Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Urpusta rantipusqayki

Urpusta rantipusqayki

Si hay algún momento especial que congrega a la familia extendida en los Andes es la celebración de Difuntos. En este culto o rito, abunda lo exquisito y se le demuestra al ajayu el cariño porque se lo atiende de manera muy especial. Noviembre, mes de reencuentro con las almas donde se tiende una mesa que es adornada con magnificencia y llena de manjares, suele armarse en los alrededores de los cementerios. Los manjares expuestos están a disposición de los parientes y amigos que rezan en voz alta por el alma del difunto o difuntos fallecidos en el año que corre o en el inmediato anterior. En las casas, la persona más vieja es la que ofrece los manjares y entrega en pequeñas canastas a los niños que van rezando de casa en casa. Dicen que las almitas reciben mejor el rezo de los pequeños por su inocencia. 

Esta brevísima explicación sirve para darnos cuenta cómo esta celebración se ha mantenido en la línea del tiempo y es que, para los pueblos originarios la muerte no es el fin de la existencia, sino un camino de transición hacia algo mejor. La extinción de la vida, si bien es una dolorosa pérdida, sin embargo, es parte de una compleja cosmovisión, de ahí que tras el dolor, el ritual del funeral y un incierto viaje a otra vida se llegarán a una celebración alegre. En dichos momentos se vive un sentimiento muy complejo, pues en el contexto donde habitaba el sujeto ya fallecido, de pronto hay expresiones de regocijo porque el ajayu vuelve hacia la familia, y se baila, se come, se bebe y están todos reunidos. Es el primer convite después de la temporada de escasez de los meses anteriores donde se comparte con las almas.

Volvamos ahora la mirada hacia esta celebración que es una de las más importantes del calendario agrícola en los Andes y cuyo contexto climatológico se relaciona con la llegada de las almas. La lluvia, la mosca, el viento, en momentos rituales tienen un significado, es la manifestación del difunto para comunicarse con los que están aquí y ahora, es el Kay Pacha. 

Ahora bien, en la cultura andina, los rituales mortuorios son ricos en simbolismo y complejos en su realización. Los pasos de estos rituales son una sabia elaboración de la experiencia de la muerte de los seres cercanos. No hay negación, se la enfrenta como parte de la vida; más aún, es fuente de otra vida, otro status; y por medio de los simbolismos en el rito se va dando una respuesta, tanto a nivel personal como comunitario. El mundo de los muertos no es algo separado del mundo de los vivos. Esto indica que la muerte no rompe los vínculos que existen con la comunidad, la asimilación de esta situación es porque la muerte genera vida.  

Por todo esto, la muerte no es un tabú en los Andes, aún más, en situaciones trágicas tiene características especiales, lo cual se hace sempiterno, porque las almas de personas que mueren trágicamente son consideradas “riwutu” o almas tributantes. A estas almitas se las asume milagrosas y generosas con la comunidad y, en correspondencia, la creencia sincrética andina reza que deben ser atendidas con flores y velas en el lugar del deceso; por esta razón, en la periferia de las ciudades o carreteras se observan altarcitos o mast’aku dedicados a ellas. Así se vive ritualmente y se afronta el enigma de la muerte.  

MIRADAS ANTROPOLÓGICAS

MARÍA ESTHER MERCADO H.

Antropóloga y docente universitaria

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