Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 16:35

El imaginario social sobre el Estado

El imaginario social sobre el Estado

Hace cerca de 20 años, Charles Taylor conceptualizaba los imaginarios sociales como horizontes de comprensión que definen el sentido de las prácticas sociales. Dichos imaginarios no serían, según el autor, “conjuntos de ideas” producidas por el pensamiento, sino más bien marcos históricos de nociones genéricas que otorgan realidad tanto a la acción como al pensamiento colectivo. Sin entrar en los pormenores hermenéuticos de tal cuestión, parece interesante notar la particular inflexión “paternalista” que el imaginario social sobre el Estado ha tenido en Bolivia. Si tal “nota” particular es una herencia colonial hispánica o “continental” en contraposición al imaginario anglosajón o precolonial sobre el Estado o la política, es un tema que aquí no cabe considerar.
La consolidación real de la visión paternalista popular del Estado (reproducida extensamente en las narrativas de la educación oficial y de los medios de comunicación) data del proceso revolucionario nacional iniciado en 1952. Esto no quiere decir, claro está, que ciertos esquemas germinales de tal imaginario no se remonten al siglo XIX o incluso al periodo colonial, pero la escasa presencia estatal vigente durante el primer siglo de vida republicana en Bolivia hace dudoso pensar en una incorporación mayoritaria de la población nacional a una misma dinámica de “imaginación social”.
Ahora bien, pensando en los efectos de esta mentalidad colectiva, es claro que las lógicas extremas del pliego petitorio, del bloqueo y de la presión sindical en el país responden a ella. Sin embargo, el mismo horizonte engloba y define el conjunto de las representaciones urbanas sobre la política. Debe advertirse, así, que el eje del pensamiento (a)crítico de las ciudades es el mito simplificador de la “clase política”, una caricatura en la que es la corrupción, la concupiscencia y la mala fe de los altos funcionarios públicos la culpable de la decadencia política nacional. Esta simplificación promueve dos visiones extremadamente dañinas para el futuro de la acción social: 1) la idea de que frente a la “clase política” se encuentra “el pueblo”, un grupo más o menos homogéneo de “gente común” cuyo único papel es el de victima; y 2) la idea de que la corrupción, el aprovechamiento ilícito de un cargo y el “mañuderio” son realidades que existen únicamente en la “intención” del que o la que las realiza.
En primer lugar, lo verdaderamente grave de la auto-victimización del pueblo es que esta depende justamente de que la “clase popular” no asuma como suyo el papel de actor y co-responsable del destino del país (lo cual hace de la “república” una mera figura retórica o ideológica, según el caso). Por otro lado, el pensar los vicios de la clase política como fundados en la mala fe impide ver las tendencias dañinas de nuestro país como lo que son: estructuras colectivas ampliamente extendidas que se reproducen regular y tranquilamente en todas las escalas del tejido social.
Transformar poco a poco este condicionamiento mental es una tarea que ninguna elección, sin importar su resultado, puede hacer por nosotros.


OSCAR GRACIA LANDAETA
Filósofo
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