarias públicas. Y llevaban sus recuas de llamas por las calles. Y las llamas escupían y dejaban sus pequeños rastros. Las mujeres indias llevaban faldas múltiples y mantas de colores. A veces estaban bellamente vestidas, ricamente vestidas, con alfileres de oro y plata y pendientes de oro. Pero no tenían cultura. No tenían civilización”, entre otros.      

Imágenes de la diferencia 

Los distintos sentires de los refugiados son ambivalentes, por un lado, resaltan la naturaleza “espectacular” del Altiplano y las cálidas tierras del oriente, pero, a la vez la sienten como un obstáculo para su adaptación: “Al llegar por primera vez a La Paz, o cualquier lugar del Altiplano andino, la mayoría se enfermaba con el mal de altura (sorojchi), y sufría, por la falta de oxígeno, insomnio, dolores de cabeza y de cuerpo (…). Y si se trasladaban a las tierras bajas semitropicales o tropicales de Bolivia, con sus altas temperaturas y humedad, se enfrentaban al peligro de enfermedades para las que el clima templado del que habían emigrado no les proporcionaba inmunidad ni tolerancia”. A pesar de ello, los visitantes sintieron gran inquietud cuando chocaron con los pueblos indígenas de occidente, y vieron en ellos “diferencia” y “extrañeza” al contrastar con su propia cultura, que se diferenciaban en su forma de vestir, sus costumbres, sus prácticas, sus festivales, sus comidas, “se comunicaban en idiomas que ninguno de los inmigrantes había escuchado antes, su psicología y su visión del mundo parecían inaprehensibles”, dice Schwarz. Estas descripciones quedaron plasmadas en varios álbumes fotográficos, que a la larga constituyen un vivo retrato de la vida cotidiana de La Paz de los años cuarenta.  

Walter Sanden 

Dentro de los refugiados que llegaron a Bolivia, se encontraba el litógrafo y grabador Walter Sanden. “Mis padres –dice Spitzer– acumularon muchos de los impresos monocromos de Sanden, en quebradizo papel de sábana, que hizo en los primeros años de la migración, así como las litografías multicolores más elaboradas que lo caracterizaron más tarde”. Se puede mencionar por ejemplo, su obra intitulada Bolivia Pintoresca: 16 Litografías originales en colores de Walter Sanden (La Paz: Edición privada de Sanden, s.f. [¿1940?]). En tal sentido, el legado artístico de Sanden, “se caracteriza por un estilo de composición sencillo, de detalles escasos, de contornos y trazos muy bien definidos. Y por uso del naranja brillante, del amarillo y del ocre –colores asociados a las mantas y polleras indígenas–, en litografías que parecen capturar la gama de paisajes típicos de Bolivia”. También Spitzer resalta que Sanden cultivo el dibujo cómico, que era autoreflexivo y tolerante, conocido como el “humor judío”. Un humor que suponía una relación con las circunstancias que, incluso en los peores momentos, no dejaba de proclamar su intenso amor por la vida y su pulsión de supervivencia. 

Memoria histórica    

Un dato interesante que relata Spitzer es acerca de las recurrentes preguntas que le hicieron a lo largo de su vida. Unos querían saber cómo era Bolivia, y otros, le sondeaban sobre el rol que desempeñó Bolivia en los años del Holocausto. Sobre este último punto, el autor recoge las siguientes interrogantes: “¿No es ahí donde escondieron muchos nazis después de la guerra?”, “¿No es Bolivia el país donde vivía el criminal de las SS que fue capturado y luego juzgado en Francia?”, “No es ahí donde Barbie y otros nazis se ocultaron?”. Al respecto, Leo Spitzer manifiesta: “Sin duda es una ironía, sino una injusticia, el hecho de que para muchos europeos y norteamericanos Bolivia haya adquirido la reputación principal de haber sido un refugio de criminales de guerra nazis, mientras que su historia [fue] un lugar de refugio y salvación para miles de judíos y no judíos [este acontecimiento es] poco reconocida, si no desconocida”. Recordemos que el libro de Spitzer fue publicado en 1998, y posterior a ello, no faltaron investigadores que se preocuparon sobre esta temática, como es el caso del historiador boliviano Léon E. Bieber quien publicó: Presencia judía en Bolivia: la ola inmigratoria de 1938-1940 (Santa Cruz de la Sierra: Editorial “El País”, 2010), libro que fue traducido al alemán el año 2012; Dr. Mauricio Hochschild. Empresario minero, promotor e impulsor de la inmigración judía a Bolivia (Santa Cruz de la Sierra: Editorial “El País”, 2015); y Judíos innovadores en Bolivia. Aporte al desarrollo y gratitud (Santa Cruz de la Sierra: “Lewy Libros”, 2015).   

Nazis en las calles   

Para los inmigrantes judíos fue inevitable escapar de sus fantasmas y sus espectros que tenían el nombre de “nazismo”. Recuerda Spitzer, que durante la década de 1940 y 1950, muchos refugiados estaban convencidos de que había nazis caminando por las calles de La Paz: “Una mañana, meses después del fin de la guerra, –refiriéndose a su abuela– había regresado a nuestro apartamento en Miraflores gritando: ‘Dios mío, acabo de ver a Goebbels cerca del mercado. ¡Está vivo!’. En mi familia, esas palabras fueron luego citadas con mucha frecuencia”. Pero estas apariciones no eran en su totalidad fruto de traumas, “algunos de esos villanos eran de carne y hueso”, tal como recuerda Heine Lipczenko: “Muchos criminales nazis llegaron al país (y probablemente todavía estén ahí). Fueron absorbidos por la comunidad alemana local. Eran protegidos por militares bolivianos fascistas. E hicieron buenos negocios con empresarios bolivianos”. También Liesl Lipczenko afirma: “Si uno iba al Café La Paz al final de la tarde veía a muchos de estos nazis sentados, bebiendo, tomando café o cerveza, comiendo pasteles, conversando, como en su casa, cómodos. Por su puesto, se suponía que ningún judío entraba en ese café”. 

Al respecto, el libro muestra dos llamativas fotografías: en una de ellas se encuentran posando varios miembros del partido nazi en La Paz que data de 1935, y la otra, es del Colegio Mariscal Braun de La Paz, en la que se exhibe la insignia nazi y un retrato de Adolf Hitler. Estos retratos manifiestan que en Bolivia no hubo un rechazó a la ideología propagada por el nacionalsocialismo. Este aspecto fue advertido por el político Pedro Zilveti Arce el año 1946, cuando denunció al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) por tener en su programa de gobierno inclinaciones de “corte incontrovertiblemente filonazi”.         

El libro Hotel Bolivia nos recuerda un período poco conocido en nuestra historia, en donde los actores de este estudio fueron las familias de inmigrantes judíos, y es a través de sus vivencias que encontraremos información, curiosidades, aspectos culturales y personajes como el empresario minero Mauricio Hochschild, el litógrafo y grabador Walter Sanden, la polémica actuación del diplomático boliviano Eduardo Diez de Medina, entre otros. Pero la finalidad de esta investigación, tal como lo menciona Leo Spitzer, es una “modesta ofrenda de agradecimiento al pueblo boliviano por su inmensa bondad” por abrir sus puertas en un momento donde estaban en peligro muchas vidas. Un texto que merece ser leída por las actuales generaciones, y así conocer Bolivia a través de ojos ajenos: porque también la memoria es un viejo recurso para entender nuestro presente.