Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 18:38

Virtualidad y colegios (II)

Virtualidad y colegios (II)

Cuando se compara el escenario del proceso educativo anterior a la pandemia con las experiencias pedagógicas desarrolladas durante la crisis sanitaria, una conclusión parece ser incuestionable: la eficiencia real del proceso de enseñanza-aprendizaje depende muy importantemente de la presencialidad. Cuando las clases son desarrolladas a distancia el conjunto del proceso de instrucción, diálogo y comprensión parece carecer de toda “fuerza” verdadera. Es interesante, en este sentido, preguntarse por las razones que hacen que, en el modelo educativo contemporáneo, el contacto cara a cara permanezca como la piedra angular de la relación profesor-estudiante.
Mi hipótesis es que, de un modo muy importante, nuestra valoración de los resultados de la actividad pedagógica está indisolublemente ligada a una visión disciplinaria de la formación del estudiante. Se piensa, desde un paradigma bastante desgastado ya pero aún no superado en el país (y en la región en general), que la educación no debe únicamente transmitir una serie de conocimientos, sino que, por sobre todo, debe instituir al sujeto receptor de tales conocimientos. Este ejercicio de institución de la subjetividad estudiantil supone que se construya en el alumno o alumna una resistencia particular hacia ciertas tendencias de su propio ser. Se asume que los estudiantes (niños, jóvenes) tienden por “naturaleza” hacia la distracción, la falta de orden, el exceso y el desprecio por toda normatividad. Sería, por ello, parte esencial del ejercicio pedagógico conducirlos hacia el auto-control, hacia la posibilidad de definir una fuerza de voluntad que permita reprimir tal naturaleza y someterla a fines racionalmente definidos. Por ello, solo en la medida en que el sujeto-estudiante se constituye, por medio de una voluntad disciplinada, en un receptor-actor “racional” puede cualquier dinámica de instrucción tener fortuna.
No es impensable que una transmisión eficiente de conocimientos pueda darse en el horizonte virtual. Sin embargo, algo que sí parece inconcebible para nuestra actual imaginación es que un sujeto disciplinado pueda formarse en el cuerpo de nuestros hijos en ausencia de un ojo inquisitivo de carne y hueso. La ilusión de un panóptico digital depende de la imposibilidad del estudiante de saber cuándo está siendo observado y cuándo no, una condición que el alumno o la alumna burlan con el sencillo hecho de apagar sus cámaras o generar una imagen falsa para el profesor o profesora (dos de los fenómenos más corriente en nuestro contexto).
En resumen, la ineficiencia de la educación virtual está relacionada con un fenómeno ético (e incluso ontológico) antes que epistemológico. No es que los padres y madres conciban (únicamente) que sus hijos e hijas no están adquiriendo conocimientos indispensables para su vida (o que los están adquiriendo de un modo deficiente), sino que perciben que su juventud no está siendo “formada” o “cultivada” para promover sujetos productivos (y receptivos) afines a la sociedad. La profunda incompatibilidad de esta visión arcaica de la formación educativa con los esquemas de la sociedad contemporánea será el tema que ocupe al siguiente artículo de esta columna.

SIN ASIDEROS

OSCAR GRACIA LANDAETA

Filósofo
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