Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
  • Actualizado 10:50

De Simone Biles a Emiliano Cabrera

De Simone Biles a Emiliano Cabrera

No es casual que la noticia más explosiva de los Juegos Olímpicos de la postpandemia se haya desprendido de un hecho extradeportivo, fuera de la competencia, de espaldas a victorias y récords, indiferente a las medallas. No es casual, digo, porque, nos lo vienen diciendo desde cuando al coronavirus le concedieron estatus de peste global, lo que sobrevendría a los estragos físicos provocados por el bicho mutante de China sería otra pandemia, acaso más inclemente y silenciosa: las enfermedades mentales. De estrés, ansiedad, angustia y depresión venimos hablando indistintamente todos desde hace un año y medio, y lo venimos haciendo con una recurrencia que corre el riesgo de naturalizar esos estados, de subestimarlos. Y no debiera ser así.

De ahí que el anuncio de que la gimnasta estadounidense Simone Biles (24), probablemente la estrella más esperada de los Juegos en Tokio, abandonaba la competencia por equipos para cuidar su salud mental haya provocado una suerte de desahogo colectivo. No importa tanto que unos -la mayoría- salieran a aplaudir la valentía de la joven afroamericana. Tampoco que otros -los menos- defendieran la presión connatural que viene con el paquete del deporte de alta competición. Lo que más importa es que el gesto de la atleta nos haya puesto a hablar a casi todos sobre la urgencia de cuidar nuestra salud mental.

No podemos ni debemos circunscribir las palabras de Biles al mundo del deporte, menos a la coyuntura olímpica. Antes bien, toca asumirlas como una oportunidad para agendar colectivamente la necesidad de que las enfermedades mentales sean un asunto de primera importancia para la salud pública, sobre todo en países como el nuestro, en los que no existen políticas concretas en la materia, pues ni siquiera hay una conciencia real sobre lo que son esas enfermedades, menos aún sobre sus efectos. No podemos ni debemos circunscribir el debate sobre la salud mental al mundo del deporte, pero podemos volver a él para ilustrar las consecuencias de condenarlo al silencio. Mientras se inauguraban las Olimpiadas, el fútbol uruguayo se vio sacudido por el suicidio del jugador Emiliano Cabrera (27), registrado solo cinco días después de que el también futbolista charrúa William Martínez (38) se quitara la vida. Ambas muertes remitieron inevitablemente a la de Santiago Morro García (30), el delantero montevideano que se pegó un tiro en febrero de este año. Es cierto que cada cual vivió circunstancias particulares, pero no podemos ignorar que sus personales demonios -esos de los que habló la gimnasta gringa- se venían alimentando de la peste y de sus efectos colaterales: el confinamiento, el miedo, la soledad y, sobre todo, el silencio. El silencio que acaba de romper Simone Biles y que debemos seguir rompiendo, por nosotros y por todos los ‘Emilianos Cabrera’ de este mundo. 

DIOS ES REDONDO

SANTIAGO ESPINOZA A.

Periodista

@EspinozaSanti