Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 13:26

Lenguaje y hermenéutica

Lenguaje y hermenéutica

Los distintos pero siempre repetitivos discursos públicos (y también privados) que regularmente escuchamos en fechas cívicas como el reciente Día del Mar proporcionan una posibilidad interesante para reflexionar acerca de ciertas condiciones esenciales del lenguaje. Según el filósofo alemán Friedrich Schleiermacher, considerado por muchos teóricos como el fundador de la hermenéutica moderna, no todos los discursos tienen el mismo valor a la hora de fomentar el “entusiasmo” del intérprete. Tal entusiasmo, en lo fundamental, dependería de la forma en que la tarea interpretativa se ve movida por la posibilidad de encontrar un significado profundo. 

Según Schleiermacher, el significado de lo que decimos está ligado a dos dimensiones que pueden ser trabajadas en la hermenéutica para aproximar una comprensión: la gramatical y la psicológica. Así, mientras más significativo es un discurso más manifiesta hace una relación original y productiva con el lenguaje y, por ende, menos repetitivo es. Por otra parte, la discursividad también puede ser plena de significado en la medida en que “diga” mucho de la intención real y de la situación vital de su hablante. Por ello, más vacía de significado será una frase en tanto menos “revele” algo sustantivo sobre el que la pronuncia. 

Si esto es cierto, la sensación apática que en la actualidad caracteriza la recepción de los discursos políticos no es sino el contrapunto de la profunda insignificancia de los mismos. ¿Qué tipo de entusiasmo puede despertar en la vocación comprensiva de un pueblo (o varios) un conjunto de oraciones “trilladas” y “engañosas”? Hay un valor en estos adjetivos que debe ser hermenéuticamente contextualizado. Un enunciado es trillado porque no renueva su relación con el lenguaje, porque se apoya en lugares comunes para evitar el peso de este trabajo esencial. Por otra parte, la palabra es engañosa cuando en lugar de remitir a una intención clara de la que provendría solo remite al vacío de una apariencia que oculta.

Nuestra política y sus momentos sublimes lleva hoy el peso decisivo de esta superficialidad y falta de origen que caracteriza el lenguaje banal. Frente a esto, ni el mar ni el chaco ni la independencia ni el bicentenario son figuras suficientes para despertar el afán de los bolivianos por “lo boliviano”. Lo que se precisa es, más bien, un giro elemental en el lenguaje político mismo. Lamentablemente esta reformulación parece ser, en las actuales condiciones, una tarea tan necesaria como imposible.

SIN ASIDEROS

OSCAR GRACIA LANDAETA

Filósofo

[email protected]