Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
  • Actualizado 10:28

Rodrigo, aferrarse a la pelota como al mundo

Rodrigo, aferrarse a la pelota como al mundo

Cualquiera que tenga acceso a medios o redes debe estar al tanto de la historia de Rodrigo Canaviri, un chico potosino de 13 años al que el entrenador de arqueros Nery Quintana hizo viral en un video en el que le hizo atajar pelotas, cual si se tratara de un portero profesional. Entrenaba San José y Rodrigo, quien había viajado de Potosí a Oruro para ganarse unos pesos vendiendo bolos, se metió a la práctica buscando compradores. Quintana, que grababa con su celular los ejercicios de los arqueros, invitó al niño a probarse. Con chulo de lana, chamara del PSG y abarcas, Rodrigo accedió gozoso a la convocatoria y sorprendió, con su agilidad, destreza y entrega, al entrenador y a todos cuantos lo vieron una vez viralizado en las redes.

Luego los medios hicieron lo suyo. Descubrieron que Rodrigo, de familia pobre, viajó a Oruro para juntar la plata que le serviría para comprarse un celular con el que pasar clases virtuales en su colegio de Potosí. Que, como tantos niños y jóvenes, tiene el sueño de ser futbolista profesional, mientras completa sus estudios (le toca primero se secundaria) y ayuda a su familia trabajando en la calle. Y que si no tenía dinero para un teléfono, menos aun para comprarse guantes y cachos. Decía que los medios hicieron lo suyo: además de contar la historia, conmovieron a las audiencias y le consiguieron al niño celulares, ropa deportiva y hasta una tele para ver partidos. Tampoco faltaron los “especialistas” que le depararon un futuro glorioso como arquero de la Selección...

Más allá de la anécdota y la parafernalia mediática, de la que afortunadamente también se benefició Rodrigo, la historia fue capaz de abrir una tregua en un país que solo tiende a la confrontación. 

No hubo quien acusara al joven arquero de masista o pitita. No le reclamaron por no usar barbijo. No le achacaron la crisis del fútbol boliviano. Corriendo para lanzarse al césped -con más granizo que pasto- y atrapar una pelota escurridiza, el niño fue, por unos segundos, este país sucio y desprolijo, pero siempre entusiasta para dejarse el cuerpo en la cancha, rehacerse y seguir atajando inclemencias en un escenario extremadamente hostil. Y fue también cada uno de los que, en la infancia o luego, corretean tras una pelota para aprehenderla y no soltarla más, como si aferrarse a ella fuera una forma de aferrarse al mundo, de mantenerlo a salvo, pero también bajo control, aun solo por unos segundos.

DIOS ES REDONDO

SANTIAGO ESPINOZA  A.

Periodista

@EspinozaSanti