Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Un corazón rojo, amarillo y verde

Un corazón rojo, amarillo y verde
Aunque han disminuido en frecuencia e intensidad, todavía se escuchan petardos en diferentes lugares y horas. ¿Qué anuncian? ¿Qué previenen? ¿Son señales de alarma o de victoria? Quizás de todo un poco, al final son señales de un país que vive momentos muy difíciles y duros. Una patria que no acaba de encontrar la salida, la paz, la fraternidad, el respeto… todavía no se ve la luz al final del túnel. Una nación herida, lastimada, dividida, ¡profundamente rota! Ante esta realidad, dos palabras vienen solas, espontáneas y claras: paz y reconciliación. Vienen de la mano, se necesitan, son el rostro de una Bolivia mejor. ¿Es posible reconciliarnos entre bolivianos? ¡Somos tan distintos! Y, al mismo tiempo, bolivianos. Sí, somos bolivianos. Dios nos pensó y nos amó ¡aquí! En griego antiguo, la palabra metanoia es la desaprobación de una acción que anteriormente se había aprobado; en la Biblia se trata siempre del cambio de todo el ser humano. Solo cuando hay una ruptura se puede hablar de ‘conciliación’. Una sociedad lacerada como la nuestra necesita ‘reconciliación’. Un país que se cae a pedazos necesita reconciliación. Por esto, solo hay reconciliación cuando somos capaces de ver la ruptura, de tener una mirada cabal de la realidad. Una mirada que no esconde las rajaduras profundas, que no oculta la gravedad de los problemas. Desde la realidad, en toda su complejidad, con serenidad y esperanza, se puede proponer una mirada penetrante de reconciliación, profundizar en su significado y alcance plenos y sacar consecuencias necesarias para la acción. Llegados aquí es, donde creo, que sin Dios no lo vamos a lograr. En estos días hemos sido testigos de momentos fuertes de oración, de la necesidad de Dios, de gritos silenciosos pero fuertes: ¡Señor Dios, sácanos de esto! ¡Por favor, escúchanos! La encarnación y la muerte de Jesús son la respuesta de un Dios que escucha el grito de sus hijos y que, en el sacrificio y amor de su hijo, reconstruye y purifica nuestro pobre corazón. Gracias a Cristo hay una salida para nuestra sociedad tan rota, tan dividida: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20). El Señor Jesús, y solo Él, sana las heridas, las rupturas, nos reconcilia con Dios, con nosotros, con nuestros hermanos y con la creación toda. Solo en Él, se calma la sed de comunión y reconciliación que, en este momento tan difícil, aqueja el corazón de los bolivianos (...). En esta reconciliación lograremos tener un corazón que sea rojo, amarillo y verde: un corazón boliviano que bendiga y agradezca haber nacido en esta tierra bendita. De este corazón reconciliado, nacerá la paz y será duradera. Dios bendiga siempre nuestra amada patria tricolor.

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