Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Una indagación en torno al tiempo

Una reseña de ‘Ustedes brillan en lo oscuro’, la más reciente obra de la escritora Liliana Colanzi –ganadora del premio internacional Ribera del Duero–, disponible en Bolivia a través de la editorial Nuevo Milenio
Portada de la obra de la escritora Liliana Colanzi.    CORTESÍA
Portada de la obra de la escritora Liliana Colanzi. CORTESÍA
Una indagación en torno al tiempo

Nada más comenzar a leer una se da cuenta de inmediato de que las siguientes páginas de Ustedes brillan en lo oscuro no harán sino inquietar aún más si cabe de cuánto lo hayan hecho esas escasas dos páginas y media en la que su autora, la escritora Liliana Colanzi, nos relata con lenguaje pulcro, sin retórica y de forma cruda un matricidio: esa joven que “abrió un tajo en los cuellos de los niños dobles”, de esos gemelos que nunca deseó y que “lanzaron un maullido suave antes de que las tapara la oscuridad” es la nota inicial de un libro de tonos altos, pero con muchos contrapuntos; una sinfonía que, como el tiempo, eje vertebrador del libro, se escapa y vuelve, se repliega, se repite y se proyecta en un futuro  tan distinto y, a la vez, tan igual al pasado que le precedió. 

Y si la historia de esa joven que lo que deseaba era correr “a través de la estepa nevada” por fin “ya sin bulto” da el tono, el relato en la que esta se inserta condensa esa exploración en torno al tiempo, entendido como una especie de radiación que, como la que en el relato Atomito sacude a los habitantes de un pueblo situado en las inmediaciones de una central nuclear, alcanza, golpea y trastoca a todos, a veces de manera invisible, imperceptible, y, a veces, como ese “nubarrón que oscurece el horizonte” y que contemplan los vecinos de central.

Tiene algo de nieztscheano el tiempo en Colanzi y, a la vez, es un tiempo suspendido de toda cronología precisa pero inscrito en espacios geográficos concretos, tal y como vemos de forma particularmente evidente en La Cueva: conformado a su vez de distintos relatos que tienen lugar a lo largo de un marco temporal no determinado pero que parece proyectarse en el futuro, este primer cuento da inicio con esa cueva en cuyo interior la joven se deshace de su hijos y concluye con esa misma cueva de la que “quedaba apenas un pequeño promontorio”, sobre la cual se posa un pájaro “de regreso desde las tierras cálidas junto a su bandada”. Y de la misma manera que regresa el pájaro regresan también las estaciones, mientras que la cueva, así como las larvas bajo tierra, siguen estando ahí, iguales y a la vez distintas. Y es la mirada de la escritora, una mirada que ya encontrábamos en los excepcionales relatos de Nuestro mundo muerto y que se eleva por encima de la realidad para distorsionarla y, desde esta distorsión, iluminarla de nuevo. 

“¿Qué va a quedar de este mundo en otros dos mil años?”, se pregunta Kurmi, la protagonista de Atomito, el segundo relato. Esta misma pregunta parece hacerse la propia autora, aunque para ella el interrogante en torno al mundo que vendrá no puede realizarse si no es interrogándose en torno al mundo que fue y al que irremediablemente estamos unidos, como lo están las dos protagonistas de la La deuda, tía y sobrina, que vuelven a ese pueblo a las que están atadas por la deuda “que vamos a cobrar” y por un secreto que quedó allí enterrado, como los vecinos que ya no habitan esas casas que ahora “se comen las sepes”.

Y no es casual que La deuda sea el relato que preceda a Los ojos más verdes, porque si tía y sobrina están, aunque no sean plenamente conscientes de ello, atrapadas a un tiempo pretérito por un secreto todavía por revelar, los miembros de una comunidad religiosa habitan en un tiempo que no es el suyo, encadenados a normas y prohibiciones de las que quieren deshacerse. Sin embargo, deshacerse de ellas significa romper con un tiempo asumido como el único posible, porque, como dice el Reverendo, “el tiempo es una ilusión del Diablo (…) Siglos pueden pasar en el Afuera. Pero el tiempo del Señor es único y el mismo, y nunca pasa”. 

Creencias religiosas, leyendas ancestrales y los mitos, entre los cuales está también el de una modernidad que se vislumbra, como lo hacía también en los ocho relatos de Nuestro mundo muerto, convergen en la construcción de esa idea llamada “tiempo”, en torno a la cual se organizan las vidas de los personajes de Los ojos más verdes, vidas organizadas encerrándose en el pasado o proyectándose en un futuro de píxeles. Dos lugares, el del tiempo de ayer y el del que todavía tiene que llegar, en los que tienen lugar formas de violencia que se repiten, que son siempre las mismas.

Violencias contra los cuerpos, violencias contra los débiles, violencias que nacen del ejercicio de poder, a través de relatos -como es el de la fe- utilizados para adoctrinar, domesticar y, sobre todo, para imponer una disciplina que nadie ose romper. Porque salir a ese “Afuera” al que hace referencia el Reverendo puede llegar a dar tanto miedo como el mirar al cielo en busca “de la tormenta de píxeles” y ver cómo “las alas del pterosaurio se recortaban nítidas sobre su cabeza”.

Porque, al fin y al cabo, es tan peligroso dejarse cegar por una modernidad que nos proyecta acríticamente hacia adelante como permanecer anclado a un tiempo pretérito que nunca pasa en nombre de la fe, de las tradiciones o de una impostada nostalgia que idealiza aquello que fue. En este sentido, Ustedes brillan en lo oscuro es un libro más político de lo que, a priori, podría pensarse. Un libro poético, construido a partir de un lenguaje rico en metáforas, un libro en el que Colanzi utiliza elementos de género distintos, en los cuales está la ciencia-ficción, para construir relatos que, sin embargo, nos hablan del ayer y del mañana, pero sobre todo del hoy.

Porque sus personajes hablan de nosotros y de nuestro mundo, un mundo que, seguramente, como dictaba el título de su anterior libro, esté en muchos sentidos muerto, pero en el que, sin embargo, todavía hay seres que brillan. Este “ustedes” del título convierte el libro en una apelación directa a los personajes y a los lectores, es el anclaje necesario para recordarnos que, a pesar de todo, no hay que caer en el cinismo, porque, al final de la cueva, antes o después algo de luz se vislumbrará.