Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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‘El gran movimiento’: La Paz, sinfonía de una ciudad

Sobre el multipremiado segundo largometraje del realizador boliviano Kiro Russo, que, tras varias reprogramaciones, finalmente se estrena el 10 de marzo a nivel nacional 
Afiche promocional y un fotograma de la película del director Kiro Russo. SOCAVÓN
Afiche promocional y un fotograma de la película del director Kiro Russo. SOCAVÓN
‘El gran movimiento’: La Paz, sinfonía de una ciudad

Y la gente lo repudia; no puede con él. Para los curas es un endemoniado, y una oveja descarriada según los evangelistas; para las viejas es un brujo. Pero según los brujos no lo es. Y según mi abuela, es una criatura de los mundos infiernos. Para unos es una bestia, para otros un animal, y para aquellos un leproso. Los literatos no le han hecho caso y tampoco los poetas; pero alguien por ahí, seguramente, ya sabrá ocuparse de él.

Jaime Saenz, El aparapita de La Paz

Elder había llegado a la ciudad con sus cuates el Gallo y el Gato en una marcha con los mineros de Huanuni, y en una entrevista que le hacen para la televisión lo reconocen como el actor principal de Viejo calavera, película debut del director Kiro Russo. Con este agudo guiño metafílmico se vincula la mencionada película con su nuevo esfuerzo cinematográfico, El gran movimiento. 

Esta vez nos mudamos de los socavones mineros del altiplano, al hoyo de La Paz, metrópolis andina por excelencia, y seguiremos los renqueantes andares de Elder y la dulce y sabia mirada de Max, por las quebradas y hondonadas de una ciudad montaña, ciudad mirador, de la ciudad con topografía más abrupta y peculiar de todo el orbe.

La trama sigue al incomprendido y vilipendiado Elder, alter ego de Ticona, en su degradación corporal y espiritual, mientras trata de ganarse el pan y licor cotidiano, sin acertar cual es el mal que lo aqueja, para ello sus amigos, su entrañable madrina “Mamá” Pancha y el ambulante curandero Max, buscarán la insondable sanación del protagonista.

El viaje de los personajes, que es a la vez el viaje, búsqueda y el encuentro del realizador, nos transporta a un diálogo del presente con el pasado, del ahora con la tradición. A través de la dirección de Russo, su visión y sus personajes, a través del teleobjetivezco lente de Pablo Paniagua, a través de La Paz del avizor ojo del locacionista Fernando Ballivián, El gran movimiento entabla una conversación de tú a tú con eminentes artistas de la paceñidad como el Jorge Sanjinés de La nación clandestina, el Arturo Borda de los lienzos El filicidio, El yatiri o las naturalezas y cañadones de Chuquiago Marka y, como no, el Jaime Saenz bodeguero y sus aparapitas.

El humor, el “mal” de altura, el copete, la amistad, lo onírico, los teleféricos, la danza, la solidaridad en la indigencia y otros condimentos abrazan a los personajes por mercados, tambos, callejones, meandros, bosquecillos y las descascaradas y desfachatadas edificaciones de la ciudad. Todo esto queda hilvanado con destreza por los otros protagonistas “técnicos” de la cinta que son: el omniabarcante lente de la cámara, una sofisticada y clínica mezcla sonora que combinan colores y sonidos, texturas y ruidos, hendiduras y vociferaciones de la urbe, acompañados de un perfecto fondo musical de Miguel Llanque. 

Aunque se nota un salto hacia adelante, una atrevida segunda jugada, El gran movimiento conserva motivos y rasgos distintivos del realizador, como el inalienable amor por los primeros maestros rusos (Pudovkin, Vertov, Kuleshov, Eisenstein), ese hermoso guilty pleasure por el ítalo disco de los tempranos ochentas y, como no, la evolución del actor fetiche, Julio César Ticona, el Elder, que carga en su espalda no solo las verduras del mercado, sino el “peso” de su segundo largometraje como protagonista. 

A todo lo anterior cabe sumarle nuevas complicidades con ese cine “voyeur” de los 70s como ser The Conversation (La conversación, 1974) del Francis Ford Coppola más intimista, compartiendo un paciente, cadencioso y casi abstracto intro a punta de acompasado zoom que te va acercando a las pulsiones, ruidos y furias de la urbe a la que apuntan, a la ciudad a la que vigilan.

El nombre del filme, así como la enfermedad de Elder, son grandes misterios que nos envuelven y no se revelan con sencillez. Quizás la pista para desvelar dichos misterios, es que los autores acogieron los ajayus de Walter Ruttmann y de Dziga Vertov, para cien años después, ser los hombres de la cámara que plasman en celuloide: La Paz, sinfonía de una ciudad.