Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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MIRADAS ANTROPOLÓGICAS
Solis natale

Sabemos que la Navidad es una festividad de las culturas mediterráneas y pueblos del norte donde celebraban el 21 de diciembre por el “nacimiento del sol”. En el siglo tres, el cristianismo adopta esta celebración que no era judía, ni cristiana, en la cual se recordaba el nacimiento de Joshúa de Nazareth. A partir de aquello y ya en la modernidad, las circunstancias de tal hecho, se las fetichiza bajo argumentos triviales. 

En el texto de Enrique Dussel “De un inmigrante y exiliado político: Joshúa de Nazareth” leemos que la familia de Joshúa, descendiente de la dinastía de David, tuvieron que ir a Belén para el nacimiento y al ser inmigrantes pobres, María debió dar a luz al niño en condiciones de escasez: “lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no encontraron sitio en la posada”. Esto porque el monarca colaboracionista del Imperio romano, siendo Herodes un usurpador no de estirpe real, al enterarse que había la posibilidad del nacimiento de un descendiente de David, temiendo que un día le disputara el poder, ordenó “matar a todos los niños de dos años abajo en Belén y sus alrededores”. José se anotició que Herodes buscaba al niño para matarlo. Por ello durante la noche, tomó al niño y su madre y partieron a Egipto, quedándose allí hasta la muerte de Herodes.

Entonces (siguiendo a Dussel) vemos que la vida de Joshúa se inició en el riesgo de la pobreza, la humillación, la opresión y no bien nacido casi lo asesinan. ¿Era un perseguido político? Léase bien: perseguido político y no religioso, pues se lo intentó asesinar porque en la “genealogía de Joshúa, el Ungido, era descendiente de David”. 

Luego Joshúa en Egipto vivió en calidad de exilado político y por cierto inmigrante, donde aprendió mucho de aquella civilización. Entre lo que aprendió, fueron los criterios éticos universales que enumera como principios en el Juicio final (acontecimiento celebrado en las tradiciones egipcias) que tenía a la gran diosa de la justicia Ma’at por protagonista, y, que como jueza suprema preguntaba al muerto: qué había hecho de bueno en su existencia; a lo que el muerto respondía: “Di pan al hambriento, agua al sediento, vestido al desnudo, y una barca al peregrino” – capítulo 125 Libro de los muertos de Egipto, que Joshúa reproduce en Mateo 25:35 

Al final de su vida, aquel laico celebró cultos como el hagadá, la llamada “última cena”, enderezó su crítica contra la corrupción de la religión de su pueblo, pues entrando al templo de Jerusalén volcó las mesas de los cambistas: “Mi casa será casa de oración, pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones”. Más adelante, fue acusado de agitar al pueblo. Por esa acusación terminó políticamente asesinado y con un cartel sobre su cruz que nada probaba lo religioso. Lo que más molestó a los traidores políticos y religiosos y al soldado del Imperio, era la prédica profético política de Joshúa que al dar fundamento a los pobres y humillados, de sus luchas contra la dominación, se convertían en actores de la historia desde el postulado de un Reino fraterno de justicia. Aquel Mesías vivió su vida desde la experiencia.

Navidad (concluye Dussel) es una extraña festividad totalmente fetichizada e invertida en su esencia política, profética y crítica.