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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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¿Nos olvidan los muertos? (II)

La serie biográfica de Luis Miguel ha puesto en primer plano la desaparición de la madre del cantante. Este cambio de narrativa apunta a un país feminicida que, por mucho tiempo, no fue consciente de la violencia contra las mujeres. Segunda parte de este texto reflexivo a raíz de la producción disponible en Netflix.
Fotograma del actor Diego Bonetta encarnando a Luis Miguel. NETFLIX
Fotograma del actor Diego Bonetta encarnando a Luis Miguel. NETFLIX
¿Nos olvidan los muertos? (II)

Desde el futuro, volviendo la mirada y el oído hacia atrás, es fácil constatar que sabíamos más de lo que admitíamos saber, y que compartíamos ya, desde entonces, el sufrimiento social que ha causado y sigue causando la saña feminicida que continúa terminando con al menos diez vidas de mujeres al día.

En 1993, cuando “Hasta que me olvides” se volvió popular, ya se asomaban en los periódicos nacionales las noticias sobre lo que entonces se dio por llamar las muertas de Juárez. Todavía teníamos poca conciencia de la gangrena que infectaba desde dentro a matrimonios y noviazgos por igual, pero los asesinatos, cada vez más numerosos y más estridentes, poco a poco capturaron nuestra atención. Las madres de las víctimas pronto se organizaron para buscar a sus hijas y grupos disímiles de feministas empezaron un trabajo milimétrico, incansable, profundamente ético, para producir un lenguaje capaz de identificar lo que acontecía frente a nuestros ojos, pero pocos identificaban con claridad: no se trataba de las muertas de Juárez, sino de mujeres asesinadas por el hecho de ser mujer a lo largo y ancho del país. De acuerdo con la segunda temporada de la serie, Luis Miguel atravesó esos años de tantos éxitos musicales atormentado por la desaparición forzada de su madre, utilizando incluso sus contactos para asegurarse el apoyo del Mossad, la agencia de inteligencia israelí.

Pero Luis Miguel, justo como la sociedad que lo entronó, tuvo que batallar con el pacto patriarcal que demandaba, y demanda, silencio, y con la falta de lenguaje sobre el que tanto el pacto como el silencio se fundamentan. En una escena neurálgica del segundo capítulo, el mánager de Micky habla con él sobre las preocupaciones que su obsesiva búsqueda por la madre ocasiona en su entorno. Con una voz suave, conciliadora, sin estridencia alguna, le espeta: “Nada de lo que encuentres te va a satisfacer, y eso te va a hacer daño. Tenés que darte cuenta.” El rostro de Diego Boneta, al inicio feroz, se suaviza a su vez, reaccionando con sutileza ante las palabras que escucha con atención. La ciudad se asoma apenas en el fondo de la imagen. El humo del cigarrillo sobrevuela el espacio que se abre entre los dos. “Supongamos que finalmente se descubre que fue Luis”, continúa la voz de la razón, cadenciosa, incluso acariciante. “¿Qué vas a hacer con eso?”, le pregunta. “¿Vas a salir a decir mi papá fue?” En la pequeña pausa que precede su veredicto, que fue el veredicto compartido de una época, se asienta el silencio, y la impunidad que ha resultado de ese silencio: “No se puede”, le asegura el mánager. “Vos sabés lo que eso implica”, continúa, ¿diciéndole lo obvio?, ¿amenazándolo? “Entonces, ¿para qué te va a servir?” Luis Miguel le responde entonces lo que tantos buscadores de personas desaparecidas a la fuerza han respondido: “Para saber la verdad.” Los cuestionamientos acerca de lo que constituye la verdad, y otra escena en que el hermano menor de Luis Miguel mira con nostalgia videos de sus padres todavía juntos, finalmente disuaden al cantante de su búsqueda.

