Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
  • Actualizado 08:49

Otra justicia

El presente ensayo se basa en una serie de apuntes sobre la obra de Nietzsche y Marx, además de sus intérpretes más destacados y algunos debates actuales sobre las derivas de la reflexión política actual
Un grupo de jóvenes manifestantes están siendo procesados por intentar derribar el monumento de Cristóbal Colón en La Paz. El hecho sucedió el pasado 2 de agosto de 2021. APG
Un grupo de jóvenes manifestantes están siendo procesados por intentar derribar el monumento de Cristóbal Colón en La Paz. El hecho sucedió el pasado 2 de agosto de 2021. APG
Otra justicia

El presente ensayo se basa en una serie de apuntes sobre la obra de Nietzsche y Marx, además de sus intérpretes más destacados y algunos debates actuales sobre las derivas de la reflexión política actual. Esta constelación de ideas solo tiene algunas precisiones personales, que por la fascinación con los autores mencionados no recurre explícitamente a su referencialidad académica o militante. Lejos de ésta pretensión, este texto sigue más bien un impulso que coincide con estímulos generados por una serie de acontecimientos particulares que enmarcan su contexto: un grupo de jóvenes está siendo perseguido por la justicia boliviana con la excusa de que éstos han destruido el monumento a Cristóbal Colon en la ciudad de La Paz, el colectivo de Mujeres Creando va generando una serie de actos políticos frente al descalabro del sistema judicial feminicida, y por otro lado, la activación de grupos de extrema derecha que re-articulan pulsiones rebeldes frente a las instituciones democráticas en nombre de la libertad.  

Con el riesgo de divagar en la generalidad espero que el sentido de este escrito solo continúe en la acción de cada lector, invitando a que cada uno recoja lo que sirva en esta deriva de palabras e imágenes, y que la justicia y la libertad encuentren un nuevo comienzo.

El olvido y la memoria

El estado nación moderno tiende a organizar la amnesia. El olvido civilizatorio es parte de los fines políticos y morales de su fundamento: la unidad de su constitución. Pues, para preservarse necesita que su origen sea olvidado como el hecho de violencia que fue: la colonia. Así, administrar la memoria y el olvido, la culpa y el perdón, conforman una economía de los sentimientos y las valoraciones a su cargo, en nombre de la justicia y la historia. 

La memoria es política, porque en la medida que crea islas de sentido sobre nuestros hechos y sus consecuencias, genera las posibilidades de asegurar el futuro en el inestable transcurrir del tiempo. Y todo ligado a la convivencia con otros, simplemente: poder aprender de nuestros errores. A nivel personal o grupal, la memoria es una forma de avanzar en la historia, entregándonos al pasado y al acto de sobre éste seguir haciéndonos, o, mejor dicho: prometiendo algo mejor para el futuro. 

Domesticar al animal social civilizado es el rol en el que coinciden el Estado moderno, las instituciones capitalistas y la iglesia católica, para convertir a aquel en un ser administrable, predecible y confiable. Las instituciones arremeten con toda su violencia sobre el animal olvidadizo, el ser humano, imponiéndole paradójicamente un exceso de memoria como estrategia de dominación. La mnemotecnia, ese conjunto de imágenes y procedimientos para guardar la promesa de las ventajas de vivir en sociedad, la razón, la seriedad, el dominio de los afectos, la unidad, la estabilidad, la burocracia, la crueldad, es finalmente la justificación de la injusticia.

¿Cómo hacerle una memoria al ser humano?, pregunta Nietzsche, ¿cómo seguir queriendo lo que ha sido querido, como si realmente hubiese sido fruto de nuestra voluntad? Con la promesa (responde), la cual presenta dos tipos: aquella donde prevalece la memoria sobre el olvido, esa que ofrece promesas en nombre del pasado (Arendt), memorias para estabilizar el tiempo; y aquella que se enfoca en el olvido, promesas de olvido de sí mismo, para proyectar el futuro. Una constriñe el cuerpo de culpa y deuda sobrecargando el pasado en nombre de la estabilidad del grupo, la otra expande la vitalidad del individuo soberano, capaz de distanciarse hasta de sí mismo para revalorizar la vida.

En este sentido, el contrato social demanda una teoría de la soberanía. ¿quién tiene la potestad de decir lo que se recuerda y quién no? Y, por consiguiente, ¿quién tiene la facultad de perdonar las faltas cometidas en nombre de la convivencia, y a quién?  La teoría de la democracia radical critica estos elementos bajo el estudio del perdón genuino, la amistad política, es decir: la posibilidad de encontrar la otredad. Lo demás es cosa de totalitarios. Veamos.

