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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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El mayor barrio pobre de Buenos Aires, una "gran familia" ante la adversidad

El mayor barrio pobre de Buenos Aires, una "gran familia" ante la adversidad

Liliana aún está recuperándose del dengue, pero tiene claro que sus vecinos mayores la necesitan en estos tiempos de confinamiento. Junto a Leónida, herida para siempre por el asesinato de su hijo hace tres años, camina decidida por el barrio pobre más grande de Buenos Aires, donde el coronavirus ha cambiado una rutina ya acostumbrada a lidiar con la adversidad.

La villa 21-24, ubicada junto al Río Matanza Riachuelo, que desde hace años sufre una alta contaminación, arrastra, como el resto de asentamientos de la capital argentina, una crisis continua: pobreza, consumo de drogas, hacinamiento, violencia, falta de higiene y suministros de agua y luz precarios.

Ahora, la irrupción del coronavirus es solo un bache más: "Hay que levantarse y seguir luchando. Acompañamos a nuestros abuelos, en el sentido de ir a buscarle el táper para poder traerles la comida", cuenta a Efe Liliana, paraguaya radicada en Argentina y víctima reciente del mosquito que transmite el dengue, que año a año, cuando llega el calor, asola al barrio.

"Me estoy levantando de un pico de fiebre", advierte.

Integrante de la Corriente Villera Independiente, una de las organizaciones con mayor presencia en los barrios vulnerables, ella es una de las tantas personas que colaboran con la parroquia del padre Toto, como todo el mundo conoce al sacerdote Lorenzo de Vedia.

CUARENTENA DE BARRIO

Llegar hasta la iglesia de la Virgen de los Milagros de Caacupé es ver la realidad. Multitud de personas hacen fila, bolsa en mano, para llevarse alimentos a casa y poder sobrevivir en medio de la pandemia, una problema mundial que ha obligado al Estado argentino, que ya enfrenta dos años en recesión, a elevar los subsidios sociales y la transferencia de alimentos a comedores populares.

"Multiplicamos la vianda que damos a los ocho comedores que tenemos, más otros que hay en el barrio. Acá cocinamos para 900 familias, en otros sectores del barrio para 500", cuenta a Efe el 'cura villero' De Vedia.

Para evitar que los adultos mayores salgan de casa, voluntarios de la parroquia y otras organizaciones se encargan de llevarles la comida y se les brinda ayuda de salud -como la medición de la presión-; y hasta algunas capillas se han convertido en casas de acogida.

"Salimos a patear el barrio y casa por casa preguntamos. Ya sabemos dónde están los abuelos (que lo necesitan)", dice Carolina, promotora de salud de la corriente villera MP La Dignidad. 

Solo en la 21-24, donde hay cuatro centros de salud públicos, viven unas 70.000 personas, muchas en condiciones de hacinamiento, lo que aumenta los riesgos del coronavirus, que ya se va propagando en las villas.

Es por eso que el Gobierno decidió que en estos barrios no sea obligatorio quedarse en casa, sino solamente no moverse de la zona.

"Fueron muy duros estos meses para mí por no salir, porque mi mente también me pesa mucho", reconoce Leónida, que en 2017 despidió a su hijo, de 25 años, muerto por un tiro de un policía. Ahora, salir y colaborar con la parroquia ayudando a los mayores, también la ayuda a ella misma.

FALTA DE TRABAJO

Desde el 20 de marzo, cuando comenzó el aislamiento obligatorio, miles de personas están impedidas de trabajar, con especial impacto en las que viven de las 'changas' (empleos informales), que ya venían acusando la crisis económica.

"Cuando empezó la cuarentena, se veía gente desesperada, pero como el Gobierno ayuda un poco más, con la mercadería, con la tarjeta alimentaria... está un poco más tranquilo", declara a Efe Norma, dueña de un pequeño supermercado.

Cerca, Lucas, de 22 años, se coordina con varios amigos para cocinar platos con productos aportados por vecinos y negocios, para repartir a familias necesitadas.

"Los comedores están 'a full' (llenos), la iglesia está 'a full', la iglesia también nos dio verdura... Y viene mucha gente. Tratamos de hacer dos veces por semana (...) Cuando vienen, vienen más de 150 personas", afirma.

AYUDA ORGANIZADA

A las iniciativas ciudadanas, se une la labor que desde hace más de una década realiza la Fundación Pilares, que brinda apoyo, con programas sostenidos por donaciones y trabajo con empresas y el Estado, a alrededor de 500 familias de la 21-24 y de la 1-11-14, la segunda villa más grande.

Estos días, desde el Centro de Primera Infancia "Pilarcitos", ubicado en el cercano barrio de Pompeya y cuya gestión es compartida con el Gobierno de la Ciudad, la Fundación entrega una vez a la semana bolsones de alimentos y productos de higiene.

"También se prepara el bolsón para mandarles algo para hacer a los chicos. Algo que esté pensado específicamente de acuerdo a su edad y que puedan hacer en casa en cuarentena", cuenta María Maqueda, coordinadora del centro, cuyas aulas, que habitualmente reciben a niños de 1 a 3 años, se han reconvertido en almacén de víveres.

En lo que va de cuarentena, y según explica Natalia Bruto, directora institucional de la fundación, ya llevan entregados más de 1.000 bolsones.

"HAY QUE REZAR MUCHO"

Ante la imposibilidad de seguir colocando en la feria su puesto de venta de yerba mate, manís y porotos, María Angélica y su hermano José decidieron hacerlo en la puerta de su casa.

"Hay que tener mucha fe y rezar mucho", indica ella con una sonrisa.

La religión es otro de los elementos más visibles del barrio, con gran devoción por la virgen de Caacupé, patrona de Paraguay, de donde proviene buena parte de la población de la villa.

Consultada por si siente que ahora hay más inseguridad, Angélica se sincera: "Mejor estamos, (y) más con esto... que se vive más adentro que afuera".

Convaleciente en su cama tras romperse la cadera, y sobreviviente de un accidente cerebrovascular, Vicenta Martínez, paraguaya de 74 años, recibe a Efe en su casa, donde vive con su esposo.

"Tengo ahí enfrente a mi familia, no me saluda, tengo ahí a mi hija, no me saluda...", lamenta la anciana, que agradece la ayuda que recibe y baja la voz cuando se le pregunta si en el barrio hay problemas de drogas. "Que Dios y la virgen le bendiga y le proteja", culmina.

Quien no tiene problema en contestar es Liliana: "En esta cuarentena la gente está más susceptible para seguir consumiendo. Es impresionante cómo están. La noche es un campo minado. Están todos a la noche caminando los que están con el problema de consumo".

UN SENTIDO DE FRATERNIDAD

Todo el mundo conoce al padre Toto en la villa 21-24. El trabajo de su parroquia por la comunidad y por la prevención de adicciones, principalmente entre los más jóvenes, es de larga data: "Hace un par de décadas empezó a haber una paulatina mayor presencia del Estado, pero todavía hay que ordenarla y ayudar a organizar los barrios en la infraestructura", cuenta el sacerdote.

"De la villa siempre trasciende lo malo: la droga, la violencia, la miseria... Pero no trasciende (...) que es gente que tiene un espíritu de progreso", relata.

Un sentido de solidaridad que hace que una madre sea madre de sus hijos y de los del resto del pasillo, como se conoce a las angostas calles de las villas, llenas de cables eléctricos colgando de las construcciones precarias.

"Siempre decimos que en el fondo la villa es una gran familia, con lo bueno y lo malo de las familias, pero hay mucho sentido de fraternidad y comunidad, mucho más que en otros sectores sociales", concluye.