Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Sobre el sentido comunitario del “comer”

Sobre el sentido comunitario del “comer”

Mónica García ha resaltado el hecho de que “la desestructuración de la comensalidad en los tiempos actuales y la transformación de los alimentos en productos a consumir sobre los cuales el individuo desconoce casi todo, han llevado a que los sujetos ya no puedan reconocer [la] gastronomía como parte de su identidad cultural” (2014: pp. 246-247). Indudablemente, existe una tendencia enorme en los tiempos presentes a “simplificar” la vida individual sobre la base de una aceleración del consumo. A partir de esta nueva dinámica, nuestra relación con la comida se convierte en un hecho individual resumido al placer y la facilidad que parecen ofrecernos ciertos productos. Esto, sin lugar a dudas, puede efectivizar la organización funcional del tiempo en comunidades altamente productivas, pero tal nivel de eficiencia viene de la mano de costos culturales, vivenciales y comunitarios importantes.

Perder la capacidad social para asimilar los complejos sentidos que se estructuran en torno a la comida compartida puede dar lugar a una visión superficial y desarraigada de las conexiones con los otros que constituyen una parte indispensable de nuestra propia identidad. Concebir, por ejemplo, el alimento solo desde la perspectiva de su valor nutritivo o de la “rapidez” con la que podemos consumirlo dejando de lado el complejo circuito simbólico y cultural desde el cual el acto de comer adquiere un valor complejo, supone un modo eminente de pérdida de ciertas dimensiones de la existencia individual y colectiva que definen nuestra humanidad. 

Afortunadamente, la difícil relación que Bolivia ha tenido siempre con los ritmos de la modernidad puede constituir, en este caso, una importante ventaja: todavía contamos en el país con experiencias rituales fundamentales que nos abren espacio para comprender activamente el horizonte cultural de las prácticas sociales. La comensalidad conjugada alrededor del consumo conjunto de platos como el “pique macho”, por ejemplo, es uno de estos enclaves en los que es posible aun advertir lo desacertado de entender la comida desde la perspectiva de la estética individual o del consumismo. En la mesa ritual dispuesta por los que se aprestan a disfrutar de un pique, el “preparado” de la comida, los intercambios de la “farra”, la profunda pluralidad de la conversación y la construcción enigmática del “gusto” grupal, son dimensiones que nos invitan a la comprensión de las profundas relaciones con los otros que “atraviesan” nuestra identidad individual. 

Cultivar el entendimiento y el resguardo de estos rituales que pueden hablarnos más esencialmente de nosotros mismos que cualquier teoría debe ser un compromiso conjunto de los bolivianos a la hora proyectar el sentido presente y futuro de nuestra comunidad.

SIN ASIDEROS

OSCAR GRACIA LANDAETA

Filósofo

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