Sería fácil acusar a LuisMi y su mánager de participar concienzudamente de un pacto patriarcal ya existente y establecido con claridad. Pero la escena que presenta la serie de Netflix es más compleja. Los dos hombres que dialogan en la terracita que da a la gran ciudad se mueven con torpeza, pero también con honestidad dentro de los límites de su propio privilegio de género, tanteando los riesgos y avizorando los peligros que generaría la admisión pública de la violencia originaria de la que parte tanto la persona como la carrera del cantante. LuisMi, y sus fans, sabían entonces lo que sabemos ahora: romper el silencio en un medio hostil, sin el acompañamiento aguerrido de movilizaciones ciudadanas, especialmente feministas, tenía y tiene consecuencias. El pacto patriarcal ha preferido revictimizar a las víctimas, presentando narrativas en que las mujeres asesinadas conminan, si no es que invitan con su conducta, lenguaje y vestimenta, a la violencia. Pero Micky, que busca a su madre, no puede optar por esa salida fácil. De ahí la canción. De ahí esa declaración impersonal, enunciada de hecho para la cámara, asegurando que, incluso después de desistir, no cejará en su búsqueda. Hasta que me olvides, enuncia y repite mientras el segundo capítulo llega a su fin.

Si callar tiene consecuencias, también tiene consecuencias llamar a las cosas por su nombre. Hasta el 2012, cuando la figura del feminicidio llegó a formar parte del código penal como “el delito de privar de la vida a una mujer exclusivamente por razones de género”, muchos de los asesinatos de mujeres fueron descritos como crímenes pasionales. Investigadoras como Saydi Núñez Cetina y Lisette Rivera Reynaldos han dejado en claro que las desigualdades de género son, en efecto, letales y que han estado presentes en los ataques de celos y ansiedad de control que caracterizaron a lo que la sociedad se contentó con llamar crímenes pasionales.

El diálogo entre LuisMi y su mánager no solo es importante porque muestra los límites del pacto patriarcal, sino también porque nos conmina, desde el presente que nunca es presente del todo, desde el presente que es también su propio pasado, a preguntarnos cómo le vamos a llamar ahora a todos esos asesinatos que no se llamaron feminicidios, pero lo fueron. La pregunta no es menor. Tampoco la invitación.

Micky “entró en razón”, es decir, desistió y calló, redirigiendo su búsqueda para conservar la esperanza y cantando una canción que le produjo un nuevo éxito. La palabra que no fue capaz de enunciar en la serie, entre otras cosas porque no existía, es feminicidio. El silencio, y su participación en el pacto patriarcal, se estructura así como un proceso a la vez elegido e impuesto. No una falla meramente personal, pero sí una sistémica. Muchos otros primos, hermanas, hijos, tías se sumaron al pacto patriarcal ya sea a través del silencio, que encubre y exonera, o ya a través de estrategias más arteras para proteger al feminicida porque, como le dijeron a Micky, ¿qué vas a lograr con eso? ¿Vas a salir y decir que tu hermano, tu padre, tu abuelo, tu vecino, tu mejor amigo, tu jefe, tu carnal, lo hizo? Ya sabemos lo que eso implica, en efecto: implica cuestionar de raíz el estado de las cosas y cambiar radicalmente la jerarquía mortífera que valida la vida de los hombres por sobre la de las mujeres. Implica buscar la verdad. Implica demandar justicia.

Es cierto que hay cada vez más grupos de buscadores bregando la tierra para desenterrar la verdad de tantos crímenes. Pero para que esa verdad salga a la luz, para que la justicia se siente a nuestra mesa, como lo quería Rosario Castellanos, no basta con que se deslice ya entre nosotros la palabra feminicidio, con las narrativas alternas que esta conlleva. Va a ser necesario que los amigos o los conocidos e incluso los familiares de los perpetradores decidan denunciarlos. Cuando ellos y ellas opten por pronunciar la palabra y abrazar, al mismo tiempo, las consecuencias políticas y legales de ese acto, entonces estaremos un poco más cerca de la justicia. Sí se puede, le diríamos ahora a Micky, contrariando a su mánager del pasado en aquel diálogo en la terraza. Sí se puede y tú bien sabes lo que eso implica: un mundo igual de dolido, pero acaso también un poco más justo. Sí se puede y súmate con tu voz, que llena estadios, a nuestras voces, que van creciendo. Quizá la existencia misma de esta serie como es, como aparece a veces en ciertos capítulos, constituya la evidencia de que los muertos, de que las mujeres asesinadas, no nos olvidan. Aquí están todas, demandando justicia, gritando a nuestro lado, guiándonos en el camino hacia el fin de la impunidad. Y, sí, las queremos vivas. Y, sí, las amamos tanto tanto. ~