Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
  • Actualizado 08:49

¿Quién se rinde?¿El fútbol se rinde?

¿Quién se rinde?¿El fútbol se rinde?

En este largo camino de vuelta a la normalidad, el fútbol funciona como un indicador. Si uno de los síntomas de anormalidad que angustiaba al expresidente Evo Morales, entre octubre y noviembre, era la suspensión del torneo Clausura; la reanudación del campeonato es una expresión del intento de normalizar las cosas en el país. El balompié profesional ya se viene jugando desde hace algunas semanas.

Por lo reñido de la pugna de los primeros lugares, que clasifican a copas internacionales, pero también de los últimos, los que descienden de categoría, despierta un interés genuino y creciente entre los futboleros. Demanda volver a seguir la televisión nacional para ver los cotejos y/o sus resúmenes de goles, y por supuesto, volver a ocupar las tribunas de los estadios que por varias semanas estuvieron deshabitadas.  

Mi vuelta al estadio se produjo el jueves, en ocasión del clásico cochabambino entre Wilstermann y Aurora, que acabó ganando 2-0 el Rojo, aunque con muchas más complicaciones de las que se esperaban. No fue un partido especialmente admirable. Su primer tiempo fue trabado y áspero, generoso en tarjetas amarillas y hasta una roja, que dejó al Equipo del Pueblo diezmado y condenado a la derrota. O eso parecía. 

Lejos de amilanarse, Aurora redobló esfuerzos y se puso a tiro de abrir el marcador. Apenas iniciado el segundo tiempo, el travesaño le negó la apertura del marcador. Solo el cansancio de sus jugadores y algunos ajustes en Wilster hicieron posible que los aviadores vulneraran el arco de Cousillas, merced a una avivada del Pochi. El segundo tanto, el de Ramiro Ballivián, fue un golazo de otro partido.

El final del encuentro no me dejó mayor huella que la satisfacción de ver al Hércules nuevamente en la punta del torneo, aunque vaya uno a saber por cuánto tiempo. Más mella me hicieron los cánticos de un par de borrachitos desparramados cerca de donde estaba y que, lejos de aludir a los equipos enfrentados, no fueron otra cosa que el clásico “pitita”: “¡Quién se cansa? ¡Nadie se cansa!...”. 

La letanía fue repetida tanto que hasta contagió a otro hincha, que improvisó una versión ofensiva con Aurora. Fue el “broche de oro” de una jornada consagrada a ese cantito. El cantito que llevó a la presidenta Áñez a buscar a una niña paceña que lo entonó en los días de turbulencia. El cantito que, a ratos, tiene un espíritu más bravucón que reivindicativo.