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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Las edades del mito

Este lunes 24 de mayo, Bob Dylan -alguna vez bautizado Robert Allen Zimmerman- cumple 80 años. Un número redondo, un aniversario de esos que no pueden pasar desapercibidos, menos aún tratándose del cantautor de Duluth y Premio Nobel de Literatura. Para conmemorar la fecha hemos convocado al ‘Dylanita’ por excelencia de la Ramona, Javier Rodríguez-Camacho, quien ha confeccionado este magnífico artículo que ahora compartimos, a manera de regalo para el músico estadounidense, pero también para su legión incondicional de seguidores. ¡Felices 80, Bob!
El compositor Bob Dylan. ARCHIVO
El compositor Bob Dylan. ARCHIVO
Las edades del mito

¿Cuántos años tiene Bob Dylan? ¿Importa? Ahora que me lo pregunto, me parece que en estos años de fanatismo he imaginado que el bardo de Minnesota siempre tiene la misma edad que yo. Entonces, ahora deberíamos estar en el periodo que lo llevó de Blood on the tracks a Desire, en medio de un proyecto creativo desaforado y caprichoso en su genialidad, como lo fue la Rolling Thunder Revue, seguramente también la última marca que dejó el estadounidense en la cultura pop. Al menos hasta el Nobel. Hace unos 15 años, cuando pinchábamos alguna canción de Dylan en la radio, no era raro que el programador nos comentara sobre el “cantante protesta”, o que en conversaciones con amigos nos diéramos cuenta de que“Hurricane” era su canción más reciente en la memoria popular. Quizás esta intención de mantener un envejecimiento paralelo sea una variante del argumento que expuso Patrick Stickles de Titus Andronicus, respecto a lo difícil que le resultaba encontrar elementos aspiracionales en el Bob Dylan de Don’t look back, un veinteañero bastante insufrible para alguien, como el vocalista de TitusAndronicus en ese momento, ya entrado en los treinta.

Hasta ahora me ha funcionado. No sé qué ocurrirá cuando lleguemos a los cuarenta y con ese dígito al periodo bornagain o de despistes ochenteros. De eso tocará preocuparse en su momento. Es cierto que las lógicas del Dylan creador son inescrutables. No en vano la música que escribió en sus primerísimos años, un folk Guthriesco y comprometido con las luchas sociales, se le antojaba vieja cuando llegó a lo veinticinco, tal y como dice en “My back pages”. Por otro lado, si las excursiones nostálgicas de su ciclo de exploración del Great American Songbook son la clase de gesto que se esperaría en un artista boomer llegado a la edad de jubilación, el romanticismo llano de algunas de las piezas que creó entre Oh Mercy y Together through life no hace más que resaltar cierto candor ya presente en los deep cutsde Another side of Bob Dylan. Entonces, no parece tan paradójico que el llamado “estilo tardío” en Dylan se presente como una exacerbación de los caudales visionarios que él engendró, apenas debutante, en “It’s alright ma (I’monly bleeding)” y “A hard rain’s a-gonna fall”. Si se lo rastrea, se podrá dar con un proceso germinal que arranca en“Highlands” de 1997, pasa por “Ain’t talkin’” y “Tempest”, hasta llegar a “I contain multitudes” o “Murder most foul”. Son canciones-torrentes en las que se entremezclan tiempos, ficciones, historias y figuraciones. Unas piezas apocalípticas, por cuando acompañan los ritos funerarios de la época que Dylan amortaja en su más reciente trabajo, Rough and Rowdy Ways de 2020; una serie de composiciones que resuena con los fantasmas de la historia del Siglo XX, dejando atrás una forma del mundo en esas ruinas.

Es probable que la idea del envejecimiento coordinado ya nonos funcione entrada esa etapa de la edad madura. Es que desde 1988, Dylan lleva convertido en un entertainer errante, que se pasa hasta nueve meses del año girando en distintas partes del mundo, con el escenario y su caravana como centro gravitacional. Si a los 34 el músico tenía hijos chicos a los que atender mientras lidiaba con un divorcio, puede que desde sus 47 sepa más de autobuses de gira y servicio a la habitación que de las preocupaciones habituales de un señor de cierta edad, ni hablar de un jubilado. De a poco, Dylan se ha convertido en Próspero, pues experimenta lo humano y lo divino, lo hermético y lo mundano, el pasado y el futuro, en el mismo plano, esencialmente vicario: las páginas de un libro. No es una asociación excéntrica, dado el título de uno de los trabajos recientes del estadounidense, Tempest. Es que, hay varias razones por las que hoy sería imposible que Bob Dylan escribiera una canción como “Sara”, solo una de ellas los 45 años transcurridos, con sus matrimonios y separaciones. Conociendo la oferta audiovisual de trenes, hoteles y aviones, más la rutina Dylaniana en la era del Never Ending Tour, no es raro que sus temas románticos parezcan inspirados por la clase de películas clásicas que el músico puede encontrar en las pantallas que le rodean durante sus trayectos. ¿Es esto bueno, malo o indiferente? Las bellas “Born in time”, “Trying to get to heaven” o “Forgetful heart”, sobran para sostener que escribir desde la experiencia puede significar muchas cosas distintas. Lo indudable es que, a diferencia del protagonista de La Tempestad, que cambió los encantamientos por la paz otoñal, el músico no tiene intención de bajarse del escenario o abandonar el sortilegio de la creación.

