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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Maradona, el último baile

Maradona, el último baile

Aunque ya estaba vivo, mi memoria del Mundial de México 86 es esencialmente televisiva. Italia 90 ya lo vi con uso de razón, pero sin una comprensión cabal del fútbol. Me acuerdo haber llorado, sin consuelo ni razón, tras el gol con el que Caniggia despachó a Brasil del torneo. Aun así, el argentino que se hizo lugar en mi memoria fue el que menos usó los pies: Goycochea. A Diego lo recuerdo, más que jugando, llorando, aunque con más razón que yo: había perdido la final contra los alemanes. Todo este preámbulo me sirve para decir que mi personal Maradona es el que jugó el Mundial de EEUU 94, ese al que Bolivia clasificó por primera vez en su historia. Para entonces ya entendía y jugaba al fútbol. 

Argentina no era un equipo que ofreciera mayores ilusiones: llegó al filo tras una humillante goleada ante Colombia en el Monumental y un repechaje que le costó más de la cuenta contra Australia. Diego no jugó las Eliminatorias, pero sí fue llamado para salvar a la Albiceleste del bochorno. Capitaneó la clasificación contra los australianos y llegó a EEUU para callar la boca a todos. Vi los dos partidos que llegó a jugar antes de que le “cortaran las piernas” y encaminara la temprana desclasificación de su Selección. Y me acuerdo, cómo no, del último gol que marcó en un mundial con la Argentina, el que le hizo a Grecia.  Sobran los relatos de la “mano de dios” y del “barrilete cósmico” que convirtió en el 86, sus tantos más legendarios con la casaca argentina. Pero los hay menos o, de plano, no existen los que recapitulan el golazo del Maradona crepuscular de 1994, acaso porque, a diferencia de los primeros, el anotado a los griegos no tuvo un final feliz. De México se fue con la Copa, mientras que de EEUU se marchó acompañado de una enfermera que lo desterró al infierno del doping. 

En estos días de inevitable melancolía maradoniana he visto una y otra vez ese gol que me parece fantástico, pero a la vez tristísimo, casi tanto como la reciente muerte de su autor. Se trata de una coreografía perfecta y vertiginosa entre Balbo, Redondo y Maradona que corona el diez con un disparo de zurda al ángulo derecho del arquero rival. No en vano cuentan que el Pelusa era un bailarín excepcional, dentro y fuera de la cancha. Y así como en México fue un virtuoso solista ejecutando sus propias coreografías imposibles; en EEUU comprendió que su último baile solo podía componerlo en colaboración con su equipo, compartiendo la bola con sus compañeros, embelleciendo la circulación de la redonda por el césped, entregándosela a sus nuevos intérpretes (sus herederos), dignificando su recorrido antes de depositarla en las redes. Solo cumplido ese ritual, el Diego podía lanzarse a celebrar y rugirle a la tribuna del estadio y del mundo entero que si había resucitado una vez más, era para ejecutar su último baile.

DIOS ES REDONDO

SANTIAGO ESPINOZA  A.

Periodista

@EspinozaSanti