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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Por qué la belleza importa

Se trata de remarcar una suerte de “a priori” universal que permea a cada ser humano; una esfera de paradojas en las que “lo feo”, puede ser la cosa más bella; una muy específica modulación de nuestra apropiación estética del mundo.
La obra ‘La romería de San Isidro’. Francisco de Goya
La obra ‘La romería de San Isidro’. Francisco de Goya
Por qué la belleza importa

Escribir sobre lo bello en nuestros días no es solamente un esfuerzo que padece de un aparente anacronismo; sino que, sobre todo, ese esfuerzo tiene una rara necesidad de practicar un ejercicio apologético de lo obvio. Es decir, es como un intento de justificar casi temerariamente la fuerza de gravedad o la existencia del sol. O en clave menos naturalista, un intento de darle ciudadanía a ideas como el amor, lo sublime, lo sagrado o lo bueno. Sin embargo, más allá de esta apariencia de anacronismo, está lo abrumador de “lo que no se oculta nunca”, que por su misma negación ejerce un poder incluso mayor sobre los negadores. 

El filósofo británico Roger Scruton, fallecido hace casi exactamente un año, en su documental Por qué la belleza importa, trata de redescubrir la experiencia de la belleza en el arte y en la arquitectura, pero sobre todo en el fenómeno de lo bello en nuestras vidas. Ese ejercicio, ya peligroso en sí mismo, en propias palabras de Scruton, choca con la tiranía del subjetivismo relativista posmoderno y las comisarías de lo políticamente correcto. Paradójicamente, “la belleza” de la cual se habla aquí no tiene nada que ver con una fórmula específica de cánones estéticos determinados, proporciones áureas eternas o esquemas clásicos de consolidación cultural. Nada por el estilo. Más bien se trata de remarcar una suerte de “a priori” universal que permea a cada ser humano; una esfera de paradojas en las que “lo feo”, puede ser la cosa más bella; una muy específica modulación de nuestra apropiación estética del mundo. En este sentido, cuando Scruton dice que nuestra era subsiste aplastada por el “culto a lo feo”, no se refiere a la descripción llana y simple de una pura antinomia estética. Dos palabras: utilidad y vacío. En ellas podemos sintetizar lo que Scruton quiere decir cuando habla de “lo feo”. 

Hasta el siglo XIX hablar sobre la belleza era como hablar sobre la verdad o la bondad; valores siempre aspiracionales y difusos, pero que entablaban con uno, su rol teleológico específico. Es decir, nos proporcionaban un sentido. En este punto, sería superficial ingresar en la discusión sobre la pertinencia o no del subjetivismo estético. En realidad no se trata de eso. Simplemente intentamos descifrar si es que “cosas” como el monolito Bennett, el éxtasis de Santa Teresa o la Melancolía de Durero tienen algo en común con el Urinal de Duschamp o la Artist’s Shit (caca del artista, literal) de Piero Manzoni. 

Se intenta comprender el móvil ontológico epocál que da la espaldas a lo bello y sublime, y abraza, en palabras de Scruton, el “culto a lo feo”. No se busca lo bello, explícitamente. Lo anterior no es una afirmación valorativa (necesariamente). Más bien, es un dogma axiomático del arte posmoderno. Una cosa es intentar retratar lo sórdido, horrible y trágico de la existencia. Goya, el Bosco o Albinoni, solo para dar algunos ejemplos, son un ejemplo de lo sublime y bello que puede ser lo sórdido y lo monstruoso. Pero, cuando de lo que se trata es de ver y apreciar, una lata llena de caca, vemos que “la señal” es muy clara. Fatalismos aparte, el paradigma es ese.

Scruton nos dice que el ser humano contemporáneo esta vacío, y que la belleza, “incluso la fea” (perdóneseme la paradoja) esta ausente de su mundo. Solo existe la utilidad, el egoísmo y la alienación. El arte, la arquitectura, la música y todo depósito de lo otrora sublime, sirve a fines “interesados”. Aquel “sentimiento desinteresado” kantiano es anulado por fines vulgares, burdos, ideológicos y sobre todo económicos. Se hace algo para decir algo o para conseguir algo. No se hacen las cosas por la pura dicha de hacerlas. Y no se aprecia algo por la pura “dicha inútil” de apreciar algo. Siempre parece haber una agenda. La transgresión por la pura transgresión ya esta algo caduca, y lo que fue chocante y original al principio, se vuelve insípido y vacío cuando se repite una y otra vez. 

Oscar Wilde decía que “todo arte es absolutamente inútil”. Suele olvidarse con demasiada frecuencia que no hay nada más útil que lo inútil. El amor, la amistad, la alegría, la tristeza o lo sagrado son cosas extremadamente inútiles, pero que sería de nosotros sin ellas. Con la belleza me parece que pasa algo semejante. Lo bello es inútil y debe ser inútil. Y más que ser objeto de búsqueda, pienso que debería ser puro sentido de absorción pura de nuestro mundo. No buscar en ella “el bien último” o hacer de ella un sustito del Dios ausente. Cada uno tiene su contacto con lo sublime y lo trágico, el resto es historia; un reflejo de nuestro interior que siempre nos trasciende, para bien o para mal.  Pero un reflejo de nuestro interior al fin, no un mero dato instrumental vacío. Espacio desprendido de nosotros, nos diría Rilke. “Nuestro más íntimo espacio, que presiona por salir y nos trasciende, allí donde lo que está en el interior nos rodea”. Finalmente, cierro parafraseando a Scruton: “Prioriza la utilidad y tu la perderás, prioriza la belleza y lo que construyas será útil para siempre”.

Músico y filósofo

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