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  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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Crónica de una muerte anunciada

Crónica de una muerte anunciada

“Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto…”. Rom. 8:22

Realizando un paseo por los libros que tengo en casa, decidí leer “Crónica de una muerte anunciada” del galardonado Gabriel García Márquez.

Ya metida en el escenario de Riohacha, pueblo en el que se desarrollan los eventos, y empujada por esa mezcla de “realismo mágico” y “relato policial” promovido intencionalmente por el autor, me di cuenta que la narrativa comienza donde usualmente terminaría. Por obviedad, desde el principio se sabe cuál será el fin, mismo que además es inevitable, promovido por actitudes del personaje principal (Santiago Nassar), a quien ni los consejos ni los sueños premonitorios pueden prevenir que sea víctima de un cruel destino. 

Al finalizar la lectura, me puse a pensar: ¿cómo fue posible que Santiago, a pesar de todas las señales, no se diera cuenta que estaba en serio peligro, que no pudiera evitar su asesinato huyendo y que pueda salir, lo más campante, por la puerta principal de su casa provocando a quienes enardecidos finalmente lo matarían?

Pensándolo bien, algo así nos sucede a nosotros respecto a temas vinculados a la naturaleza, al cambio climático y en general al mal uso de lo que generosamente la Madre Tierra nos regala. Toda la destrucción emerge de nuestras manos: contaminación del agua, incendios, violencia, robos… Y como en la historia desarrollada en Riohacha comenzamos sabiendo que el fin será la muerte. Pero nada nos detiene. 

Desenfrenadamente redactamos página a página la “crónica de una muerte anunciada” pero en este caso, lamentablemente, es la de nuestra propia muerte y no conlleva ningún “realismo mágico”, sino una cruenta realidad de la cual solo nos despertará la desgracia.

Cuando, angustiada me di cuenta del fin de Santiago Nassar, imbuida por la propuesta del gran Gabo, me hubiera gustado meterme entre las hojas, estar en ese pueblo, advertirle, decirle “hijo, huye de tu destino, porque te van a matar”. Así como ahora lo hago: “huyamos de esa muerte anunciada, si todavía estamos a tiempo, detengamos la destrucción que hemos promovido por años”. 

Como verán, escribí involucrándome en ese desastre, porque lamentablemente las páginas de esa nueva crónica nos involucran a todos.

UN POCO DE SAL

VIRGINIA QUEZADA VALDA

Socióloga, teóloga y biblista 

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