Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
  • Actualizado 14:00
María Galindo

Uno de los elementos más llamativos que ha inundado las redes sociales en el último tiempo es el conjunto de videos que muestran a la activista María Galindo tomando por sorpresa, interrogando agresivamente y poniendo en evidencia ante el país la incompetencia de distintos funcionarios públicos del IDIF de La Paz. Mucha gente sensible, en este sentido, podrá encontrar “excesivo” el lenguaje o la actitud de Galindo durante sus transmisiones, sin embargo, sea cual sea la sensibilidad de cada uno, debe comprenderse que la “disrupción” provocada por este personaje es, ante todo, una oportunidad para repensar ciertas tendencias estructurales de nuestro “ahora” social.
En primer lugar, es importante cuestionar el sentido de que, en el “fenómeno mediático” que son los videos de Galindo, brille, en primer plano, la ex-centricidad de la protagonista. Se dice que “la Galindo” no es “centrada”, que es “irrespetuosa” y “gritona”, en síntesis, que es “una desubicada”. En ese sentido, se asume que el comportamiento “adecuado” frente a los funcionarios públicos es el de una comprensión absolutoria y paciente. “¿Acaso es su culpa?”, “Es, pues, todo el sistema el que no funciona”, “Ellos son peones nomás, los culpables están más arriba”. Una tras otra, se arrojan una serie de ideas que postergan al infinito la posibilidad de interpelar las instituciones que, teóricamente, “nos” sirven. Es casi como sí la pálida, cenicienta y densa burocracia kafkiana que caracteriza al mundo contemporáneo hubiera emplazado como su contracara una sociedad civil aletargada, espesa en sus movimientos y lista para una activa impotencia.
Galindo hace saltar por los aires este concepto de lo “centrado”, que no es sino la noción con la que se retrata la sintonía existente entre la opacidad medular de una institucionalidad osificada y la somnolencia irresponsable de una “ciudadanía” consumidora y anestesiada. Al entrar por los pasillos de esas oficinas públicas e irrumpir en los despachos sin anunciarse, María levanta de golpe el telón que protege el “backstage” en el que se hallan en permanente “descanso” las numerosas y costosas piezas que constituyen la burocracia de “a pie” del país, esa que se halla en contacto constante con “el pueblo” para mostrarle la funcionalidad de sus impuestos. La tediosa continuidad rítmica del trabajo de oficina parece haber empotrado a estas criaturas en sus sillones convirtiéndolas en una especie de tumor inevitable del campo político nacional.
Pero esto no es lo único que hacen los videos de Galindo. Ellos también, de un modo mucho más sutil, denuncian la pasividad y complacencia del grueso de la sociedad civil. Las preguntas que ahí se anuncian son: ¿Qué clase de ciudadanía ha creado nuestra coyuntura que tiene miedo de tocar las puertas cerradas que ella misma costea? ¿Hasta cuándo no se entenderá que la “educada” cobardía es, en nuestro tiempo, la forma por excelencia de la complicidad con los vicios del sistema?

SIN ASIDEROS

OSCAR GRACIA LANDAETA

Filósofo
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