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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Diciembre de inflexión

Diciembre de inflexión

Las temporalidades sociales son heterogéneas en su despliegue. A pesar de que, colectivamente, se entienda acerca de la extensión homogénea de los fragmentos de tiempo que se denominan “semanas” o “meses”, no es menos cierto que también se sobreentiende la fuerza especial que poseen las instancias de fin de año. De una u otra forma, en torno a diciembre parece abrirse un espacio festivo en el que “lo anterior” y “lo posterior” quedan momentánea y parcialmente suspendidos. No se trata, claro está, de un olvido general, sino más bien de una experiencia intensificada en la que pasado y futuro se hacen asimilables, resumiéndose en la vitalidad de un presente celebratorio.

Es cierto que la inexorabilidad del paso del tiempo y la profunda incertidumbre hacia el futuro son ordenes constantes que caracterizan la finitud y la pequeñez humana. Sin embargo, como décadas atrás notaba Hannah Arendt, existen modos también humanos de lidiar con la resistencia del tiempo. Hacia el pasado, el modo humano de aceptar y, de alguna forma, trocar lo pasado en una fuerza presente positiva es el perdón. Por otra parte, el hombre puede también vincularse y dialogar con la inherente imprevisibilidad del futuro a través de la promesa. Prometer y perdonar, de tal modo, serían las formas más propias del hombre para definir constantemente las radicalidades del tiempo desde sus actos presentes.

Ahora bien, es cierto que algo de lo festivo que caracteriza la temporada de fin de año está relacionado con la conclusión de un ciclo y el inicio de otro. Todas las fiestas que, a lo largo del mundo y a través de las culturas, consagran estos momentos clave de inflexión, lo hacen en buena medida casi como “perdonando” el pasado y “prometiendo” el futuro. Se trata de una nota general de la humanidad el que, desde diferentes perspectivas históricas, se redefina el tiempo y el espacio de lo pasado y lo futuro a través de una celebración en la que las fuerzas de la vida parecen renovarse.

En todo caso, más allá de las complejidades políticas y sociales estructurales que caracterizan el panorama actual del país, diciembre abre una oportunidad para entender que ni los perdones ni las promesas son fútiles y que, dada la condición humana, constituyen los únicos recursos que poseemos para entendernos con un mundo que nos precede y que, tarde o temprano, nos sobrevivirá también a todos. Tal vez en el reconocimiento de la fuerza esencial de estas dos facultades humanas esté la posibilidad de repensar la historicidad propia de nuestro presente.

SIN ASIDEROS

OSCAR GRACIA LANDAETA

Filósofo

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