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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Argentina 1985: Memoria inolvidable

Es la mejor película de Santiago Mitre sobre un episodio distintivo de la democracia argentina, dice el autor de esta reseña sobre el filme que en Cochabamba aún está en cartelera de los cines Sky-Box y Norte
Argentina 1985: Memoria inolvidable

En el cine estadounidense clásico existe una tradición en la que los acontecimientos históricos de una nación son representados velozmente por el cine, como si existiera un suplemento simbólico en el traspaso cinematográfico por el cual algo puede fijarse y comprenderse mejor a través de la misteriosa distancia que efectúa la ficción. En Argentina, con intermitencias y menor volumen de títulos, tal tradición tiene su versión criolla. Después de 1983, por ejemplo, con mayor o menor lucimiento estético, las películas sobre la dictadura resultaron inevitables y trabajaron sobre episodios traumáticos de la memoria que por definición estaban lesionados. A las palabras rotas se les contrarrestaron planos de justicia. Lo que no se pudo decir, lo que no se sabía cómo decir, sí se pudo filmar.

Santiago Mitre ha hecho una película cuidadosa y legítimamente didáctica sobre el acontecimiento fundante de la nueva democracia argentina, el Juicio a las Juntas, el contrapunto ineludible de las ficciones cinematográficas que ayudaron a reconstruir lo que había sucedido desde 1976 en adelante hasta recomponer la democracia. El laborioso juicio fue un punto de inflexión de la historia argentina, una hendidura a la trama impune de un proyecto político que erigió la Junta y asimismo un primer paso en la reconstrucción de la decencia colectiva. ¿Cómo filmar aquellos meses de 1985?

Los primeros minutos de Argentina, 1985 establecen los límites políticos y retóricos de la época sobre un juicio que habría de trastocarlos. La resistencia a dicha empresa jurídica se siente del inicio al fin: la amenaza anónima, la vigilancia ocasional y el atentado aislado fueron tácticas que no amedrentaron al fiscal Julio César Strassera. Mitre no descuida tales condicionamientos y los integra al relato orgánicamente, pero sin darles un protagonismo excesivo. El dilema de la película es otro: ¿cómo pudo hacerse un juicio de esta índole en tanto que este exigía cuestionar una mentalidad que había sostenido indirectamente al régimen tutelado por los canallas sentados en el estrado?

La estrategia narrativa para responder consiste en alcanzar la instancia del juicio a través de un crecimiento dramático que comienza con la familia del fiscal Strassera, añade la de su ayudante Luis Moreno Ocampo y culmina con los testimonios de las víctimas, en especial el de la física Adriana Calvo de Laborde. Que la institución familiar sea predominante no se debe a un ademán conservador, sino más bien a una intuición sobre los efectos en la ciudadanía de los relatos de los sobrevivientes. El espacio que tiene el relato de Calvo de Laborde es decisivo, porque lo que cuenta sobre el hecho de parir en condiciones infrahumanas es lo que modifica la interpretación de la madre de Moreno Ocampo sobre el juicio, representante vernácula de una familia patricia, quien puede así ir más allá de las predeterminaciones ideológicas. Mitre entrevé un problema: la argumentación es insustituible pero insuficiente; también intuye una resolución: los relatos singulares son los que vencen el prejuicio y debilitan el cerco ideológico. Ante el dolor, algunas ideas pueden volverse estériles –aunque no siempre lo hacen–.

En Argentina, 1985, Mitre vuelve sobre el poder, ya no solo en su expresión microfísica, sino también como ejercicio siniestro en un Estado represor capaz de hacer desaparecer ciudadanos. La reconstrucción del Juicio a la Juntas ya no es un relato alegórico y paródico (La cordillera) o una mera representación del poder menor en un drama universitario imaginario (El estudiante); se trata de una película con nombres propios, el de un fiscal y su asistente que hicieron historia, el de las víctimas concretas que tuvieron un reparo jurídico y asimismo el de los represores que conocieron el castigo que merecían. El tema exigía elocuencia narrativa, precisión histórica e ideológica y una estética justa, y Mitre demostró estar a la altura de las circunstancias.