Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 16:35

MÚSICA

El amor se va, la cumbia se queda

Una mirada a la propuesta de la artista Delina Casa, que reconstruye y reinterpreta el género de la cumbia.

El amor se va, la cumbia se queda

Un tópico que se ha consolidado con fuerza los últimos años es una especie de retorno nostálgico a la estética o cultura popular de los años 90. La edad de oro para los millennials, que pasamos, al final de esa década, la adolescencia o primera juventud. El resurgir de Britney y de los Back Street Boys. El recuerdo del compadre Palenque, la construcción del culto alrededor de las películas que entonces vimos. Y, sobre todo el largo etcétera que no entra en esta enumeración, el deleite en las cumbias que crecimos escuchando, disfrutándolas sin la culpa y vergüenza que la aspiración de clase quiso construir un poco después.

En este resurgir de la cumbia es que se ubica parte de la propuesta musical de Delina Casa (Carla Salazar), música y literata que explora un sonido particular fresco e independiente, además de muy recomendable. En el mismo estilo sonoro que explora en sus composiciones, Delina Casa reversiona, con esa marca particular suya, cumbiones que venimos escuchando cotidianamente hace más de 20 años.

Ya la gran diva y santa pagana latinoamericana, Gilda, había comentado con la prensa argentina, consultada por su gira por Bolivia en la segunda mitad de la década noventera, que la cumbia en Bolivia era transversal en las clases sociales. Es decir, no era como en su país, música “de bailanta”, sino que tanto los sectores populares como los más privilegiados disfrutaban por igual de ese ritmo musical. “Es un público que tiene una cuna de cumbia de años. Es algo muy tradicional y no es tan sectario a nivel social, como acá. Allá es tocada en lugares como el Michelangelo de Buenos Aires, para gente de muy buen nivel que le gusta bailar mucho la cumbia. Y también tocamos en lugares populares para toda la gente”, dijo Gilda en una entrevista el año 96.

Adelantada, y sin necesidad de teorías sociológicas, Gilda supo plantear el nudo conflictivo de la identidad urbana boliviana en los 90: una clase media que quería diferenciarse a toda costa de las clases populares nacionales, consumiendo cultura popular de otro país. Paradójicamente, en ambos casos era la cumbia el núcleo central.

La cumbia, en la década noventera, pasó a convertirse en un elemento fundamental de la identidad urbana, a través de los músicos que emergieron y propusieron sus interpretaciones de temas de una generación pasada: los clásicos populares que sus padres habían escuchado en las voces de Palito Ortega, Jeanette, José Velez y Camilo Sesto, por nombrar algunos. Por otro lado, surge otro fenómeno, una propuesta underground que intenta configurar el sonido “post punk” boliviano (evidentemente manifiesto en los outfits oscuros de sus músicos) que acaban convertidos en fenómenos de masa como Los Ronisch y Maroyu. Sobre esto, se puede leer el texto “Kosmiche cumbia”, del académico Javier Rodríguez.

En la ciudad de La Paz la cumbia se apoderó del consumo popular a través de la complicidad fundamental de “la radio que te gusta a ti”. Todos los minibuses, todas las cocinas clasemedieras, tenían el dial sintonizando la radio Chacaltaya. Alta paradoja: la estación nombrada en honor al gélido glaciar paceño era la principal difusora de un ritmo de esencia tropical. Junto a Chacaltaya, el show televisivo “Sábados populares”, nuestra versión de presupuesto boliviano de “Sábado gigante”, se convirtió en la principal tarima para estas agrupaciones que fueron instaurando la cumbia en el chip cultural nacional.

Por eso es que el retorno de los 90 a nuestra cultura cotidiana no podía dejar de lado a la cumbia, y que vivamos resucitando a sus personajes, convertidos ahora en jueces de programas de talento musicales o en activos tiktokers. Los de mi generación empezamos a carajear con el estribillo de Añoranzas y descubrimos las tragedias de amor en las canciones de Rumba Siete.

Delina Casa, en su propuesta, reconstruye y reinterpreta un ritmo que ha mediado en nuestra construcción identitaria, ya sea por afirmación o rechazo. Tanto las composiciones que realiza, como las cumbias que reinterpreta, pueden encontrarse en su canal de Youtube. La más reciente, el ya clásico tema “Porque el amor se va”, de PK2, que también tropicalizó la canción oiriginalmente en francés, titulada Avant de nous adieu, de Jeane Manson.

Una canción que también forma parte de la educación sentimental del boliviano millenial. Ven junto a mí y abrázame como antes. El ahora treintañero bien puede entender ese gesto como una última entrega de cariño y deseo, porque el amor se va. La treintañera enfrentada a la complejidad del amor, recordará sus clases de supervivencia emocional en la adolescencia para decir si estás cansado de mí, de ti cansada estoy… si nos amamos ayer, mañana todo será tan diferente. Ambos entenderán el gesto masoquista de la despedida con un último acto de cariño, para hacer por última vez lo que hasta ayer nos unió entre el amor y el placer. Ambos entenderán que se acuestan por última vez porque el amor se va, sin dejar de preguntarse ¿por qué el amor se va?