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La importancia de llamarse Marcelo

La importancia de llamarse Marcelo

La primera vez que fui al estadio Hernando Siles para ver jugar a la Selección Boliviana, perdimos. Eso que al día de hoy no debería sorprender a nadie, me dejó noqueado aquella tarde de junio de 2009. Perdimos 0-1 ante Venezuela, por las Eliminatorias para Sudáfrica 2010. Y lo que se me hizo más intolerable: perdimos porque Marcelo Martins, nuestra fulgurante estrella internacional, falló un penal. Sin saberlo, el delantero había roto el mito fundacional de mi infancia futbolera: ganarles de local a los venezolanos.

De ese episodio me acordé el martes, en especial de las barbaridades que le grité a Martins y a su familia boliviano-brasileña. Lo recordé cuando, al final del empate (2-2) que arañó la Verde en su visita a Paraguay, el hoy capitán soltaba unas lágrimas de emoción por haberse convertido en el máximo artillero del seleccionado, con 21 tantos, uno más que Botero. 

Puede pasar por una bicoca, una estadística solo útil para la anécdota, un dato a tono con esta era adicta a los récords; pero, en verdad, significa mucho más. Es un hecho consagratorio para un jugador excepcional en la historia de nuestro fútbol, un deportista de trayectoria atípica para nuestros estándares, un titán que ha tenido la mala suerte de coincidir con algunas de las generaciones más mediocres del balompié boliviano. Martins ha hecho una carrera notable en una de las ligas más competitivas del mundo, la brasileña, desde donde también ha descollado en torneos continentales. Fue figura del Cruzeiro, con el que ganó títulos y se convirtió en goleador de la Libertadores 2008; emigró a Europa para jugar en las primeras divisiones de Alemania (Werder Bremen), Inglaterra (Wigan) y Ucrania (Shakhtar). Con el Shakhtar fue campeón de la UEFA Europa League 2008-09 (aun con más tiempo en la banca). 

Mientras él lagrimeaba el martes ante la tele, recordé haberlo visto en la transmisión de la final europea, buscando una cámara para exhibir su bandera boliviana y gritarle al mundo el nombre de su país, insólito en esos sitiales. Recordé también haberlo visto correteando sin suerte en un partido del Wigan por la Premier. Recordé los resúmenes de sus anotaciones en el Brasileirao. Lo recordé metiendo goles y golazos con la Verde para taparme la boca por todas las veces que lo maldije y le pedí que se volviera a Brasil. Y por primera vez en mucho tiempo, no me acordé del partido de 2009 en que falló un penal y perdimos con Venezuela. Antes que la rabia guardada de esa tarde paceña, me ganó una emoción genuina y un sentimiento de gratitud infinito hacia nuestro Marcelo.

DIOS ES REDONDO

SANTIAGO ESPINOZA  A.

Periodista

@EspinozaSanti