Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 00:01

Prólogo de ‘Lentitud’

Publicamos el escrito al inicio de la nueva obra de la poeta Vilma Tapia Anaya, editado por Plural Editores, que tendrá su presentación el 11 de agosto, a las 18.30, en la Feria del Libro de La Paz
La poeta Vilma Tapia Anaya y la portada de su más reciente obra. CORTESÍA
La poeta Vilma Tapia Anaya y la portada de su más reciente obra. CORTESÍA
Prólogo de ‘Lentitud’

La escritura poética de Vilma Tapia Anaya se sustenta en la indagación de su mundo interior, en sus caminos hacia la claridad, hacia lo esencial, como se lo ha dicho antes. Se trata pues de una poesía del alma que, en este libro, en esta Lentitud, deja leer el gesto de celebrar el encuentro inusitado, el azar concurrente (Lezama), esa hazaña misteriosa que la aúna con y en el lenguaje, con y en otros poetas, pensadores, pero también con y en el mundo vegetal. Todos estos elementos del mundo exterior se encuentran ya en sus anteriores libros de poemas con un acercamiento semejante. Sin embargo, este libro indaga, ahonda y se sorprende ante el engarzamiento, el encuentro inusitado, entre el yo poético y estos habitantes de su poesía, hasta llegar al gesto de una disolución con y en lo sagrado que pasa por lo cotidiano, donde se hace el camino de la escritura poética. No son extraños tampoco los encuentros con poemas de anteriores libros de la escritora, con algunos cambios en la disposición o en el título, pues en estos reencuentros se produce también una iluminación, esa chispa que hace volver a vivir las sensaciones, con leves diferencias. 

Los encuentros inusitados señalados hacen chispa e iluminan a modo de una epifanía: el fulgor de lo inesperado cala la piel, ¿no es esta una manera de aludir al amor? ¿a aquella fuerza que al juntar dos, lo conmociona todo?  En el poema inicial que va a manera de prólogo, dedicado a Blanca Wiethüchter, “Desde más atrás del olvido”, aparece el primer encuentro fulgurante entre ambas poetas por la escritura y por: el amor el amor / única / trazada senda, ese eros, origen de lo que será principio subyacente a este libro. 

Tres dimensiones de este amor se iluminan y conjuncionan en esta poesía:  los encuentros con otros autores, con el mundo vegetal y con la escritura. Si estos dos últimos están siempre presentes, el primero se produce a partir del viaje orientado hacia ciudades y lugares donde el cuerpo físico toca y siente las presencias pasadas pero perennes que la imaginación revive. Así, el encuentro con Darío a partir del volcán, un mundo de flores y vegetales que la poesía nos lleva a percibir, y la intervención de la voz del padre, hacen que los caminos se junten y compartan las hospitalarias frondas de la lengua. Es memorable el encuentro con Paul Celan en el poema titulado “Cernăuţi”, a partir de su ciudad natal, también marcado por el mundo vegetal: toqué la dorada sombra de tu haya / sus raíces entramado con el lenguaje, el follaje entrañable / de tu abecedario. Aquí no puedo dejar de evocar, por los violines y la danza con Celan sobre la madera consumada, el bellísimo poema de este autor “Fuga de la muerte” que alude a los campos de concentración nazis, donde perdió a sus padres. Sin embargo, creo que la fuerza del amor de este poema invierte el signo oscuro de esa “leche negra” e ilumina más bien al habitual ser humano y su trascendencia con los bellos versos tu pequeña cuna / fue en oscura gracia / lo mismo que el puente. Celan fue un productivo traductor de autores ingleses, franceses, italianos y portugueses al alemán, aunque también tradujo al rumano y del rumano, todo esto junto con su obra hacen a la trascendencia y a la noción de puente, que nuevamente remite a la posibilidad de los lazos que proyecta este libro. 

Tres son los encuentros con Derrida a partir de tres lugares o señas de una Argelia actual. En “Infancia del aquí” el mar y la arena anticipan un porvenir insospechado, luego el agave de El Biar, la planta llamada centenaria porque tarda en florecer, aludida como corona de paciencia, que remite al desarrollo del pensamiento del filósofo con la escritura: tus palabras peregrinando / oran / anhelan / preguntan / agotan cuadernos y finalmente una evocación, donde lo cotidiano sagrado de Argel reúne distintas lenguas, distintas creencias e ilumina el encuentro que se cierra con el pavo real, eco de ese jardín remoto que sería la posibilidad de la unión en la totalidad. 

Y así se suceden los encuentros con estos personajes, con los que se comparte la escritura. De todos ellos, creo necesario detenerme en el poema “De camino a la rosa”, que es el encuentro con el poeta Rainer María Rilke, donde el eros de esta escritura produce algo así como una transubstanciación: El temblor de los viñedos / recogió el color de tus ojos / y los que fueran errantes zapatos tuyos / están ajustando mis pies. Para seguidamente hacernos escuchar la voz del poeta, “¡Respirar, invisible poema!”, que será físicamente aspirada por la voz poética, por esta escritura: sube la marea vegetal hasta mis pulmones. Precisa y preciosa imagen del amor que se da al percibir ese camino que marca Rilke hacia el logro absoluto de la poesía, ese camino a la Rosa, símbolo de la perfección poética.  Esta finalidad es recogida en el último poema del libro, no en vano titulado “De camino”, retomando ese temblor de los viñedos pues aquí el viñedo / suelta una gota de vino y se ha desatado una amarra, se ha iniciado el camino con esa dirección, con esa finalidad, hacia la poesía como perfección: blancas naves esperan una solicitud / el enigma de la precisión y en consecuencia la cotidianidad está plena de esa ocupación, de esa búsqueda, como se ve en muchos de los poemas de este libro, pero en este cierra con: escucho anoto / Albergo / a las palabras.

Uno de los primeros poemas titulado “Paisaje de oro” me ayudará a cerrar esta lectura intentando acercarme al tema de lo sagrado, donde parecen converger todos los encuentros, pues aquí se ve al “hombre”, el hombre habitual que se cobija debajo de las lindes de una tierra / resplandeciente dorada hasta donde llegan los tallos que la eternidad mira plantar a tus manos. Pues bien, ese techo resplandeciente dorado, alcanzado por el producto de las manos humanas, es el símbolo de la realización absoluta, a la que aspira el hombre, o debajo de la que se cobija.  Y la realización absoluta, a la que podría llevar la acción de las manos —escribir, plantar— se da al vislumbrar lo sagrado en ciertos espacios como Nabadwip, en ciertas prácticas espirituales y de ascesis, pero también en el despojo: Arrastrada a otra orilla / soy despojada… A la altura de la hierba / reciente brote / entre los dedos de mis pies se exhibe sagrada / mi noche.

Esta es, a grandes rasgos, una primera aproximación al mundo de Vilma Tapia Anaya en este libro, un mundo inmenso que se abre al misterio, a lo sagrado y a lo desconocido. Por lo que el lector tiene mucho más que ver y sentir en esta poesía, experiencia para la cual quisiera que esta propuesta sirva como invitación.