Al estar fundado en la violencia- el hecho colonial- el Estado (siempre capitalista) no puede administrar un perdón genuino, hacer justicia. Al ser impersonal, no tener rostro, como toda institución- así como la iglesia- su perdón es un intento por ordenar la reconciliación para su propia unidad y administrar la redención para mantener la verticalidad de sus amos. El perdón del Estado es por eso un simulacro, el ritual automático, la hipocresía, el cálculo o la caricatura. 

La soberanía del individuo, esa veta de pluralidad no mediada, ante el agenciamiento de la memoria, el olvido, el perdón de las instituciones sociales, solo tiene por recurrir a su propia vitalidad para encontrar una salida a la dominación: su propia responsabilidad. La responsabilidad de la acción humana es lo que debe pagarse por el precio de su libertad, la imposibilidad de predecir las acciones del grupo es el contrapeso de la pluralidad ganada. El sentimiento de culpa de la memoria agregaría, estimulado por el Estado y sus leyes, solo justifica una vez más la renuncia a la soberanía personal entregada al mejor postor en el mercado de las ideologías burguesas.

La responsabilidad del individuo soberano puede perdonar realmente porque olvida- como animal- con fuerza plástica sobre los hechos, convirtiendo lo que fue en lo que así se quiso que fuera, haciendo de la memoria histórica- esa añeja literatura del Estado- y el patrimonio cultural -ese registro del constreñimiento estético- un retorno renovado: una reinvención. El control de la soberanía queda así expuesto solo como el intento de cuidar las instituciones, la memoria y la culpa, y también de promover el resentimiento y la venganza como formas de justicia.

Ante esto, ¿la responsabilidad del individuo soberano puede generar alguna estabilidad para el grupo sin recurrir a la soberanía externa y vertical de las instituciones? ¿es posible hablar de esta responsabilidad como una forma política o solo como un escape de auto superación moral individualista? Los estudios de la teoría política contemporánea plantean estas preguntas en torno a un problema de mayor complejidad: una nueva teoría de la justicia.

¿Cómo crear una sociedad más justa en torno al hecho de la memoria, la culpa y el perdón? Esto es una labor que urge ser cultivada por los “intelectuales” de nuestro tiempo, un llamado al pensamiento crítico radical para salir del circulo de necesidades ideológicas al que nos vemos cada vez más y recurrentemente expuestos. Recoger la crítica como herramienta de liberación del espíritu personal, más que como caja de herramientas de resonancia ideológica. Ser y no tener. Más Nietzsche y Marx, menos Hegel y teologías.  

Urge transformar el afán de justificación histórica (el avance del espíritu y su concreción en Estado y Religión) en lugares de exploración geográfica y topográfica sobre los cuerpos (miradas fisiológicas sobre las personas). En lugar del desbordamiento abstracto de cualquier institución por sobre la vida, impulsar el desbordamiento concreto del yo hacia el otro. Superar la mirada de sobrevivencia, aquella que siempre justifica la explotación de uno mismo y la naturaleza (el otro), hacia la pluralidad de perspectivas; distanciarse de las dinámicas de apropiación y vecindad, hacia la máxima expresión de la libertad: volverse superfluo, experimentar la caída del yo ante el otro, y no elevarse sobre él. No dominar, sino tener poder propio. Vivir y no sobrevivir. Enfrentar y no escapar. 

Sin embargo, es preciso añadir a esto que es importante tener en cuenta que el proceso de estas transformaciones debe tener como elemento impulsor la lógica agonística, más que la superación dialéctica. En este sentido: no esperar un final, no venir de un principio. Enfatizar estos derroteros, rechazo de la mediación del perdón y la memoria en términos de soberanía estatal, abrir el campo reflexivo a una otra economía de los sentimientos: ante la justificación redistributiva (teología burguesa) propiciar el don, la entrega desinteresada; ante la memoria gregaria de estabilidad grupal, el olvido de sí mismo como recuperación de la animalidad, es decir por tanto, ante la justicia como corrección y castigo, la justicia como amor.  Por último, esperar que estas dicotomías solo se hagan patentes como excepciones, dejar que las regularidades de las contradicciones cumplan su rol y entender que la libertad y la justicia no tienen un fundamento, sino son solo un proceso de lucha interminable.