Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Expresión, comunicación y ciudadanía (1)

Expresión, comunicación y ciudadanía (1)
Detrás del humo ruidoso de las elecciones, la pandemia y el bajón económico inminente en el que inevitablemente ingresará el país, existe una tarea política central que marcará, en el mediano y largo plazo, la vida democrática boliviana: la formación de una nueva ciudadanía. Esto es así porque ni el proceso electoral (con el horizonte de candidatos y posibilidades actual), ni la terminación de la crisis sanitaria, ni las dificultades o milagros del futuro económico inmediato pueden solucionar el problema central que aqueja a la sociedad boliviana: la intolerancia.
Independientemente del partido o consigna política que defiendan, los grandes grupos que se constituyen hoy por hoy en actores políticos centrales han probado repetidamente su incapacidad para construir acciones y visiones políticas no excluyentes. Los sectores sindicalizados (campesinos y urbanos), marcados por una lógica dirigencial férrea que impide su democratización interna, han mantenido un accionar intransigente y unilateral lejano a cualquier noción de bienestar común. Los sectores urbanos, por su parte, han convertido las redes sociales en plataformas de exclusión constante en las que cualquier sentido de concertación o conflicto productivo es imposible. Una idea es común a ambos ejemplos: la exacerbación de las capacidades y estrategias de expresión ha dejado fuera del horizonte político la posibilidad de una comunicación real.
Expresión no es sinónimo de comunicación y este último concepto engloba no solamente la “capacidad” de convertirse en receptor del mensaje del otro, sino también la “disposición constante” de no clausurar las posibilidades de recepción con el acto de expresión. Si una expresión es tan férrea, desatenta, autosuficiente y “final” que clausura la voluntad del otro a ingresar en un proceso dialogal, dicha expresión aniquila, en su despliegue, la oportunidad de la comunicación compleja. Este tipo de expresión anti-comunicativa es característica de una ciudadanía descompuesta y es difícil dudar de que este es el caso en la actual Bolivia.
La pregunta por cómo regenerar una vocación ciudadana, sin embargo, no va por el camino evidente de “la educación” (al menos no entendida esta como un concepto simple). Si ese fuera el caso, se correría el riesgo de asumir, por ejemplo, que el colectivo urbano de “clase media” (por su mayor posesión de conocimientos “humanísticos”) es más tolerante o mejor ciudadano que el colectivo rural o los sectores urbanos más pobres. El hecho es que la clase media urbana que se expresa diariamente en las redes sociales es tan intolerante y des-ciudadanizada como el más radical de los sindicatos o de los barrios marginales.
La tolerancia política y la tarea de la comunicación no están relacionadas (al menos no de modo prioritario) con la posesión de conocimientos, sino con las “virtudes” o “capacidades” que nacen de la práctica constante del encuentro y el desencuentro, es decir, de la mediación institucionalizada y reglada de los conflictos. Solo el ejercicio activo de conductas que permitan mantener una arena de diálogo y disidencia colectiva puede ser un terreno fértil para el surgimiento de una nueva ciudadanía.

OSCAR GRACIA LANDAETA
Filósofo
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