Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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Desesperación, negocio y fundamentalismos

Desesperación, negocio y fundamentalismos

El colapso del sistema sanitario provocado por la pandemia del coronavirus ha desatado en Bolivia un fenómeno de masiva búsqueda de panaceas milagrosas; una de ellas, el dióxido de cloro, un derivado del clorito sódico o MMS (del inglés: “Miracle Mineral Solution”) que desde los años 90 es promocionado comercialmente como “solución milagrosa” que supuestamente cura, entre otros males, el cáncer, el autismo, el SIDA y ahora, la infección por COVID-19.

En medio de la convergencia de la crisis sanitaria y la crisis política, políticos y autoridades públicas de uno y otro bando han adoptado el dióxido de cloro como parte de su estrategia electoral y la disputa por el poder. A tal extremo, que el pasado 14 de julio, contra la opinión sólidamente fundamentada de la comunidad científica, el pleno del Senado –controlado por el MAS– aprobó un proyecto de ley que autoriza la elaboración, comercialización, suministro y uso del dióxido de cloro para combatir el coronavirus. Lo mismo han hecho la Asamblea Legislativa Departamental de La Paz –también controlada por el MAS– y otras entidades similares.

El origen del MMS (y su derivado el dióxido de cloro) está asociado a contemporáneas formas de fundamentalismo religioso. En su origen aparecen supuestos profetas como Jim Humble, que fundó la secta “Génesis II Church of Health and Healing”, o personajes de las pseudociencias, como Andreas Kalcker.

No es casualidad que el fundamentalismo religioso que viene asociado con el uso mercantil de esta “solución milagrosa”, encuentre total convergencia con fundamentalismos políticos de distinto color, para ofrecerse como mágica –y trágica– solución a la desesperación de una población impotente ante el colapso sanitario. En rigor, el único milagro del dióxido de cloro ocurre en la multiplicación del dinero de quienes ganan con este negocio y en los réditos electorales de políticos que buscan mostrarse amables con una población desesperada y mal informada.

Aún en medio de la zozobra, nos toca asumir los hechos crudos: no existen medicinas milagrosas para la pandemia. No busquemos quiméricos mesías que traigan soluciones mágicas para lo que toca construir con racionalidad, colaboración empática, respeto por los derechos humanos, imaginación y eficacia.

MIGUEL ÁNGEL MIRANDA H.

Filósofo y teólogo laico

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