Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Estancados en 1994

Estancados en 1994

Escribo esto a solo horas del partido en el que Perú bien podría chicotear a Bolivia, en el Hernando Siles. No es una exageración, al menos si nos atenemos a los desempeños y resultados que vienen registrando ambos seleccionados. Mientras los peruanos, de estar incluso por debajo de la Verde hace solo algunas fechas, han escalado hasta el séptimo puesto de la tabla de las Eliminatorias sudamericanas para Catar 2022; los connacionales se han estancado en el penúltimo lugar, con solo seis puntos y las chances hace ya tiempo muertas de volver a una cita mundialista.

El estancamiento es, de hecho, una noción muy útil para mirar el estado del fútbol boliviano. Eliminatoria tras Eliminatoria, Copa América tras Copa América, seguimos esperando el milagro poco probable de que la generación del 93-94, esa que nos llevó a EEUU, reencarne en nuestros “troncos” actuales para regalarnos alguna alegría colectiva, de esas que ya hemos olvidado a qué saben. Pero, nada, che. Pasan los años, las generaciones, aparecen algunos jugadores decentes o algo más que decentes (Martins es el mejor ejemplo), pero el desenlace es el mismo: queremos volver a mediados de los 90. El propio Farías ya nos echó un balde de agua fría al recordarnos que nuestra histórica clasificación al Mundial fue fruto, entre otras cosas, de un sistema de competencia por grupos y en partidos seguidos que no ha vuelto a repetirse desde entonces. Puede que nos duela y que Farías sea el menos indicado para decirnos nuestras verdades, pero algo de razón tiene. Seguimos estancados en 1994 y es cuando menos patético.

Hablando de 1994, el viernes vi, casi por casualidad, un partido por Eliminatorias europeas entre Alemania y Rumania, que acabó con la enésima remontada impune de los teutones. Al margen de la frustración por el resultado final (1-2), si algo me emocionó de ese encuentro fue el gol de los rumanos, el primero del juego, anotado por Ianis Hagi, hijo de un tal Gheorghe, el mejor futbolista rumano de todos los tiempos y uno de los mejores de todo el mundo en los 90. Fue un golazo, con regate y caño incluidos, y obviamente me recordó a su padre, el ‘Maradona de los Cárpatos’. Lo curioso es que cuando anoté esa genealogía, solo una persona la entendió: los restantes presentes nacieron después de 1994. Casi nadie más tenía idea de quién fue el Hagi mayor, así como casi nadie debía saber cuán grandes fueron Erwin Sánchez o William Ramallo, cuyos hijos también juegan en nuestra Selección, aunque con resultados -lamentables- de sobra conocidos. En fin, que alguien nos salve de 1994.

DIOS ES REDONDO

SANTIAGO ESPINOZA 

Periodista

@EspinozaSanti