La ciudad y yo
Mi madurez social debe permitir apreciar cuánto necesito de la ciudad para vivir. Considerando que elegí voluntariamente la ciudad donde quería vivir y me entregué plenamente a ella, pienso como ciudadano sobre mi contribución para atraer su atención y mi interés por su desarrollo eficiente.
En el deseo de ser ético en la observación, admito que a mi disposición le interesa similar respuesta o por lo menos aproximada probidad de la ciudad hacia mí. Sería alentador que a través de sus obras me permita avanzar feliz y seguro, atendido por su oferta urbanística, su infraestructura, sus servicios, brindándome confianza y protección en sus calles.
Arraigarse en la ciudad sin mayor ideal que la cotidianidad, produce tedio, donde la costumbre puede convertir su funcionalidad en displicencia y generar altas contradicciones, que al reflexionar si el confort urbano no está construido en base a la satisfacción mutua, comience el debate y posteriormente la demanda.
Pervivir es ponerle vida útil al afecto, corriendo el riesgo de romper la aproximación y la cercanía funcional para progresar en armonía. De ocurrir esta situación, recuperar la empatía entre la ciudad y yo será difícil (no imposible), dependerá del esfuerzo oportuno en la reconducción de mi conducta, y en la preocupación de la ciudad por darme arbolado, conectividad y paisaje, como metas para alcanzar el bienestar común.
La seguridad urbana peligra por mal uso del espacio, se estanca por la ausencia de dialogo abierto y sincero en busca del desarrollo. De no mediar acuerdos institucionales sólidos y de coordinación entre la ciudad y la ciudadanía, la eficiencia de la respuesta se irá diluyendo y la eficacia del romance ciudad-ciudadano se disolverá hasta generar paliativos de emergencia que no ayudarán mucho a solucionar el desastre. La convivencia comunitaria es fundamental para la regeneración efectiva, la sostenibilidad social y objetividad de los proyectos, donde la participación deberá fortalecer el derecho a una vida digna.
Es importante analizar cuánto realmente doy a la ciudad y cuánto la ciudad me devuelve, mientras, en el camino por el espacio urbano, tal vez la ciudad califique mejores ciudadanos; y yo, aunque no aspiro a otra ciudad, porque amo donde vivo, solo la idealizaré mentalmente y disfrutaré mientras pueda de sus recuerdos.
CIUDAD SUSTENTABLE
MARKO QUIROGA BERAZAÍN, Ph.D.
Investigador CEPLAG – UMSS