Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
  • Actualizado 18:19

Misas sí, fútbol no

Misas sí, fútbol no

Lo que era el deporte para Evo Morales, lo es ahora la religión para Jeanine Áñez. Si al Gobierno del MAS se le reprocha por haber hecho más canchas de fútbol que hospitales, al ejecutivo transitorio cabe cuestionarle que privilegie la oración a la acción/reflexión. Y con esto no quiero que se me tache de blasfemo o apóstata, cosa que tampoco me molestaría, sino tan solo anotar algo de sobra evidente.

Para Morales, la gestión presidencial era como un partido de fútbol en el que había que anotar la mayor cantidad de goles, pegarle al adversario, comprar al árbitro y cambiar las reglas del juego cuando se iba perdiendo. En cambio, para Áñez, la conducción del Estado es una ceremonia sacrificial que renuncia a la acción propia y se encomienda a la voluntad divina para resolver los problemas terrenales, amenazando con crucificar a los escépticos y apartando un “merecido” diezmo para sus operadores. El líder del MAS metía la manos, o los cachos con toperoles de frente, hasta noquear al rival y quedarse con la pelota; mientras que la mandataria se asume como una intercesora entre el pueblo y la divinidad, una “santa” que va a asegurar nuestra salvación a un costo -de violencia y corrupción- razonable para ella y sus apóstoles.

Hemos pasado de una teocracia a otra: de una más prosaica a otra más abstracta, aunque no por ello menos farsante. Solo hay que ver el trance en que estamos enfrentando la pandemia de coronavirus. Si durante el “proceso de cambio” el país se paralizaba para derrochar plata y venerar el paso del Rally Dakar, sin que a (casi) nadie le interesara cuántos hospitales podrían construirse con el dineral que regalábamos a los organizadores de ese megavento depredador; en esta “transición sin fin” se nos pide que suspendamos toda acción y reflexión para pedir perdón, ayunar y esperar que la fe nos salve de la inminente muerte, porque el “diablo azul” al que venció la Biblia le dejó a sus predicadores un “sistema sanitario precario”, en el que los que soportamos 14 años de blasfemias e infamias bien merecido nos tenemos ir a agonizar y morir.

Solo hay que reparar en la medida emblema de la flexibilización de la cuarentena anunciada por el Gobierno interino: autorizar, sin mayor justificación técnica, la celebración de ceremonias religiosas, y no así eventos culturales o deportivos. Porque, claro, del coronavirus vamos a salvarnos rezando, en ningún caso yendo al cine o viendo partidos de fútbol. Si la gente se reúne en un templo a orar, seguro que la pandemia respeta el lugar sagrado y se abstiene de contagiar a los feligreses. En cambio, si otros nos congregamos en un teatro o en una cancha deportiva, ya tenemos nuestro nicho covid-19 asegurado, por pecadores insalubres. No debe haber mejor medida de bioseguridad que un salmo a voz en cuello.

Artistas y deportistas están reclamando por este trato discriminatorio que, lo ha confesado el mismo Gobierno, fue impuesto a solicitud/presión de las iglesias (católicas y evangélicas, presumo), sin mayor análisis técnico o epidemiológico. Qué más da. Si igual nos vamos a enfermar y/o morir de coronavirus, que al menos la Parca nos agarre bien rezados y confesados. Qué de pésimo gusto que nos contagiemos por escuchar música en vivo o por abrazarnos para gritar un gol.

Y yo que pensé que la idea era que se enferme y muera la menor cantidad posible de bolivianos. Ingenuo de mí: la clave está en el cómo, en cómo hemos de enfermarnos y/o morirnos de coronavirus. Así pues, si nos infectamos adentro de un templo y orando, la prueba de COVID-19 dará negativo; pero si el virus se nos mete cuando estemos viendo un partido de fútbol, claro que el test dará positivo. Si la pandemia es cosa del demonio, de quién más. Amén.