Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
  • Actualizado 05:26

Tercera estación

Tercera estación

Aunque los eventos de la Semana Santa ya han pasado, y para muchos se han archivado en el cajón de los recuerdos hasta el próximo año, me gustaría compartir con ustedes un episodio sumamente doloroso de estas historias que rememoramos, la llamada tercera estación o la referencia a la caída de Jesucristo de camino a la crucifixión.

 Esta imagen, que de por sí es muy conmovedora, refleja a un hombre inocente que cae por el peso de un leño que lleva a cuestas, agotadas sus fuerzas por el dolor de la flagelación, la sangre perdida a causa de ello y el ayuno forzado, impuesto por humanos insensibles, crueles y sin un mínimo de consideración y justicia. Y como esa, han venido a mi mente cientos de imágenes actuales de personas víctimas de la justicia ciega y corrupta que rige en nuestro país.

Familias que peregrinan buscando justicia para sus hijas asesinadas; mujeres que con sus niños en brazos cumplen sentencias ciegas en los hacinados recintos penitenciarios; una mujer enferma que suplica piedad frente a la muerte y a la que se le niega la oportunidad de tener asistencia médica; un médico condenado sin pruebas o con pruebas inventadas por jueces borrachos de poder; un hombre que agoniza de dolor en una cárcel por la indolencia de la justicia… Pero también, una madre que reza con fe a la puerta del penal, recurriendo a lo último que no puede morir en ella: la esperanza; padres peregrinando con la imagen del cuerpo de su hijo o hija descuartizados, golpeando de puerta en puerta, esperando a ver si algún juez les abre o al menos los escucha.

Y Cristo cae de nuevo. Cae todos los días frente a la coima, la corrupción, la retardación de justicia, el abuso de poder, la maldad humana elevada a su máxima potencia. Y Cristo cae y llora por todas las personas inocentes que, al igual que él hace 2000 años, hoy sufren su calvario. Llora, solidario, porque cuando el ser humano dice “nadie sabe lo que sufro”, él sí sabe. 

Y entonces en un silencio absoluto, frente a la imagen de ese Cristo caído, siento que a las personas de bien Él nos mira a los ojos y nos demanda a gritar si es necesario, a no ser cómplices, a salir corriendo para ayudar al que sufre con su cruz a cuestas. Nos señala que solo así podremos hacer una opción por aquellos que sufren y, por tanto, ser sus discípulos.

UN POCO DE SAL 

VIRGINIA QUEZADA VALDA

Teóloga y biblista 

[email protected]