Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Contra la “teología política” boliviana (III)

Contra la “teología política” boliviana (III)

Sería simplificador suponer que la caricaturización que define la vida política como un escenario de “buenos” y “malos” es un dato solo característico del segmento “occidental” del país. A pesar de que, en un primer momento histórico, la visión maniquea de la vida social se configuró a partir de la tergiversación política del imaginario cristiano, este nuevo horizonte de comprensión fue asimilado de modo paulatino por virtualmente todas las parcialidades del país. 

En una de las protestas registradas en los meses posteriores a la caída de Evo Morales, una mujer de pollera de El Alto comparaba, visiblemente acongojada, la figura del expresidente depuesto con la representación de Jesús de Nazaret. Según ella, se había sacrificado a Morales “como a Cristo”, por lo cual quedaba justificada la tendencia maximalista (esto es, la apuesta al “todo o nada”) de las marchas populares de protesta contra el nuevo gobierno.   

Es notable, en este sentido, que la figura del “Tata Santiago” sea una de las que mayor recepción ha tenido en las representaciones populares “no occidentales”. Aparentemente, esta centralidad dependería de la “fusión” que el sincretismo religioso habría permitido entre el símbolo del apóstol cristiano y la divinidad andina precolonial del rayo (Illapu o Illapa). Es importante entender que tal proceso de acoplamiento no se dio de manera “arbitraria” y que expresa más bien la notable sintonía parcial entre una determinada inflexión de la idea cristiana del bien y una determinada inflexión de la experiencia precolombina del rayo. En ambos casos se trata de una magnitud absoluta, omnipotente, unidireccional y “fulminante”. 

El correlato fenoménico de esta representación religiosa en la política secular es la estrecha asociación existente entre los impulsos e ideales políticos más poderosos y la violencia “justificada” que consagra su puesta en práctica. Esta violencia es, al igual que su base de sentido, absoluta e incondicional y, en esa medida, tiene un carácter “sagrado” que la convierte en una de las columnas (si no la columna central) del orden político moderno en Bolivia (y seguramente, con algunas variaciones no desdeñables, en el mundo entero). 

No es casual que la indumentaria típica del “Tata Santiago” haya pasado a ser, con el transcurso de las décadas, la del uniforme militar. La fuerza militar no es, en Bolivia, únicamente una institución con propósitos de política externa, es la representación última de la forma violenta y “sagrada” con la que se manifiesta un orden pre-institucional asociado, por un sector importante de la sociedad, con “el bien” del país. 

Su fuerza simbólica es tal que, ni siquiera los “excluidos” por ese orden, pueden pensar la transformación del mismo sin adoptar las claves más importantes de su imaginario.

SIN ASIDEROS

OSCAR GRACIA LANDAETA

Filósofo

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