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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Belmonte: en el dilema de instruir al indio en cuestiones manuales

“La enseñanza del idioma castellano no respondía a finalidades pedagógicas, más bien a cuestiones de migración para que el indio, una vez dejando su espacio rural, no tenga ningún escollo en su desenvolvimiento en los espacios urbanos”
Portada de la obra ‘Altoperuanos’, de Guillermo Belmonte Pool. CRIS33
Portada de la obra ‘Altoperuanos’, de Guillermo Belmonte Pool. CRIS33
Belmonte: en el dilema de instruir al indio en cuestiones manuales

La educación del indio ha sido, a principios y mediados del siglo XX, una temática de coyuntura que fue generando debates teóricos entre algunos intelectuales. Uno de ellos fue Guillermo Belmonte Pool, quien contribuyó a la discusión con un acápite intitulado “La educación del indio”, que forma parte de su libro “Altoperuanos”, el mismo fue publicado en Cochabamba por la imprenta “Inglesa” en 1935. En lo concerniente a la educación del indio se puede encontrar en las páginas 95 a 103.

Belmonte, no presenta ninguna objeción a la educación del indio. Sus opiniones estuvieron muy arraigadas al lugar donde vivían los autóctonos, tal como se puede observar  en la siguiente cita: “Es lógico creer que la única instrucción adecuada para el indio, es la que guarde relación con su medio de vida, y acorde con sus tendencias naturales, pues lo contrario sólo serviría para crearles una invencible aversión hacia los estudios”. Una educación vinculada al contexto social del indio fue, al parecer, para que no se instruya con los mismos cánones educativos de los citadinos. Aquella forma de concebir, en el pasado, constituía parte de una educación que no era universal, menos igualitaria para todos los estamentos de la sociedad boliviana; además, lo que sostenía Belmonte, no ha sido  más que una discriminación sutil. 

Ante esa afirmación demasiada contextualizada y estigmatizada en el anterior párrafo, sugiere tres tipos de oficios para el indio, al respecto señala: “Bajo este entendido, el primer lugar correspondería indudablemente la agricultura, ganadería e industrias derivadas o afines”. Más adelante complementa con lo siguiente: “Siguiendo este orden, correspondería el segundo lugar la minería, cuyo estudio debería abarcar tan solo conocimientos elementales y de conveniencia práctica inmediata”. Y finalmente termina diciendo: “En tercer lugar podría prestarse atención preferente al estudio de profesiones manuales, tales como la carpintería, zapatería, albañilería, así como el manejo práctico de maquinarias, motores de las diversas industrias, y que sólo les exigiría escasos estudios y esfuerzo mental”. Según esa visión, el indio mediante la educación y de acuerdo a su capacidad mental sólo podría ser un buen agricultor, ganadero, minero, carpintero, zapatero y albañil.

El autor con los tres últimos oficios pretendía que los indios dejen su espacio rural para que vayan “involucrándose a la vida civil de las poblaciones, adquiriendo nuevas costumbres y hábitos, dentro de un ambiente de mayor cultura, que iría poco a poco educando sus cerebros, creándoles nuevas necesidades y consiguientemente una mentalidad nueva”. En otros términos, el ambiente de los citadinos, aparentemente atestado de cultura, sería lo más recomendable para que el indio tenga una mentalidad reeducada, que le predisponga a costumbres y hábitos muy ajenos a su forma de ser.  En ese marco, el aborigen no fue aceptado tal como era.  

Por otra parte, una instrucción práctica planteada para el indio, debería ser al margen de los planes y programas establecidos, al respecto dice: “En lo posible debería procurarse una instrucción práctica y objetiva, apartándose si es necesario de los planes didácticos indicados por la pedagogía moderna, que han sido confeccionados -diremos así- para cerebros de capacidad latente y no para mentalidades vírgenes o atrofiadas por siglos de inactividad”. Su postura es clarísima, no fue condescendiente con el indio, sobre todo con su cerebro que, aparentemente, lo tenía atrofiado por estar inactivo por mucho tiempo. Con ese tipo de afirmaciones, subestima la capacidad intelectual del indio. El uso del cerebro en todo el quehacer del ser humano es limitado sólo a cuestiones intelectuales. El indio por su capacidad cerebral, según el autor, no era digno de una educación humanística; los oficios manuales o prácticos estaban a su medida. Todo lo concerniente a la pedagogía moderna, tampoco era aplicable en la instrucción del indígena.  

La línea conservadora de su análisis sobre la educación del indio, es dejada por un instante, cuando asevera: “Enseñarles si es preciso, a ser rebeldes en resguardo de su dignidad y de sus fueros; podrán sin duda errar muchas veces, pero poco a poco, este sentimiento irá transformándose en una dignidad consciente de respeto mutuo”. La enseñanza a la rebeldía sería para que él mismo haga respetar sus derechos sin que, para tal propósito, medie la justicia del Estado, que hasta ese momento no había hecho nada para redimir al indio de su letargo, postergación y explotación. La liberación dependía del propio indio. Los otros estratos de la sociedad poco o nada coadyuvarían a ese propósito. 

Otra de las temáticas que fue abordada por el autor, es lo referido al idioma castellano, que en los hechos fue una barrera lingüística entre los citadinos y los indios. Ante esa realidad innegable, expresa: “Debe ser también obligatoria la enseñanza del idioma castellano, pues, su lengua vernácula, es uno de los mayores inconvenientes con que tropiezan en su asimilación a la vida ciudadana”. La enseñanza del idioma castellano no respondía a finalidades pedagógicas, más bien a cuestiones de migración para que el indio, una vez dejando su espacio rural, no tenga ningún escollo en su desenvolvimiento en los espacios urbanos. La asimilación planteada no implicaba la apertura total para que el indio se integre a la vida citadina, debido a que el cerrojo espacial de los citadinos era infranqueable. 

El indio, en la óptica de Belmonte, sería un componente social negativo para el Estado, que debería ser resuelta con la siguiente sugerencia: “En nuestra forma actual de constitución étnica, no hay para el Estado más que una disyuntiva posible; o alejar definitivamente a los indios a los últimos confines de la patria, a fin de que vayan paulatinamente desapareciendo, y remplazándolos con colonos extranjeros o incorporarlos definitivamente a la vida nacional”. Las tres insinuaciones, sin duda, están circunscritas al hecho de hacer desaparecer paulatinamente al indio, ya sea confinándoles a espacios fronterizos o reemplazándoles con extranjeros, o bien incorporándoles a la vida citadina mediante la educación. 

Las acciones nada benévolas con respecto a la existencia misma del indio en el Estado, es justificada con estigmas como ser: “El indio en la actualidad es un factor nulo de progreso, y tal vez más bien, lo es de atraso y rémora, pues, son reacios a toda innovación y mejoramiento”. El indio, en los hechos, no podía acceder a las innovaciones enfatizadas por el autor, debido a su paupérrima economía y por su condición social servil que fue determinada por los españoles en la Colonia, y aún vigente en la época en que vivió Belmonte. En consecuencia, se podría decir que las limitaciones propias y ajenas del indio pesaban más que sus deseos de “modernizarse”.

En conclusión, Belmonte -en el dilema de instruir al indio- sólo se focalizó en cuestiones manuales porque, según él, seria el mecanismo más adecuado para redimir al indio, asimismo para que vayan migrando a los espacios urbanos de los citadinos, no con sus propios hábitos ni idioma, sino con lo enseñado en la instrucción.