Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 29 de marzo de 2023
  • Actualizado 21:30

Consecuencias de no acometer los conflictos por resolver

Consecuencias de no acometer los conflictos por resolver

Se debe buscar un significado más profundo a cualquier conflicto de gestión de gobierno en un país, antes de perderse en el laberinto como sucede usualmente. Los servidores públicos, llámense ministros y de orden inferior sucesivo, generan un miedo a enfrentar la complejidad del problema y les irrumpe la neurosis. Lo importante en esta fase inicial para todo servidor público es apartarse un poco y recurrentemente para recobrar la perspectiva, y desterrar el apasionamiento, sea por su partido político, al cual le deben su cargo, merecido o no, o por mera vanidad de autoridad.

Cuando un servidor público no vislumbra, como obligación contraída por el cargo, siquiera un atisbo de futuro problema de gestión, se verá en tiempo inmediato obligado a tomar decisiones sin el alcance de la necesaria meditación y la consideración del bien del sector y de la población. La organización mental de un servidor público que decide tiende por lo general a transmutar su responsabilidad al inferior en mando, lo cual enardece a los peticionarios y esa posición defensiva empeora las frágiles relaciones entre peticionario y gobierno, en el terreno en que se desarrolla el conflicto.

Además, como elementos nuevos, aunque vayan insertos en el amor y el éxito o la preservación de la imagen, ingresan en un papel importante el miedo a un orden diferente y el terror de que este conflicto pueda poner en riesgo sus tesoros personales; esta alteración de la confianza en sí mismo y en su capacidad le priva cada vez más de la  empatía e idoneidad de trabajar  con diáfano criterio y, por lo tanto, librar una a una las dificultades, entonces, se produce la inercia de la excusa de hablar o reunirse que remplaza al trabajo ordenado de solución.

El servidor público cree que posee una estructura protectora por el cargo que, a pesar de toda esa rigidez, es altamente quebradiza y da lugar a nuevos miedos. Uno de ellos es la perturbación del equilibrio de autoridad y, aunque la estructura de gobierno le presta una sensación de equilibrio, este se perturba  fácilmente.

El ministro o servidor público no se da cuenta de la consciente amenaza de no solucionar rápidamente el conflicto con incesantes y apaciguadores diálogos y, la negación al diálogo y de las sucesivas cargas de las peticiones escritas de tono variable ascendente, le confiere un sentimiento de inseguridad: que es la sensación de no confiar en sí o la falta de habilidad en todo lo que requiere equilibrio para satisfacer las demandas o amainarlas, sean estas sobredimensionadas o justas.

Otro miedo inconfundible en los ministros es el miedo a la exposición que nace de la estructura protectora de todo gobierno y desea aparecer ante los adversarios en el diálogo  como armonioso, racional, más generoso o más fuerte, o quizás despiadado  y teme ser descubierto por un interlocutor acucioso e inteligente.

El miedo a ser descubierto como un servidor público no apto para el cargo de responsabilidad y decisiones, puede parecerle  como una sensación nebulosa, que  él es un bluff o un usurpador del cargo que puede estar  unido a una cualidad  particular remotamente  asociada con lo que realmente le preocupa. 

Un servidor público puede tener miedo a no ser tan inteligente, competente y educado, empero, se sobrepone y se sitúa en empatía con los peticionarios, trasladando su miedo y ausencia de cualidades a su firme deseo de servir al sector o a  la población que es el punto de inflexión para una buena negociación sin asperezas ni  declaraciones de “hasta las últimas consecuencias”.

FORO

RAÚL PINO-ICHAZO T.

Abogado, posgrados en Derecho Aeronáutico, Arbitraje y Conciliación; Filosofía y Política

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