Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 10:22

Chiquitanía, paraíso acechado por el fuego y los asentamientos

Los desmontes amenazan la vida silvestre.  Los tucanes huyen hacia las zonas pobladas donde son cazados. Otros animales yacen en la carretera.

Uno de los asentamientos a un lado de la carretera con grupos de personas, en medio de las quemas. DICO SOLÍS
Uno de los asentamientos a un lado de la carretera con grupos de personas, en medio de las quemas. DICO SOLÍS
Chiquitanía, paraíso acechado por el fuego y los asentamientos

La Chiquitanía añora volver a ser uno de los mayores potenciales turísticos del país. 

Actualmente lleva las heridas por todo el daño sufrido en los últimos tiempos. 

Los asentamientos humanos crecen en los lugares de desmonte donde se provocaron incendios; los tucanes huyen hacia los centros poblados donde son amenazados por los habitantes que no dudan en cazarlos; y en las carreteras otros animales que se encuentran en la misma situación yacen muertos, atropellados por los vehículos.

Desde San José de Chiquitos hasta Roboré y Chochís, los mayores atractivos turísticos de esta región de Santa Cruz, se evidencia esa asfixia de la que es parte la naturaleza, esa obstrucción que no permite respirar y desespera.

Y es que el fuego no solo provocó contaminación sino un daño irreversible en la calidad del aire. Según los expertos medioambientalistas, esta es una de las razones para que las temperaturas hayan aumentado y hasta batido récords.

Un paseo por atractivos como el velo de novia, el santuario en una roca gigante, Aguas Calientes y la Iglesia Jesuita, en medio de la pandemia por el coronavirus COVID-19, después de un recorrido de más de 400 kilómetros, permite disfrutar de la belleza natural, pero también ver la destrucción que provoca la mano del hombre en este Patrimonio Cultural, Natural e Histórico de Bolivia. 

ENTRE VIENTOS

Los incendios siguen latentes, son el pan de cada día.

Entre los habitantes ya es normal ver un pequeño punto de humo a lo lejos y, a los lados de la carretera, las llamas siguen devorando los árboles.

La propietaria de uno de los hostales de Chochís, cerca de la plaza, añora esos días en que los turistas disfrutaban del verdor de los cerros y de paseos. 

Chochís significa furia del viento y le hace honor a ese nombre. Gracias a esta corriente de aire, las noches son más refrescantes.

Las visitas a sus atractivos son accesibles. El ingreso es 10 bolivianos para los nacionales y 20 para extranjeros. 

AMENAZAS  

Siguiendo el recorrido está San José de Chiquitos, donde la plaza, frente al templo que se destaca por su arquitectura, es parte de las postales. Por algunos días fue el refugio de los tucanes. 

Una de las vendedoras de tejidos rústicos contó que ocupaban los árboles y los turistas disfrutaban de su presencia. No sucedía lo mismo cuando ocupaban los árboles frutales de propiedades privadas, en busca de comida, y eran atacados. Esto pasó con Tuki, un tucán que perdió el pico de una pedrada y tras una cirugía exitosa de reconstrucción falleció.

Estas aves que se alimentan de frutas son muy sociables. Uno de sus principales roles es dispersar las semillas y controlar a otras especies.

Un reporte de Unitel da cuenta de que en menos de tres meses hubo 21 ataques a los tucanes en esta región de la Chiquitanía.

HERVORES

Más lejos, está Aguas Calientes, el río de aguas termales más largo de Sudamérica. 

Del suelo de arena, donde viven pequeños peces, surgen puntos de hervor que se dice tienen propiedades curativas.

Caminar con el agua hasta las pantorrillas y luego caer en uno de esos hoyos y llenarse hasta la cintura para disfrutar del hervor es una experiencia única. 

Los niños, en medio del agua, ofrecen agua y refresco a los visitantes para aplacar la sed. También están las empanadas de pollo y queso y helados. 

Familias enteras se reúnen en medio del agua, después de acomodar sus pertenencias en campings que también son parte de la oferta para pasar la noche. 

Para entrar o salir de este paraíso natural, el paseo en auto es indispensable. En esta época del año, el sol está al máximo y sofoca. 

LA TIERRA

Los pobladores de la zona también lo sienten, pese a que viven todos los días con este clima veraniego. Están seguros que las altas temperaturas son por los incendios y lo lamentan. Son conscientes de que hay grupos que se asientan en estas tierras donde hubo desmonte. Todavía están en casuchas con carpas plásticas y pilares de madera. Otros utilizan calaminas. Todos ellos trabajan en grupos y organizan reuniones permanentes para apurar las construcciones.

Están cerca de la carretera y es un secreto a voces lo que hacen. 

“Son gente del pueblo. Algunos tienen casa, pero piensan en su familia, quieren propiedades para sus hijos”, reconoció Juan, que atiende un hotel de San José.

En este pueblo se concentra la mayoría de los hospedajes para quienes visitan los diferentes atractivos turísticos. 

También sufrieron los efectos de la pandemia del coronavirus COVID-19 y cuando estaban por levantarse nuevamente, los incendios se convierten en su peor amenaza.

El daño está hecho y es más que evidente. 

Duele ver la naturaleza chamuscada, pero en medio de los troncos quemados y las cenizas sobre la tierra resurge la vida. Hojas verdes sobresalen y muestran que los árboles siguen batallando.

No sucede lo mismo con los animales, condenados a huir. Es común ver a monos, tejones o armadillos atropellados. Su piel está estampada sobre el asfalto. Están cerca de las llamas. Salen de monte adentro huyendo, pero encuentran la muerte. 

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