Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
  • Actualizado 20:06

El público que mata al fútbol

El público que mata al fútbol

La vuelta del público a los estadios es una de las victorias más dulces del fútbol sobre la pandemia. Que las graderías volvieran a recibir hinchas, aun a cuentagotas, con barbijos, bañados en alcohol y masajeando sus hombros todavía adoloridos por la vacuna, es un acontecimiento que los futboleros seguimos saboreando con cada pitazo inicial. Si asistir a un partido en vivo ha devenido una kafkiana burocracia que cumplimos con inusual euforia, seguirlo por televisión solo cobra sentido pleno una vez que se escuchan los cánticos de las tribunas, mientras que el éxtasis solo puede desprenderse del gemido colectivo provocado por un gol local.

Todo este preámbulo para celebrar el romance entre el fútbol y su público, que se vio interrumpido durante unos meses interminables por el coronavirus, no podría resultar más anticlimático para aludir a la pelea campal que, hace menos de una semana, enfrentó a hinchas del Querétaro y del Atlas, en un partido de la liga mexicana jugado en el estadio La Corregidora, perteneciente a los primeros. Las imágenes del hecho, que se compartieron hasta la extenuación en redes sociales, sirvieron para despertarnos de ese embobamiento romántico en el que suele sumirnos el deporte con una frecuencia insana. Las barras del Querétaro comenzaron a golpear a las del equipo visitante en las graderías y, cuando estas se les hicieron insuficientes para la trifulca desbocada, tomaron la cancha e hicieron escapar a los futbolistas (o a la mayoría) para pegarse sin control alguno.

Los informes oficiales descartaron los miedos iniciales de que la batalla había dejado muertos, pero sí confirmaron que hubo más de 20 heridos, algunos graves, hospitalizados con diagnósticos reservados. Que no se reportaran muertes supuso un alivio para la institucionalidad del fútbol mexicano, que anunció sanciones previsibles: prohibirle al Querétaro jugar en su estadio por un año, obligarle a jugar sin público por tres años y suspender a sus dirigentes actuales. Algunos esperaron que los expulsaran de la liga de México, pero pesaron más las presiones económicas.

Pero, de lo que se habla poco o nada es del origen estructural de la violencia que anida en las hinchadas de fútbol (en México o en otras tantas partes). Ese es un asunto al que solo unos pocos prestan atención. La mayoría prefiere mirar a otra parte, cambiar de canal, entretenerse en alguna liga europea (con hinchadas “civilizadas”) y, por qué no, ponerse la camiseta de su equipo para ir al estadio a gritar sus goles, como si nada hubiera ocurrido hace solo unos días en México, como si la violencia en el fútbol fuera un invento de uno que otro amargado. 

DIOS ES REDONDO

SANTIAGO ESPINOZA 

Periodista

@EspinozaSanti