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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Tecnología y sostenibilidad de la productividad agrícola

Tecnología y sostenibilidad de la productividad agrícola

Siempre ha existido y todavía perdura en la cabeza de tanta gente común o conocedora de la problemática agrícola, la idea de que los rendimientos y producción de alimentos básicos, como la papa, cereales, hortalizas, etc., de nuestros valles y alturas andinas, son bajos a bajísimos comparados con de los países vecinos. Este fue uno de los argumentos fuertemente utilizados para ingresar a la era de la “revolución verde”. Quizá uno de los más documentados, son los casos de la papa y trigo.

Por los años 1940-50, cuando emergía un “nuevo” modelo de la investigación y extensión agrícola en Bolivia, se reportaban rendimientos bajísimos de las papas –en la época solo se cultivaban papas nativas-, entre 4 a 5 t/ha. Por esta razón, el país, ante la escasez de estos productos en los mercados, importaba desde la Argentina y Perú, y el modelo iniciante de la investigación planteaba superar esta situación, basándose en la introducción de material genético de otros países, en la hipótesis, de que las variedades externas eran superiores a los nuestras.

En el caso del trigo, con diferencias y otras implicaciones al caso de la papa, también se consideraba que la introducción de otras variedades podía ser la estrategia efectiva para superar el déficit de la producción local. Para estas épocas, Bolivia contaba como únicas zonas de producción a los valles interandinos y zonas alto andinas. En estas regiones la tecnología de producción era, básicamente, local y “tradicional”.

El uso de “insumos” o elementos externos –conocido como la tecnología de la revolución verde- para mejorar la producción, vino conforme esta agricultura tradicional y fue sumergiéndose en esta era de “cambios tecnológicos”.

Transcurrido aproximadamente 70 años desde cuando nuestra agricultura tradicional ingresa a la corriente inevitable de la “modernización”, este experimentó cambios inevitables en la esencia de la “tecnología tradicional” y en sus productos, es decir, en el mejoramiento de la producción o la productividad y de las condiciones socio-económicas de los habitantes rurales. En la teoría como en la práctica, y en términos generales, la tecnología tradicional ha experimentado cambios cualitativos y cuantitativos, sino drásticos, al menos, sustanciales.

La maquinaria y el equipamiento han sustituido, “casi”, completamente la esencia y la “cultura” de la “tecnología andina”. Acompañado a esto los insumos tecnológicos –como las semillas, fertilizantes sintéticos, pesticidas, aminoácidos, enmiendas, correctores, etc.- también han sustituido, sino, radicalmente, pero sí significativamente, la práctica y el conocimiento “tradicional”, al punto de que ambos elementos tecnológicos terminaron por convertir a la agricultura tradicional andina en “dependiente” de la corriente modernizante.

En la actualidad, la agricultura tradicional es un cliente más de los nuevos descubrimientos tecnológicos y ya no le resulta posible, menos “sostenible”, quedarse al margen o aislado del mundo de la innovación tecnológica, mucho menos continuar sosteniéndose en el mundo mágico de los “conocimientos tradicionales”, que, en la práctica, resultan ser un freno a sus aspiraciones.

Estas afirmaciones están sostenidas a la luz de resultados de investigaciones de productividad hechas por la Facultad de Ciencias Agrícolas de la UMSS. En este marco de condiciones de producción, la papa alcanza rendimientos entre 20 o más ton/ha, tanto en los valles como en las zonas alto andinas; el trigo, ahora producido en los valles interandinos y expandido hacia el oriente boliviano, alcanzan rendimientos entre 2 a 4 ton/ha.; la cebolla alcanza rendimientos entre 50 a 60 ton/ha; el ajo, entre 10 a 14 ton/ha, etc. Es decir, los rendimientos magros del pasado quedaron en la historia.

El uso de la tecnología convirtió la realidad de la producción agrícola andina en una otra realidad de mayor productividad. La tecnología se convirtió en una especie de elemento mágico para elevar la productividad. Aunque no al nivel como para alcanzar la ilusión de plena soberanía alimentaria, porque además, entre medio, existen otro tipo de implicaciones, digamos, no técnicas. Pero, que no por ello podríamos hablar de “sostenibilidad” de la productividad. Porque como en todo proceso de transformación económica, social y biológico, a la par de los resultados virtuosos obtenidos, también se ha generado una otra faceta de contrapartida, que tiene relación con los impactos ambientales negativos, con el sometimiento y dependencia tecnológica y la transformación social y cultural del conocimiento “tradicional”. Sin el uso de los elementos tecnológicos introducidos, la seguridad alimentaria estaría virtualmente reducida a subsistir con los aportes de los bajos niveles de los rendimientos tradicionales o históricos y, por tanto, mucho más expuesto a una figura de cronicidad de la dependencia o importación de los alimentos. Es decir, una especie de círculo complejo, donde la tecnología se convirtió en el pilar fundamental de esta nueva realidad productivista y dependiente –toda o gran parte de la tecnología es importada- que no deja opciones, porque pretendiendo prescindir a la tecnología del espectro, solo se provocaría un colapso productivista. En este panorama, la productividad no es un problema, pero, si “no” es sostenible.

FORO

Mario Coca Morante

Docente, Departamento de Fitotecnia. Facultad de Ciencias Agrícolas y Pecuarias de la UMSS

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