Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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La delgada línea de la vacunación

La delgada línea de la vacunación

Bolivia es, por muchas razones distintas, una sociedad paradójica. En su específico comportamiento político (y qué no es político) esto se manifiesta de la forma más decisiva. El gobierno se halla siempre condicionado en sus decisiones por la posibilidad de una acción colectiva extraparlamentaria que puede adoptar los más diversos rostros y objetivos. Esto, por supuesto, habla de una poderosa politicidad que, si bien había sido siempre característica de algunos grupos orgánicos del país, ahora constituye también una característica importante de los colectivos urbanos. Esta no desdeñable capacidad política, por otro lado, converge con un rasgo profundamente anti-político que caracteriza igualmente a la mayoría de la población: se trata de la radical intolerancia que configura casi toda forma de imaginar lo colectivo. Dependiendo de la forma y proporciones en que se articulan estas dos tendencias, cada fenómeno político de nuestra historia reciente porta también el doble carácter de la politicidad y la impoliticidad simultánea.

Es en estas condiciones que Bolivia ha construido su experiencia colectiva de la pandemia. En primera instancia, el factor del potencial para el activismo social. En las urbes (y dado el carácter fundamentalmente virtual de la “agencia ciudadana”) esta dimensión se ha manifestado en la pléyade de discursos e imágenes destinadas a conducir, en la red, una “toma de consciencia” colectiva en pro de las medidas de bioseguridad, la búsqueda de unidades de terapia intensiva disponibles o la obtención de recursos como el oxígeno. En segunda instancia, la intolerancia, manifestada en diversos fenómenos: la exclusión de los enfermos al inicio de la pandemia, el impedimento de ingreso al país de los connacionales o el intransigente pedido de cuarentenas rígidas en absoluto desconocimiento de la situación económica de diversos grupos de población. 

Esta correlación de tendencias ha tomado ahora asidero en el punto crítico de la vacunación. Personalmente, yo me vacuné en cuanto pude y creo que la vacunación es la medida más acertada para luchar contra la crisis sanitaria. Sin embargo, creo también que aquello que debe guiar nuestra relación con aquellas personas reacias a vacunarse debe mantenerse en una delgada línea. No la de la pasividad, por supuesto, sino la de un activismo centrado en comprender las posiciones, borrar la hojarasca de la desinformación y persuadir desde la distancia del respeto interindividual. Donde esa línea cruza hacia la característica intolerancia nuestra, es en la reducción de esos “no obedientes” a “insensatos” y en la demanda de una ley que los obligue a ser “solidarios” con el resto. El futuro inmediato de nuestro país se mueve siempre en la capacidad de no soñar con una resolución absoluta de las frustraciones que constituyen la esencia de toda vida colectiva.   

SIN ASIDEROS

OSCAR GRACIA LANDAETA

Filósofo

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