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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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La “pasión por la justicia” II

La “pasión por la justicia” II

El riesgo de que uno interprete su coyuntura presente desde la atmósfera de eventos pasados es que se vuelve muy fácil pasar por alto las complejidades del escenario “actual”. Esto, claro está, hasta que esa actualidad nos golpee en la cara. Por eso es muy complejo que el actual Vicepresidente hable de una “pasión por la justicia”, trayendo a colación las palabras de Marcelo Quiroga en 1979. Ni hay un “pueblo-víctima” unívocamente identificado, ni una élite villana cuyo rostro no esté en disputa. 

No estamos, tampoco, en el coletazo decadente de un periodo moribundo. Se trata no solo de un escenario menos transparente en sus esquemas, sino también de unas condiciones de “verdad” muy distintas. Vivimos hoy en una realidad mediática en la cual el único fundamento indiscutible es el carácter controvertible de todo lo “real”.  

Al margen de esto, sin embargo, hay algo aún más serio que se manifiesta en las palabras de Choquehuanca. Se trata de la ratificación emotiva y fuertemente simbólica de una lectura maniquea de los eventos políticos de 2019-2020. La “pasión”, al contrario de lo que se podría pensar, no expresa un marco de irracionalidad. Ella misma es una forma de comprensión. Su fuerza casi “luminosa” brota del carácter indisputable de las premisas en las que se sostiene. En este sentido, el nudo comprensivo que subyace a la emotividad con la que el MAS “busca la justicia”, no es otro que la imagen de la “absoluta inocencia” transgredida, la inocencia desvestida de su sangre en el asfalto de Senkata y Huayllani. 

No importa los reparos que se quieran hacer a esta imagen. Independientemente del grado o del tono caricatural de su verdad, esta es vivida con total convencimiento no solo por buena parte del MAS, sino también por una parte importante del país. Hay inocentes absolutos y, por ende, agresores rotundos, impíos, demoniacos. Pero, como dijo alguna vez Hannah Arendt, la ley de un país no está hecha ni para ángeles ni para demonios; y del mismo modo en que un sistema legal puede romperse bajo el peso de la maldad radical puede hacerlo bajo el signo de la inocencia absoluta. 

La reparación que exige la muerte de lo absolutamente inocente, esto es, la sangre de lo más puro, nunca puede ceñirse a los “tediosos” y “banales” canales de la legalidad. Esta retribución precisa más bien la claridad y celeridad de un golpe certero, un golpe angélico, un golpe que trascienda las grises normativas. Por eso, cuando se comprende “desde” la pasión, la justicia no es una realidad humana sino casi divina y el que juega a efectuarla juega, a la par, a ocupar el lugar de Dios.      

SIN ASIDEROS

OSCAR GRACIA LANDAETA

Filósofo

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