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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Contra la “teología política” boliviana (I)

Contra la “teología política” boliviana (I)

Manifestarse en contra de la “teología política” en Bolivia no supone, como se podría pensar, criticar la postura de la iglesia católica en relación con la situación política del país. Como cualquier institución que hace parte de nuestra vida colectiva, la iglesia, así como cada uno de sus miembros, tiene el derecho legítimo de introducir un elemento de opinión en el marco del debate público. De hecho, con la publicación de la encíclica Rerum Novarum en 1891, se abrió uno de los más interesantes subcampos de pensamiento dentro de la doctrina católica, el de la llamada Doctrina Social de la Iglesia. Dicho conjunto de reflexiones intenta, sobre el trasfondo del evangelio, plantear una comprensión coherente de las realidades culturales, políticas y económicas del mundo y constituye un aporte concreto de la institución católica al pensamiento social de nuestra época.
Por otro lado, la idea de “teología política” aquí planteada, tampoco está referida en lo específico a las demostraciones explícitas (muchas veces rimbombantes) que, de su creencia religiosa, hacen o hicieron algunas personas en los espacios de más intensa politicidad coyuntural en el país: el recién abandonado palacio de gobierno en 2019, los cabildos populares o, lastimosamente, las puertas de las unidades policiales y los cuarteles militares en 2020. La intrusión notable del elemento religioso en estos ámbitos, al menos en la forma en que en el país se ha dado, sí es negativa para la existencia de un marco político saludable, pero no es el punto de partida de la “teología política” boliviana sino su consecuencia más notoria.
Las personas, en la interpretación de su vida política regular, no incorporan de modo gratuito elementos (como el religioso) que se presenten como radicalmente ajenos a la esfera en la que despliegan su actividad. Esa no es, en ningún caso, la tendencia hermenéutica de la vida cotidiana. La gente traslada, cada vez con mayor énfasis, esquemas del imaginario religioso hacia el espacio público porque, en sus rasgos más inmediatos, su experiencia política se presenta ya como un escenario en el que hay bondad y maldad radical (maniqueísmo), en el que se gana o se pierde todo (maximalismo) y en el que una violencia sagrada (militar o miliciana) es el ideal de la resolución de los conflictos.
Estos esquemas de representación religiosa de la política preceden y motivan las demostraciones religiosas más evidentes en política y tienen una sintonía notable con aquello que Carl Schmitt, en su libro Teología política, hacia notar en 1922: el hecho de que nuestros conceptos políticos más significativos son, por su desarrollo y su ordenación sistemática, conceptos teológicos secularizados. Esta afirmación es incuestionable siempre que se entienda que lo que en algún momento fueron conceptos se naturalizan como imaginarios omnipresentes con el paso del tiempo.
La teología política así entendida, sin embargo, constituye (contra el pensamiento de Schmitt y a partir de la reflexión de Hannah Arendt) no la esencia real sino el punto de destrucción del escenario político como espacio plural y marco de la acción concertada. Desarrollar los diferentes factores e implicaciones de esta observación será el propósito de los siguientes artículos de esta columna.

SIN ASIDEROS

OSCAR GRACIA LANDAETA
Filósofo
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