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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Ando Volando Bajo

Ando Volando Bajo

Algunos quisieran Ando Blando de Abajo, pero todavía. Sucede que acaba de salir mi novela Ando Volando Bajo y se vende a solo 30 pesitos en mi dirección ya conocida.

La publica la Editorial Artesanal Mefistofelia, de Ale Carranza, valiosa mujer que se defiende con esa Editorial. Abrirá una tienda en la Costanera, frente al Jardín de la Familia (exZoológico), casi Teniente Arévalo, donde instalará su librería. 

Paso a contarles cómo escribí Ando Volando Bajo. Diez años antes, durante mi exilio, trabajé en el Fondo de Cultura Económica como corrector, y de pronto lo esperaba al gerente, Felipe Garrido. Sonó el teléfono y nadie contestaba. Contesté y me preguntaron por Felipe. Dije que no estaba y que me dejara algún encargo. La voz me dijo que le hablaba Baldovinos, que enviara un transcriptor de cassettes a su estudio. Era un fotógrafo famoso, con estudio en la Avenida Insurgentes. Colgué y me fui ronceando a verlo. Tenía unas modelos muy guapas, pues sacaba portadas en Cosmopolitan, Vanidades y otras revistas como free lance. Me identifiqué y me entregó un chingo de cassettes. 

Aquel fin de semana me esforcé en transcribirlos y creo que el lunes lo busqué con todo listo. Comentó: Caray, si esto está perfecto. Yo le doy ese trabajo a un transcriptor y me entrega lleno de errores. Aproveché para vender mi charque: yo era un escritor en el exilio y Baldovinos me propuso que hiciera el libro y me pagaría con una petita vieja, un vocho. Así que retorné a casita con un VW. La historia era esta: un millonario invitó al amigo Baldovinos a que lo visitara en su finca y allí se grabaron los cassettes con confidencias del platudo, entre ellas que tenía una hija divorciada y neurótica con quien almorzaba los jueves. El libro se llamó Tlaloc, el dios de la lluvia, eran las memorias del millonario, por supuesto con su nombre y ninguna referencia a Baldovinos, mucho menos a este subcontratista de un trabajo negro. Me dieron una beca del SUM y dejé de trabajar, pero ya tenía un vocho, y me dediqué a seguir al millonario, que los jueves almorzaba con su hija la neurótica. Me dije: Yo lo conozco a este hombre más que su familia. En realidad, si yo no lo imaginara, él no existiría, repitiendo una vieja fábula china.

Allí había un argumento de novela, pero no lograba avanzar por más que me esforzaba. Una mañana se me ocurrió remangar el episodio: en lugar de un millonario, una millonaria; en lugar de un fotógrafo, una fotógrafa, y en lugar de la hija neurótica un hijo gay. Y lo logré.

OJO DE VIDRIO

RAMÓN ROCHA M.

Escritor, abogado, “cronista de ciudad”

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