Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Contra la “teología política” boliviana (IV)

Contra la “teología política” boliviana (IV)

Pocas cosas son tan destructivas del “espacio” de la política como la introducción de la dicotomía bueno-malo en el ámbito público. Toda actividad política se sostiene sobre la “distancia” que se crea entre los actores de su seno y el maniqueísmo —tan característico de nuestro tiempo— anula precisamente toda posibilidad de esa distancia. 

Hablar de la distancia como “la” experiencia humana fundamental de la vida política no tiene, por supuesto, nada que ver con magnitudes físicas. La distancia es la tensión armónica que, en el marco del debate y la acción pública, conjuga a los individuos que hacen parte de un colectivo. En tal sentido, tal distancia es la mediación activa de la relación con el otro, una relación cuya esencia depende de la “cercanía” o de la “lejanía”, pero nunca del quiebre radical o de la fusión unitaria con los demás. Solo cuando a través de la concertación es posible acercarse a algunos y alejarse de otros sin unirse “religiosamente” a los primeros ni parapetarse bélicamente contra los segundos un espacio político mantiene su vitalidad más propia. 

Cuando el horizonte público de la comunidad queda diagramado a partir de los criterios del bien y del mal, dos tendencias anti-políticas se hacen evidentes en los individuos: (1) la comunión indiscutida e indiscutible con “los buenos” o (2) el combate intransigente con “los malos”. En cualquiera de estos dos casos, la distancia que se construye a través de la palabra y de la acción mediadora resulta superflua. Con los “buenos” —que siempre “somos nosotros”— no se discute, porque la oposición al “mal” es lo que “nos” funde en una unidad monolítica y esencial. Con los malos, por otra parte, no hay nada que discutir, porque “ellos” son esencialmente contrarios a “nosotros” y esa es una brecha absolutamente insalvable. 

Así, ya sea a través del incremento de la lejanía hasta el punto de su propio rompimiento o por medio del acercamiento “hermanador” que tiende a la unificación, el universo maniqueo extingue la distancia y las posibilidades de mediación, vaciando el campo político de su médula espinal y convirtiendo las instituciones públicas en un simulacro perverso. Es entonces cuando la violencia toma un papel protagónico, porque el bien y el mal imponen la necesidad de un impulso fulminante e indiscutible en sus repercusiones. Por ello el sueño militar o guerrillero se convierte en el ideal de los bandos encontrados. Por ello, también, en Bolivia uno puede rezar llorosamente demandando la muerte del otro a través de una violencia sagrada.     

SIN ASIDEROS

OSCAR GRACIA LANDAETA

Filósofo

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