Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Voto identitario
Uno de los errores que cometemos es pensar que la identidad cultural es lo mismo que la pertenencia cultural. Las identidades culturales son representaciones simbólicas que se construyen socialmente, y al decir construcción, nos referimos a que es producto de procesos sociohistóricos donde hay sujetos que transitan discursivamente las diferentes dimensiones socio-culturales. El sentido de pertenencia cultural, se refiere a un proceso de la conciencia, de sentirse parte de una comunidad o sociedad, porque tienen el mismo universo simbólico, la misma raíz histórica y una particular visión sobre la vida. El antropólogo Patricio Guerrero indica que hay diversas categorías analíticas que permiten comprender cuando se habla de identidad en general y de identidad colectiva en particular y, sobre todo, el análisis del proceso mediante el cual los sujetos construyen el sentido de pertenencia. De modo que cada quien selecciona aquello con lo cual se identifica, ya sea por clase social, género, generación, orientación sexual, etnicidad, actividad laboral, religiosidad, empatía por clubes deportivos, ideología, etc. Significando esto, desde la perspectiva antropológica, que una persona puede tener múltiples identidades.   Es así que la pertenencia a cualquier grupo se da como resultado de un proceso de categorización, en el que los individuos van ordenando su entorno a través de estereotipos que son creencias compartidas por un grupo, respecto a otro; pueden ser los rasgos de personalidad como la honestidad u otros atributos; o de conducta social como ser trabajador, ser responsable, etc.   En el contexto sociopolítico del momento, el tema identidad se ha convertido en un ícono del discurso de la vida cotidiana. Y es por tal motivo que existe en el quehacer común un sinfín de expresiones que reflejan el tema identitario, algo así, como un abanico de posibilidades. De manera que la coyuntura política, presionada, nos hace creer que una persona mestiza, citadina, académica, heterosexual, religiosa, etc., necesariamente tenga que inclinarse por un candidato, supuestamente con las mismas características. Y en toda esta gama de identidades, tenemos algo que es impreciso como identidad, pero que sugiere una identificación a través de un hecho en sí. El famoso voto. Se habla del voto castigo, voto de odio, opositor, militante, voto útil o inútil, voto secreto, oportunista, voto homenaje. Sin embargo, detrás de este serial de votos, se avizora con claridad, que solo existe como colchón identitario: el de clase social;  el de la condición o adscripción étnica; y finalmente (el imaginario) lo que uno quisiera ser. (Ya sé por quién no voy a votar) Con todo, tenemos el fenómeno Chi del que nadie pensó que podía escalar en las preferencias electorales, sin embargo, no es de extrañarse, pues esto sugiere que existen miles de personas que se identifican con esa forma de mirar la vida. Aquí, más que la identidad étnica y de condición social o de programa político, prima la identificación de los que tienen un imaginario patriarcal, ultra conservador e intolerante, tal cual siglo XIX. En resumen, en este enmarañado identitario de símbolos y significados, no es casual que existan manifestaciones de intolerancia con el diferente.