En el momento en que se acercaba a la mitad de los treinta, Bob Dylan ya había descendido de las exaltadas alturas de adoración que experimentó entre 1962 y 1966. A partir de Desire, cada nuevo lanzamiento comenzó a intercalar dudas y críticas con admiración, las primeras ya siendo numerosasy a menudo tan certeras como punzantes. En sus cinco décadas de carrera, Dylan ha vivido ese ciclo varias veces. Sin embargo, no hay precedentes en la música popular que nos ayuden a interpretar el devenir de sus acciones como inminente octogenario. No está entregado a la producción obligatoria de música menor para mantener la excusa de una gira, como sus pares generacionales. No ha perdido la cabeza ni se ha metido en teorías de conspiración y tendales políticos abominables. Tampoco parece estarse preparando para el desenlace, como Cohen o Bowie. Tal vez en la literatura o artes visuales podamos hallar mejores pistas, examinando los años finales de Rembrandt o Turner. Sin embargo, no es evidente la equivalencia entre el arte que practicaron ellos y la inmediatez de la música pop, menos el nivel de fama y reconocimiento adquiridos en vida. El único otro gran ídolo activo en la senectud y de reputación de (otrora) estrella pop es Godard, con el que se pueden plantear pocos paralelismos, dado que todavía está escribiendo ese capítulo de su historia.

Más aún, es posible que con el enigmático músico nacido como Robert Allen Zimmerman se extinga una modalidad creativa, fundamentada en un ego masculino omnipotente, que se consolidó en occidente entre la posguerra y los sesenta. Si bien su obra no ha envejecido mal, desnudando enfoques, temáticas o sensibilidades problemáticas, el campo de enunciación se ha transformado en tal manera que hastacreadores apenas una década más jóvenes como Bruce Springsteen o Martin Scorsese han hecho parte de su material la fragilidad masculina. No es un proceso, en sentido estricto, reciente. Incluso reseñas contemporáneas encontraban fragmentos de Blood on the tracks algo mezquinos, detectando grados de machismo en Desire y Street Legal. Se sabe que Dylan aprecia de esas canciones la experimentación formal, con los tiempos y perspectivas narrativas, antes que el contenido o su conexión con lo autobiográfico. Hace algo más de una década, yo habría dicho que “Idiot wind” era mi canción favorita escrita por él. Hoy, me parece que “Coyote” de Joni Mitchell logra de forma elegante y sensible lo que Dylan ensayó en Blood onthe tracks. Es más, el Dylan intertextual y deliberadamente anacrónico, de cosas como “High water (for Charley Patton)” o “Blind Willie McTell”, se me antoja superior y hasta preferible, con su creciente capacidad para reflejarse (y su leyenda) en su música, como en “Thunder in themountain” o “False prophet”, diferenciándolo aún más de todo lo contemporáneo.

De todos modos, por virtudes propias y aclamación popular, Dylan se ha acomodado en una atalaya privilegiada para observar los tiempos y comentarlos en unas canciones al alcance de nadie más. Las distintas versiones de su obra, etapas o tiempos, están allí y a su manera construyen el edificio enorme de su legado. Aunque el imaginario populartodavía le recuerde con 20 años y una guitarra acústica. Tal vez es normal cuando trabajas en una forma tan vinculada ala cultura juvenil, como puede serlo la música pop. El mismo artista a menudo vuelve a las canciones de sus años formativos, Buddy Holly, los Staples Singers, Johnny Cash. En el discurso que leyó al aceptar el Nobel de Literatura, Dylan realizó una genealogía engañosa de lo literario en su trabajo. Eligio cerrarlo con una cita a Homero, en la que pedía a la Musa usarlo como instrumento para contar historias. A los ochenta, Bob Dylan reconoce el mundo en el que vivimos. Lo canta. Adorno, ostensible introductor del estudio del “estilo tardío” en la música, supo decir que el objetivo de la música moderna era el olvido absoluto, pues es el desesperado mensaje de supervivencia de un naufragio. La Tempestad comienza con un naufragio. La carrera de un chico de Duluth que en 1963 imaginó un apocalipsis entre Weill y Nina Simone, también. Ya lleva un largo rato en la torre de proa. Parece que por allí va a continuar, mientras la Musa se lo demande y permita.

Crítico, docente e investigador