Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 16:02

¿Moral o supervivencia?

¿Moral o supervivencia?
Uno de los grandes problemas políticos de la actual coyuntura es que el estado de alarma generalizado (infinitamente amplificado por la frenética actividad en redes sociales) tiende a borrar las condiciones esenciales sobre las que se sostiene originalmente la acción de cada Estado y cada población contra el COVID-19.
Enfocándonos en el caso local, debe advertirse que la amenaza presentada por esta pandemia no fue nunca un apremio contra algo así como “la seguridad nacional” o “la salud de los bolivianos”. De hecho, si se quiere representar de esa manera a Bolivia como un gigantesco “cuerpo” social, este virus en particular sería más una ventaja que un maleficio: mata al elemento minoritario, anciano y enfermo del organismo colectivo. Tal hecho supone, desde una perspectiva centrada en la pura “supervivencia nacional”, la fuente de una fortaleza antes que de una debilidad.
Afortunadamente, este no fue nunca el caso. Todo el inmenso movimiento de confinamiento a lo ancho del globo (incluso en casos tardíos como el de Inglaterra, que había tomado su primera postura apoyándose en un utilitarismo frío y calculador) se debió a la incapacidad de continuar la marcha regular de cada país dando la espalda a la muerte de los más débiles y, seguramente, los menos “productivos”. Se trataba, por esto, del impulso primeramente moral de un mundo que no puede olvidar su ribete de “civilizado” y que debe defender el valor incontable de cada vida individual, independientemente de la aportación real o actual que esta haga a “la nación”.
En este sentido, cada vez que se invoca “la vida” de “los bolivianos” como argumento para justificar una acción gubernamental o civil que pone en riesgo la vida de cualquier boliviano concreto, estamos frente a una perversión ideológica que intenta presentarnos un asunto moral como una ficticia cuestión de supervivencia. El momento en que eso ocurre (y se define la circunstancia como un problema de “los muchos” frente a “los pocos”) ha desaparecido ya el énfasis civilizatorio original en la valoración irreductible de cada vida singular.
Esto puede suceder tanto cuando un barrio expulsa al vecino enfermo “por el bien de todos” como cuando, paradójicamente, un país cierra su frontera a una parte de sí mismo “en razón de sí mismo”. No debemos permitir que una alarma malentendida y cegadora convierta la virtud de nuestra postura moral como país en la lógica fría y “natural” de nuestra supervivencia como organismo colectivo.